domingo, 3 de octubre de 2010

Oyarzún, P., Homenaje a Gonzalo Díaz.

En Extremoccidente, año 2, Nº 3., p 80

Homenaje a Gonzalo Díaz.

Pablo Oyarzún.



Durante el último par de meses le he escuchado reiteradamente a Gonzalo la protesta por el peso lapidario del laurel que le fue inflingido. Sé bien que esa protesta es sincera, es genuina, que no es uno de esos rutinarios melindres de pavoneo encubierto. Lo he observado de cerca, estos dos meses, lo he andado espiando, y he podido comprobar que el honor realmente lo incomoda. Esta escena a que concurrimos, cada cual trayendo entre manos su tributo de homenaje, seguro que no lo tiene sosegado. Y para mí es enteramente comprensible: junto con ese aire de losa que tiene, el premio ha de parecerle que lo birladle presente, la oportunidad y la circunstancia, para instalarlo en un hipotético y crepuscular hall of fame, en calidad de efigie.
Y no se olvidará este otro punto: bien nos conocemos entre chilenos como para no sacarnos la suerte ni probarla, y saber que las ínfulas que se otorgan con mucho aspaviento tiran menos a ser limpios agasajos y más a ser florones de plomo, y modos arteros de sacar al prójimo del camino.
Me ha gustado oírle a Gonzalo ?él lo decía hace poco más de una semana en una acto muy formal de la Universidad de Chile? Lo paradójicos o discordantes que resultan el premio y su aparto confrontados con la fragilidad dela obra y la persona. Fragilidad es una palabra que suelo acariciar, porque creo que nombra bien la calidad de los denuedos de la creación. Designa su fibra más íntima, hecha de porfiada incertidumbre, de vacilaciones y preguntas, de conatos y de apuestas, y de la subrepticia convicción de que lo hecho y lo que se hace es, a despecho del vigor y la poderosa presencia que pueda tener, finalmente infructuoso. Crear, pensar y crear, porque ambas cosas son inseparables, es un ejercicio de fondo melancólico: quizá no haya manera más inexorable de exponerse a la mortalidad. Pensar y crear es también a la intemperie.
He puesto esas dos palabras ?pensar y crear? En una conjunción a la que no renuncio.
A pesar de las apariencias, todo pensamiento es material: no hay un pensamiento sin cuerpo, un afecto, una escena, un eco, una imagen, una marca. Pero no todo pensamiento –no todo ejercicio del pensamiento– da cuenta de su materialidad, no todo afán pensante la hace evidente, palpable. Esa evidencia da la medida de las más altas tareas del pensamiento y de sus logros más decisivos. De manera ejemplar ocurre esto en el arte, que podría definirse como el cuidado y la elaboración de la materialidad del pensamiento.
Pensar es socavar de preguntas y presentimientos lo dado, padecer y resistir su impertinencia, porfiar en su cuestionamiento por hambre de realidad. Pensar es insistir en que la realidad es porosa, problemática: tal tiene que ser, por fuerza, la apuesta de quien consagre su  pasión y su inteligencia a la provocación de lo inédito. El artista ha de hacer suya esa apuesta, amar, en la superficie aparentemente tersa de lo real, el menor indicio de trizadura, el menor asomo de algo otro, que no se reduce a lo que hay, que no puede ser allanado en la planicie de lo familiar y lo consabido.
Por eso, el arte pone siempre en tensión –en la más aguda– lo dado con lo que falta, lo que ha lugar con lo que no tiene, lo real con lo posible, lo posible con lo imposible. La obra es el índice de esa tensión: cuanto más inquieta y más abierta, cuanto más vulnerable en su riesgo, tanto más radical, tanto más pensante.
Hace poco hemos tenido una prueba palmaria y decididamente notable de esto que yo sostendría persuadido. Quien haya visitado Rúbrica, obra acendrada, sea que sólo se haya asomado fugazmente o se decidiera a permanecer y tolerar la rojiza saturación de ese espacio, ha tenido que sentir ?con extraña mezcla de exacerbación y aturdimiento? La evidencia de esta condición de ora, hecha a la vez de fragilidad y de fuerza.
Esa condición es la impronta persistente del trabajo de Gonzalo, al que entrego hoy mi rendida admiración.

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