miércoles, 16 de julio de 2008

Lacoue-Labarthe, La poesía como experiencia , Dos poemas de Paul Celan

En Extremoccidente, revista semestral de comentarios y ensayos, año 2, Nº 3, p. 76-77


La poesía como experiencia[1], Dos poemas de Paul Celan.
Philippe Lacue-Labarthe.



“Extender el arte? No. Toma más bien el arte contigo para ir por la vía que es más estrechamente la tuya. Y libérate”
Paul Celan, El Meridiano.


Dos poemas de Paul Celan se analizan: Tubingen, Janner y Todtnauberg. Dos poemas que comportan antes que nada nombres de lugar: Tubingen, Todtnauberg. Ambos parecen conmemorar en cada caso una visita. Pero estos nombres de lugar refieren también a nombres de personas. Poco importa aquí el tropo utilizado: las indicaciones, las citas, las alusiones son perfectamente claras, todo el mundo lo sabe: Tubingen es Hölderlin y Todtnauberg, Heidegger. No será muy útil entonces insistir en las razones que pueden incitar hoy en día a asociar estos dos poemas (heute, cada poema lo comporta) puesto que “en preocupación por nuestra época” y “en memoria de nuestra historia” (de la historia europea), estos dos nombres, Hölderlin y Heidegger, serán de aquí en adelante indisociables. Ellos dan nombre, cada uno en su momento, a la puesta en juego de ese tiempo (dieser Zeit): una edad del mundo que es quizás la edad del mundo llega a su término, pues se cumple, cerrando el horizonte, aquello que el occidente filosófico desde los griegos en adelante ha nombrado de tantas maneras: el saber. Es decir, la tekné.
Le quedará entonces a lo no desplegado, a lo olvidado, a lo dejado en un resto por parte de este cumplimiento mismo, forjarse la vía para un advenimiento posible. Digamos que es allí donde se reconstituye, tal como plantea Heidegger, la “tarea del pensamiento”. Le corresponderá entonces a este pensamiento reinaugurar la historia, reabrir la posibilidad de un mundo y preparar lo improbable, lo incalculable, lo venido de un dios, puesto que sólo eso podría “salvar”. Quizá para esta tarea al arte, y en el arte a la poesía, pueda que les corresponda entregar algunos signos. La esperanza sostenida es al menos frágil, tenue, en el fondo pobre.
Pero si bien es inútil insistir, no lo es en cambio remarcar lo siguiente:
Paul Celan (Ancel) nació en Czernowitz, Bucovina, de padres judíoalemanes. No pertenecía solamente a las regiones extremas de la Mittel-Europa, sino que era de nacimiento alemán, nacido en esa lengua. Era en un sentido antiguo, y naturalmente perdido, de nacionalidad alemana, lo que no excluía en nada que fuera de un origen totalmente distinto o de una tradición completamente diferente. También su lengua permaneció siempre como la lengua del otro, una lengua otra pero sin “otra lengua” (anterior y no lateral) respecto de la cual redimirla. Toda otra legua era así para él necesariamente lateral: Celan fue un gran traductor.
Paul Celan sabía, como lo testifica todo lo que escribió (y como lo testifica de partida su acepción del alemán como lengua de su obra), que es con Alemania con quien había que entenderse ahora, hoy día, no sólo porque él había sufrido, porque había sido víctima de la utopía “helénica” (hiperboliana) de Alemania, sino porque sabía que no rea posible eludir una cuestión a la que la atrocidad de la utopía, como ha sido el caso probablemente siempre, había transformado en respuesta, en “solución”. Celan encarna esta paradoja extrema, insoluble para siempre, de haber sido uno de los pocos en Alemania, quizá el único, en haber testimonio acerca de la verdad de esta cuestión que es siempre la misma: ¿Quiénes somos nosotros (hoy día, aún, heute)?
El exterminio ha abierto en su imposible posibilidad, en su inmensa e insostenible banalidad, el post-Auschwitz (en el sentido en que lo entiende Adorno). Celan: “La muerte es un amo que viene de Alemania”. Es la imposible posibilidad, la inmensa e insostenible banalidad de nuestro tiempo, de este tiempo (die Zeit). Siempre se podrán hacer burlas respecto del “desamparo”, pero somos los contemporáneos de eso: el fin o el resultado de lo que Nous y Ratio, Logos, la trama que aún hoy día (heute) de lo que nosotros somos, no habrán podido dejar de significar: el asesinato es el primero de los calculables; la eliminación, el medio más seguro de la identificación. Sobre este fondo negro, pero de “luz”, se levanta hoy, se levanta o se quita por todas partes la realidad que queda a lo inmundo de este mundo de ahora en adelante mundial. Nada, sin hablar de los fenómenos más evidentes, ni siquiera la más simple, la más desgarradora relación de amor, puede sustraerse a esta sombra de época: cáncer del sujeto: ¿ego o masas? Negarlo bajo el pretexto de no poder tratar sobre el pathos, es sonambúlico. Transformarlo para hacer “aún” arte (sentimiento) es inadmisible.
Y entonces la pregunta que quiero plantear –la más brutal, la más odiosa quizá– es ésta ¿ha logrado Celan situarnos –antes de situarse– frente a “ello”? ¿Era aún la poesía capaz de hacerlo? Y si lo era ¿qué poesía? Es una manera diferida (diferida ahora en un gran número de grados, replegada sobre aquello mismo fue el origen) de repetir la pregunta de Hölderlin: Wozu Dichter...? ¿Para qué? Aquoi bon, en effet?
Para abordad la pregunta y hacer la trabajar, veamos estos poemas.

TÜBINGEN, ENERO

Ojos sobrepujados por el ha-
bla hasta la ceguera.

El de ellos –“un
enigma es lo que brota
de lo puro”–, el recuerdo
de ellos de
torres Hölderlin que nadan, arremolinadas
de gaviotas.

Visitas de ahogados carpinteros por
estas
palabras que se zambullen:

Si viniese,
viniese un hombre,
viniese un hombre al mundo, hoy, con
la barba de luz de
los patriarcas: habría,
si hablas de este
tiempo, habría sola-
mente de
balbucear y balbucear,
si- si- siempre,
si- siempre.
(“Pallaksch, Palllaksch”)

TODTNAUBERG

Árnica, bálsamo de los ojos, el
sorbo de la fuente con el
cubo de la estrella encima,

en la
cabaña,

en el libro
—¿el nombre acogió de quién
antes del mío?—,
en ese libro
la línea escrita de
una esperanza, hoy,
en la palabra
venidera
de uno que piensa,
en el corazón,

claros de bosque, sin allanar,
orquídea y orquídea, solas,

lo crudo, más tarde, de viaje,
nítido,

el que nos lleva, el hombre,
que está a la escucha,

los senderos de
troncos a medio hollar
en la alta ciénaga,

lo húmedo,
mucho.

Me parece necesario indicar que el estilo “mallarmeano” de las traducciones de André Bouchet[2], por ejemplo no haría justicia a la dureza lapidaria, a lo abrupto e la lengua manejado por Celan. O que investía a Celan, lo atravesaba. Prosodia y sintaxis, en Celan, sobre todo hacia el fin, hacen violencia a la lengua: la trituran, la muelen, la desarticulan, la compendian (es decir la cortan). Hay allí algo de aseguramiento comparable a lo que se da en los últimos esquemas “paratáxicos” de Hölderlin, al decir de Adorno: condensación y yuxtaposición, estrangulamiento de la lengua. Pero ninguna búsqueda lexical.
Yo creo que estos poemas son estrictamente intraducibles, lo que implica también al interior de su propia lengua (incluyendo o comprendiendo el interior de su propia lengua) y, por esta misma razón, incomentables. Ellos se ocultan necesariamente a la interpretación, la prohíben. Ellos están escritos en último término, para prohibirla. Es por ello que la única pregunta que los conduce, así como esta pregunta ha conducido toda la poesía de Celan, es la del sentido, la de la posibilidad del sentido. Cuestión trascendental, si se quiere, que hasta cierto punto Celan inscribe en la línea de Hölderlin, de “la poesía de la poesía” (sin que haya, no es necesario decirlo, el más mínimo compromiso con cualquier clase de “formalismo”). Cuestión que involucra entonces inevitablemente, tal como Heidegger ha probado a propósito de Hölderlin o Trakl, a toda forma de poder hermenéutico, aun en segundo grado, en vistas por ejemplo a una hermenéutica de la hermenéutica, dado quede todas maneras somos tarde o temprano reconducidos a un “querer decir nada” que arrastra él mismo más allá (o permanece de este lado) de todo “querer decir”, de toda intención de significar, estando siempre tomado de antemano por una estructura del doble vínculo d el tipo arquetípico “no me lean”. Algo así como “no le crean más al sentido”, elevando y destituyendo por medio del mismo golpe, patética, irrisoria o fraudulentamente, la Yo que se pronuncia así en la fundación de encanar el sentido.
La pregunta que me planteo entonces es aquella de sujeto: cáncer del sujeto, ¿ego o masas? Porque es de partida la cuestión acerca que quién podría hoy día hablar otra lengua que no sea la del sujeto y de testimoniar de –responder a– la ignominia sin precedentes de lo que fue –y permanece– como culpable: la “época del sujeto”. Es también esa, indisociablemente, al menos desde Schegel y Hegel, la cuestión del lirismo: ¿es el lirismo un género “subjetivo”? Es en última instancia esta la cuestión de la singularidad desterrada del sujeto o, lo que vendría a ser lo mismo, la cuestión del idioma, del “puro idioma”, si es u tal cosa puede existir: ¿es posible evadir una lengua de época? ¿Es necesario? Y en tal caso ¿para qué decir qué? O más bien: ¿para hablar qué?
Una cuestión tal, ustedes lo presienten –y yo cambio apenas el punto de vista–, no es otra cosa que la cuestión de la relación entre “poesía y pensamiento”, Dichten und Denken, dado que es en esta lengua donde tal cuestión justamente se presenta. ¿Qué es una obra de poesía que, prohibiéndose repetir lo desastroso, lo mortífero ya dicho, se singulariza absolutamente? ¿Qué es lo que da a pensar (qué queda aún de pensamiento en) una poesía que debe negarse, a veces con tanta porfía, a significar? O bien, simplemente: ¿qué es un poema e el que o para el que la cifra es tal que éste desespera de antemano ante toda tentativa de desciframiento?
Esta cuestión, que estoy de acuerdo en considerar ingenua, me la planteo desde hace largo tiempo, y sobre todo a propósito de la exégesis propuesta por Peter Szondi acerca del poema sobre Berlín, escrito en 1967: “Du liegst...” (El último en hablar), que constituye, junto a dos ensayos de Blanchot y Levinas, aparecidos en la Revue de Belles lettres, uno de los pocos comentarios esclarecedores acerca de Celan. Allí donde sin embargo la lectura de Blanchot y Levinas es aún “nómica”, tal como Adorno reprocha a la interpretación heideggeriana de Hölderlin, se autoriza de las “sentencias” tomadas en los poemas de Celan –que contienen bastante como toda “poesía pensante”–, la exégesis de Szondi es la única, de la que yo tenga conocimiento, en proponer el desciframiento completo de un poema, incluso hasta en su opacidad más resistente, pues este exégesis es la única que sabe de qué material está construido el poema: del acuerdo acerca de qué circunstancias, de qué lugares atravesados, de qué palabras intercambiadas, de qué espectáculos percibidos o vistos, etc; la más mínima alusión, la más mínima evocación son así señaladas. De suerte que tenemos que vérnoslas una traducción casi sin restos: casi, porque sería aún necesario rendir cuentas, más allá del maravillarse por haber estado ahí, en el lugar y en el momento preciso, de una poesía fundada sobre una tal “singularidad” y, en esas condiciones (es decir bajo ese abordaje), sustraída para siempre al entendimiento de quien no ha sido testigo de aquello de lo que está hecha el muy lacónico “relato” o la muy alusiva “evocación”.
La cuestión que me planteo como cuestión del idioma es entonces la de la singularidad. Es por eso que hay que resguardarse de confundirla con otra, relativamente secundaria o derivada, la de lo “legible” y lo “ilegible”. Dicha cuestión remite a lo que pertenece no sólo al texto, sino a la experiencia singular cuando ésta viene a escribirse: si, en tanto que singular, ella puede escribirse, o si, desde el momento en que ella se escribe, su singularidad misma no se pierde para siempre desde su origen o en su destinación por el hecho mismo del lenguaje (de su imposible intransitividad) o por el deseo de sentido (de universalidad) que anima las voces divididas bajo la coerción de una lengua, ella misma repartida y compartida entre las lenguas. ¿Hay, puede haber una experiencia singular, una experiencia muda, no atravesada en absoluto por el lenguaje, inducida desde ningún discurso, por menos articulado que éste sea? Y si, por imposible que parezca, respondiéramos afirmativamente, si la singularidad pudiese existir a pesar de todo, o resiste (más allá de toda consideración empírica, por ejemplo la presencia de un testigo, como en el caso de Szondi, o de alguien que sabe), ¿es posible que el lenguaje, como tal, tome a cargo, se haga cargo de una tal singularidad? ¿Y un idioma podría ser suficiente, bastar, ser otra cosa que un simple encriptamiento o un rechazo a decir de qué se trata –vaya inmenso facilismo de lo “moderno”? No es este el problema del solipsismo ni del autismo. Pero sí muy probablemente el de la soledad, con ka que Celan ha hecho aquello que bien podríamos nombrar la última prueba.
[1] Escrito en septiembre de 1983 a petición de Jean Christophe Bailly, la primera parte de este libro, “Dos pomas de Paul Celan”, fue publicada en el número 5 de Alea de febrero de 1984. la segunda parte, “La memoria de las Fechas”, constituye una suerte de post escriptum, que incluye un intento de lectura de El Meridiano –el discurso pronunciado en 1960 por Celan con ocasión de la entrega del premio Büchner, prácticamente el único documento de su poética– y algunos fragmentos o notas sobre diversos aspectos revelados por el autor. Se presentan a continuación algunos de los momentos relevantes de cada una de estas secciones (Nota del traductor)
[2] Celan se refiere aquí no a la traducción castellana, sino a la traducción al francés de Bouchet (N. de T.)

No hay comentarios: