sábado, 26 de julio de 2008

Collingwood-Selby, Reseña de «El meridiano»

En Extremoccidente, Año 2, Nº 3, p., 78.


El Meridiano
Paul Celan, Traducción y notas de Pablo Oyarzún
Ed. Intemperie, Santiago, 1997.


A fines de Abril de 1960 la Academia Alemana de Lengua y Literatura decide otorgarle el Premio Georg Büchner al poeta Paul Celan. El 22 de octubre de 1960 en Darmstadt, a propósito de la concesión de dicho premio, Celan lee ante la Academia El Meridiano, discurso que había escrito para la ocasión. Entre abril y octubre de ese año, según señala John Felstiner en su libro Paul Celan, Poet, Survivor, Jew, Celan había acumulado unas 314 páginas de apuntes y borradores para el discurso cuya versión definitiva finalmente redactó en el curso de tres días. La preocupación, el cuidado y el tiempo que Celan dedica a la preparación de este discurso –de los cuales dan fe no sólo la versión final sino también sus múltiples borradores y apuntes preparatorios– podrían acaso parecer desmedidos, no, por cierto, a la luz de su resultado, sino más bien a la luz del requerimiento formal que los motiva. Reparar aunque sea brevemente en la desmesura de esta respuesta quizá abra para nosotros una ruta de ingreso a El meridiano.
El discurso que Celan lee ante La Academia no sólo dista mucho de ser un simple agradecimiento formal por el reconocimiento que el mentado premio significa, sino más bien parece revelar en la formalidad y estandarización lingüística y discursiva mismas, el núcleo de un problema político del cual la poesía tendría necesariamente que ocuparse.
Celan inaugura su alocución con un respetuoso, sucinto e indeterminado “Señoras y señores”. A lo largo del discurso repetirá esta fórmula, sin modificación aparente, al menos doce veces, y sin embargo con cada reiteración ésta se tornará más extraña, más desconcertante. Algo en la insistencia de este “señoras y señores” hace recordar, por qué no decirlo, al insólito y gracioso “Excelentísimos señores académicos” con que Peter el Rojo abre su discurso en el “Informe para una Academia” de Kafka; algo que quizá tenga que ver con el desquiciamiento del lenguaje en medio de la formalidad aparentemente intachable de su exposición. Estos “señoras y señores” pueblan El Meridiano como islotes, como hitos recordatorios, restos de continentes de cohabitación lingüística desaparecidos que flotan a la deriva; y entre uno y otro lo que encontramos son pasajes, saltos, desvíos.
En lugar de un discurso, lo que Celan parece haber compuesto es un contra-discurso. Aquí no hay cómo seguir un argumento, no hay un “donde” instituido y común desde el cual fijar un antes y un después de cada frase, ni en el cual se asienten sus significados. Y es que el texto de Celan no parece tratarse tanto de lo que está escrito sin más, y sin más se deja leer, se deja oír, se deja seguir, como de lo que en la lengua –o quizá debamos decir en la poesía cuya singular poética parece de algún modo esbozarse aquí– abre la estrechez abismal de la experiencia –individuación radical y ángulo de inclinación de la existencia– y “rompe el ‘hilo’” (p.10) de cualquier continuidad.
Aquí –un aquí que difícilmente podría terminar de localizar– coinciden momentáneamente dos cuestiones sobre las que Celan vuelve, más o menos explícitamente, una y otra vez a lo largo de su discurso: el lenguaje y la data.
“...el poema se afirma en el borde de sí mismo, se llama y se trae de vuelta, para poder persistir incesantemente, desde su Ya-no-más a su Siempre-todavía. (...) Pero este Siempre todavía del poema sólo puede ser un hablar. No, por tanto, lenguaje a secas, y tampoco, es presumible, ‘correspondencia’ basada en la palabra, sino habla actualizada, puesta en libertad bajo el signo de una individuación ciertamente radical, pero que permanece advertida, al mismo tiempo, de los límites que le están trazados por el lenguaje, de las posibilidades que le están abiertas por el lenguaje” (p.21).
Data y lenguaje comparten un rasgo singular y paradójico, cuya relevancia, a la vez poética y política, se anuncia en cada pasaje del texto. Blanco y territorio de la usurpación formal, histórica, institucional, normalizante, que el presente dominante hace del pasado y del porvenir, tanto las datas como el lenguaje establecen y regulan el límite capitalizable del habla y de la memoria. Ambos –data y lenguaje– son también, sin embargo, resto, vestigio y posibilidad de un habla y una memoria capaces de “hacer saltar el continuom de la historia” (Benjamin), capaces de abrir un surco, un pasaje en y para el destino; memoria y habla actualizadas, puestas “en libertad bajo el signo de una individuación ciertamente radical”.
Tanto en las datas como en el lenguaje comparecen siniestramente bajo un “mismo” signo la regla brutal y la excepción irreductible de la historia. Quizá la poesía sea entonces justamente “la contra-palabra (...) la palabra que rompe el ‘hilo’, la palabra que ya no se inclina ante los ‘mirones y los caballitos de gala de la historia’, (...) un acto de libertad. (...) un paso” (P.10). Quizá eso sea también, a su modo, El meridiano.


Elizabeth Collingwood-Selby.

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