martes, 27 de octubre de 2009

Benjamin, El Libro de los Pasajes, Convoluto H

Benjamin, Walter,
El Libro de los pasajes,
Akal, Madrid, 2006,
pp. 221-229.

-221-
H
[EL COLECCIONISTA]


«Todas esas antiguallas tienen un valor moral.»
Charles Baudelaire

«Creo... en mi alma: la Cosa.»
León Deubel, GEuvres [Obras], París, 1929, p. 193.


Fue éste el último asilo de aquellas maravillas que vieron la luz en las exposiciones universales, como la cartera patentada con iluminación interior, la navaja kilométrica, o el mango de paraguas patentado con reloj y revólver. Y junto a las degeneradas criaturas gigantes, demediada y en la estacada, la materia. Seguimos el corredor estrecho y oscuro hasta que entre una librería de saldo, donde legajos atados y polvorientos hablaban de todas las formas de la ruina, y una tienda repleta de botones (de nácar y otros que en París llaman de fantasía), surgió una especie de cuarto de estar. Sobre un tapete de colores desvaídos, lleno de cuadros y bustos, brillaba una lámpara de gas. Al lado leía una anciana. Parece como si estuviera sola desde hace años, y quiere dentaduras «de oro, de cera, o rotas». Desde este día sabemos también de dónde sacó el doctor Milagro la cera con la que hizo a Olimpia ■ Muñecos ■
[H 1, 1]

«La multitud se aprieta en el pasaje Vivienne, donde ella no se ve, y abandona el pasaje Colbert, donde quizá se vea demasiado. Un día se la quiso volver a llamar, a la multitud, llenando cada tarde la rotonda con una música armoniosa, que, invisible, escapaba a través de los cruces del entresuelo. Pero la multitud vino a asomar la nariz por la puerta y no entró, sospechando en esa novedad una conspiración contra sus costumbres y sus placeres rutinarios» Le livre des Cet-et-un [El libro de los ciento uno], X, París, 1833, p. 58. Hace quince años se –222– intentó promocionar al almacén W. Wertheim de modo parecido, y también sin resultado. Se daban conciertos en el gran pasaje que lo atravesaba.
[H l,2]

Jamás se debe confiar en lo que los escritores dicen de sus propias obras. Cuando Zola quiso defender su Teresa Raquin de las críticas adversas, dijo que su libro era un estudio científico sobre los temperamentos. Intentaba según él, explicar con precisión, basándose en un ejemplo, cómo el temperamento sanguíneo y el nervioso interactúan en perjuicio mutuo. Esta afirmación no contentó a nadie. Tampoco aclara la impronta callejera de la acción, ni su sanguinolencia, su crudeza casi cinematográfica. No en vano se desarrolla en un pasaje. Si acaso este libro explica algo realmente científico, es la agonía de los pasajes parisinos, el proceso de descomposición de una arquitectura. De sus venenos está repleta la atmósfera de este libro, y de esa atmósfera es de lo que mueren los personajes.
[H 1, 3]

En 1893 se expulsa a las cocottes de los pasajes.
[H 1, 4]

La música parece haberse instalado en estos espacios sólo con su decadencia, sólo cuando las bandas musicales empezaron a resultar, por decirlo así, pasadas de moda ante la llegada de la música mecánica. De modo que en realidad estas bandas más bien se refugiaron allí. (El “teatrofón” de los pasajes fue en cierto modo el antecesor del gramófono.) Y sin embargo, había una música con el espíritu de los pasajes, una música panoramática que hoy sólo se escucha en conciertos de la vieja escuela, como los de la orquesta del balneario de Monte-Carlo: las composiciones panoramáticas de David –p. ej. El desierto, Cristóbal Colón, Herculano–. Cuando en los años sesenta (?) vino una delegación árabe a París, enorgulleció mucho poderle ofrecerle El desierto en la gran Ópera (?).
[H l, 5]

«Cineoramas; Gran Globo celeste, esfera gigantesca de 46 metros de diámetro donde se nos
tocará la música de Saint-Saëns.» Jules Claretie, La vie en París 1900 [La vida en París 1900], París, 1901, p. 61. ■ Diorama ■
[H l, 6]

A menudo, estos espacios interiores albergan comercios anticuados, y también los comercios más actuales adquieren en ellos cierto aire desolado. Es el lugar de las agencias de información e investigación, que allí, en la turbia luz de las galerías superiores, siguen las huellas del pasado. En los escaparates de las peluquerías se ven las últimas mujeres con cabello largo. Tienen mechones muy rizados, que resultan «permanentes», torres de pelo petrificadas. A los que hicieron un mundo propio de estas construcciones, debería ellas dedicarles pequeñas lápidas votivas: a Baudelaire y a Odilon Redon, cuyo nombre cae ya como un rizo perfectamente formado. En lugar de eso, se les ha traicionado y vendido, convirtiendo en un objeto la cabeza de Salomé, si es que eso que allí sufre en la consola no es la cabeza embalsamada –223– de Anna Czillag. Y mientras éstas se petrifican, arriba las obras de los muros se han vuelto quebradizas. Quebradizos son también. ■ Espejos ■
[H 1 a, 1]

Al coleccionar, lo decisivo es que el objeto sea liberado de todas sus funciones originales para entrar en la más íntima relación pensable con sus semejantes. Esta relación es diametralmente opuesta a la utilidad, y figura bajo la extraña categoría de la compleción. ¿Qué es esta «compleción» Es el grandioso intento de superar la completa irracionalidad de su mera presencia integrándolo en un nuevo sistema histórico creado particularmente: la colección. Y para el verdadero coleccionista cada cosa particular se convierte en una enciclopedia que contiene toda la ciencia de la época, del paisaje, de la industria y del propietario de quien proviene. La fascinación más profunda del coleccionista consiste en encerrar el objeto individual en un círculo mágico, congelándose éste mientras le atraviesa un último escalofrío (el escalofrío de ser adquirido). Todo lo recordado, pensado y sabido se convierte en zócalo, marco, pedestal, precinto de su posesión. No hay que pensar que es al coleccionista al que resulta extraño el τοπος ύπερομπανλος que según Platón alberga las inmutables imágenes originarias de las cosas. El coleccionista se pierde, cierto. Pero tiene la fuerza de levantarse de nuevo apoyándose en un junco, y, del mar de niebla que rodea su sentido, se eleva como una isla la pieza recién adquirida. - Coleccionar es una forma de recordar mediante la praxis y, de entre las manifestaciones profanas de la «cercanía», la más concluyente. Por tanto, en cierto modo, el más pequeño acto de reflexión política hace época en el comercio de antigüedades. Estamos construyendo aquí un despertador que sacude el kitsch del siglo pasado, llamándolo «a reunión(»).
[H 1 a, 2]

Naturaleza muerta: la tienda de conchas de los pasajes. Strindberg habla en Las Tribulaciones del navegante de «un pasaje con tiendas que estaban iluminadas». «Entonces siguió por el pasaje... Había allí toda clase de tiendas, pero no se veía un alma, ni delante ni detrás de los mostradores. Después de caminar un rato, se detuvo ante un gran escaparate que mostraba una exposición completa de caracoles. Como la puerta estaba abierta, entro. Del suelo al techo se apilaban estantes con caracoles de toda especie, procedentes de todos los mares y continentes. No había nadie dentro, pero el humo del tabaco flotaba como un anillo en el aire... Después reanudo su marcha, siguiendo la moqueta blanquiazul. El pasaje no era recto, sino que hacía curvas, de modo que nunca se veía el final; y siempre había nuevas tiendas, aunque sin gente; y tampoco se veía a los propietarios de los comercios.» Lo imprevisible de los pasajes extinguidos es un tema significativo. Strindberg, Märchen [Cuentos] Munich/Berlín. 1917, pp. 52-53,59.
[H 1 a, 3]

Hay que investigar como se elevan las cosas a alegoría en Las flores del mal. Prestar atención al empleo de las mayúsculas.
[H 1 a, 4]

–224–

En la conclusión de Materia y memoria, Bergson explica que la percepción es una función del tiempo. Si viviéramos -podríamos decir- algunas cosas con calma, otras con rapidez, siguiendo otro ritmo, no habría nada «consistente» para nosotros, sino que todo sucedería ante nuestros ojos como si nos asaltara de improviso. Pero eso es lo que le ocurre al gran coleccionista con las cosas. Le asaltan de improviso. El hecho de perseguirlas y dar con ellas, el cambio que opera en todas las piezas una pieza nueva que aparece: todo ello le muestra sus cosas en perpetuo oleaje. Aquí se contemplan los pasajes de París como si fueran adquisiciones en manos de un coleccionista. (En el fondo, se puede decir que el coleccionista vive un fragmento de vida onírica. Pues también en el sueño el ritmo de la percepción y de lo que se vive cambia de tal modo que todo -incluso lo que en apariencia es más neutral- nos asalta de improviso, nos afecta. Para entender a fondo los pasajes 1os sumergimos en el nivel onírico más profundo, y hablamos de ellos como si nos hubieran asaltado de improviso)
[H 1 a, 5]

«La inteligencia de la alegoría toma en usted proporciones desconocidos paro usted mismo. Observaremos, de paso, que la alegoría, ese género ton espiritual, que los pintores torpes nos han acostumbrado a despreciar, pero que es verdaderamente una de las formas primitivas y más naturales de la poesía, recupera su dominio legítimo en la inteligencia iluminada por lo embriaguez.» Charles Baudelaire, Les paradis artificiels [Los paraísos artificiales], París, 1917 p. 73 (De lo que sigue se deduce indudablemente que Baudelaire tiene desde luego en mente la alegoría, no el símbolo. El pasaje está tomado del capítulo sobre el hachís.) El coleccionista como alegórico. ■ Hachís ■
[H 2, 1]

«La publicación de la Historia de la sociedad francesa durante la Revolución y bajo el Directorío abre la era del bibelot, - no ha de verse en esta palabra una intención despreciativa; al bibelot histórico antiguamente se le llamó reliquia.» Rémy de Gourmont, Le IIe livre des Masques [El segundo libro de las máscaras], París, 1924, p. 259. Se trata de la obra de los hermanos Goncourt
[H 2, 2]

El verdadero método para hacerse presentes las cosas es plantarlas en nuestro espaci (y no nosotros en el suyo). (Eso hace el coleccionista. Y también la anécdota.) Las cosas, puestas así, no toleran la mediación de ninguna construcción a partir de «amplios contextos». La contemplación de grandes cosas pasadas -la catedral de Chartres, el templo de Paestum- también es en verdad (si es que tiene éxito) una recepción de ellas en nosotros. No nos trasladamos a ellas, son ellas las que aparecen en nuestra vida.
[H 2, 3]

Resulta en el fondo muy extraño que se fabricaran industrialmente objetos de coleccionista. ¿Desde cuándo? Habría que investigar las diversas modas que imperaron en el coleccionismo durante el siglo XIX. Típico del Biedermaier –¿o también de Francia?– es la manía de las tazas. «Padres, hijos, amigos, parientes, jefes y subordinados, todos dan a conocer sus sentimientos con las tazas; la taza es el regalo preferido, el adorno predilecto de la casa; –225– así como Federico Guillermo III llenó su gabinete de trabajo con pirámides de tazas de porcelana, del mismo modo coleccionaba el burgués en su servicio de tazas el recuerdo de los acontecimientos más importantes las horas más notables de su vida.» Max von Boehn, Die Made ím XIX Jahrhundert [La moda en el siglo XIX], II, Munich, 1907, p. 136.
[H 2, 4]

La propiedad y el tener están subordinados a lo táctil, y se encuentran en relativa oposición a lo óptico. Los coleccionistas son hombres con instinto táctil. Últimamente, por lo demás, con la retirada del naturalismo ha acabado la primacía de lo óptico que imperó en el siglo anterior. ■ Flâneur ■ El flâneur, óptico; el coleccionista, táctil.
[H 2, 5]

Materia fracasada: eso es la elevación de la mercancía al nivel de la alegoría. La alegoría y el carácter fetichista de la mercancía.
[H 2, 6]

Se puede partir de la idea de que el verdadero coleccionista saca al objeto de su entorno funcional. Pero esto no agota la consideración de este notable comportamiento. Pues no es ésta la base sobre la que funda en sentido kantiano y schopenhaueriano una consideración «desinteresada”, en la que el coleccionista alcanza una mirada incomparable sobre el objeto, una mirada que ve más y ve otras cosas que la del propietario profano, y que habría que comparar sobre todo con la mirada del gran fisonomista. Sin embargo, el modo en que esa mirada da con el objeto es algo que se ha de conocer mucho más exactamente mediante otra consideración. Pues hay que saber que para el coleccionista el mundo está presente, y ciertamente ordenado, en cada uno de sus objetos. Pero está ordenado según un criterio sorprendente, incomprensible sin duda para el profano. Se sitúa respecto de la ordenación corriente de las cosas y de su esquematización, más o menos como el orden de las cosas en una enciclopedia, respecto de un orden natural. Basta con recordar la importancia que para todo coleccionista tiene no sólo el objeto, sino también todo su pasado, al que pertenecen en la misma medida tanto su origen y calificación objetiva, como los detalles de su historia aparentemente externa: su anterior propietario, su precio de adquisición, su valor, etc. Todo ello, los datos «objetivos» tanto como esos otros, forman para el verdadero coleccionista, en cada uno de sus ejemplares poseídos, una completa enciclopedia mágica, un orden del mundo, cuyo esbozo es el destino de su objeto. Aquí, por tanto, en este angosto terreno, se puede entender cómo los grandes fisonomistas (y los coleccionistas son fisonomistas del mundo de las cosas) se convierten en intérpretes del destino. Sólo hace falta observar cómo el coleccionista maneja los objetos de su vitrina. Apenas los tiene en la mano, parece inspirado por ellos, parece ver a través de ellos -como un mago- en su lejanía. (Sería interesante estudiar al coleccionista de libros como el único que no ha separado incondicionalmente sus tesoros de su entorno funcional.)
[H 2, 7; H 2 a, 1]

El gran coleccionista Pachinger, amigo de Wolfskehl, ha reunido una colección que no se puede medir, por lo obsoleto y fuera de uso, con la colección –226– Figdor de Viena. Apenas sabe ya cómo van las cosas de la vida –explica a sus visitantes entre viejísimos aparatos, pañuelos de bolsillo, espejos de mano, etc.– De él se cuenta que un día, yendo por Stachu, se agachó para recoger algo: allí estaba lo que había perseguido durante semanas la impresión defectuosa de un billete de tranvía que solamente se había venido durante un par de horas.
[H 2 a, 2]

Una apología del coleccionista no debería pasar por alto este ataque: «La avaricia y la vejez, anota Gui Patin, siempre se entienden bien. La necesidad de acumular es unno de los signos precursores de la muerte tanto en los individuos como en la sociedad. Lo comprobamos en estado agudo en los períodos preparalíticos. Está también la manía de la colección, en neurología “el coleccionismo”. / Desde la colección de horquillas paa el cabello hasta la caja de cartón que lleva la inscripción: pequeños trozos de bramante que no pueden servir para nada». Les 7 péchés capitaux [Los siete pecados capitales], París, 1929, pp. 26-27. (Paul Morand, L’avarice [La avaricia].) ¡Comparar, sin embargo, con el coleccionismo de los niños!
[H 2 a, 3]

«No estaría seguro de haberme entregado por completo a la contemplación de esta vivencia, de no haber visto en la tienda de curiosidades ese montón de cosas fantásticas revueltas entre sí. Volvieron a imponérseme al pensar en la niña, y siendo, por decirlo así, inseparables de ella, pusieron palpablemente ante mis ojos la situación de esta criaturita. Dando rienda suelta a mi fantasía, vi la imagen de Nell rodeada de todo lo que se oponía a su naturaleza, alejándola por completo de los deseos de su edad y de su sexo. Si me hubiera faltado este entorno y hubiera tenido que imaginarme a la niña en una habitación corriente, en la que no hubiera nada desacostumbrado o raro, lo más probable es que su vida extraña y solitaria me hubiera causado mucha menos impresión. Pero siendo de este modo, me pareció que ella vivía en una especie de alegoría.’ Charles Dickens, Raritätenlanden [La tienda de antigüedades], Leipzig, ed. Insel, pp. 18-19.
[H 2 a, 4]

Wiesengrund en un ensayo inédito sobre La tienda de Antigüedades de Dickens: «La muerte de Nell esta incluida en esta frase: “Aún había allí algunas pequeñeces, cosas pobres, sin valor, que bien hubiera podido llevar consigo; pero fue imposible”... Dickens sabía a este mundo de cosas desechadas y perdidas le era inherente la posibilidad de cambio, e incluso de salvación dialéctica, y lo expresó mejor de lo que nunca le hubiera sido posible a la fe romántica en la naturaleza, en aquella inmensa alegoría del dinero que cierra la descripción que cierra la descripción de la ciudad industrial: “... eran dos monedas de penique, viejas, desgastadas, de un marrón grisáceo como el humo. Quien sabe si no brillaban más gloriosamente a los ojos de los ángeles que las letras doradas esculpidas en las tumbas”».
[H 2 a, 5]

La mayoría de los aficionados hacen su colección dejándose guiar por la fortuna, como las bibliófilos en las librerías de viejo... M. Thiers procedió de otro modo: antes de reunir su colección, la había formado por completo en su cabeza; tenía trazado un plan, y le llevó treinta años ejecutarlo... M. Thiers posee lo que quizo poseer... ¿De qué se trataba? De disponer a su alrededor un compendio del universo, es decir, hacer que en un espacio de ochenta metros cuadrados se encuentren Roma y Florencia, Pompeya y Venecia, Dresde y La Haya, El Vaticano y El Escorial, El British Museum –227– y el Ermitage, lo Alhambra y el Palais d'été... ¡Pues bien! M. Thiers pudo llevar a cabo una idea tan vasta con gastos moderados, hechos cada año durante treinta años... Queriendo fijar ante todo en las paredes de su residencia los recuerdos más preciosos de sus viajes, M. Thiers encargó que se ejecutaran... copias reducidas imitando los más famosos fragmentos de pintura... Por eso... al entrar en su casa, se encuentra uno primeramente en medio de obras maestras surgidas en Italia durante el siglo de León X. La pared que hay enfrente de las ventanas está ocupada por el Juicio final situado entre la Disputa del Santo Sacramento y La escuela de Atenas. La Asunción de Tiziano decora la parte alta de la chimenea, entre la Comunión de San Jerónimo y la Transfiguración. La Madonna sixtina formo pareja con la Santa Cecilia, y en los entrepaños están enmarcadas las Sibilas de Rafael entre el Sposalizía y el cuadro que representa a Gregorio IX entregando las decretales o un abogado del consistorio... Como estas copias están reducidas o la misma escala o casi... el ojo encuentra con placer la grandeza relativa de los originales. Están pintadas con acuarela.» Charles Blanc Le cabinet de M. Thiers [El gabinete de M. Thiers], París, 1871, pp. 16-18.
[H 3, 1]

«Casimir Périer decía un día, visitando la galería de cuadros de un ilustre aficionado...: “Todo esto es realmente bello, pero son capitales que duermen”... Hoy... cabrío responder a Casimir Périer... que... los cuadros..., cuando son auténticos; los dibujos, cuando se reconoce en ellos la firma del maestro... duermen un sueño reparador y provechoso... La... venta de las curiosidades y de los cuadros de M. R.... ha probado con números que las obras de genio son valores ton sólidos como el Orléans y un poco más seguros que los depósitos.» Charles Blanc, Le trésor de la curiosíté [El tesoro de la curiosidad], II, París, 1858, p. 578.
[H 3, 2]

El modelo positivo opuesto al coleccionista, que representa a la vez su culminación, en cuanto que hace realidad la liberación de las cosas de la servidumbre de ser útiles, hay que concebirlo según estas palabras de Marx: “La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos e indolentes, que un objeto sólo es nuestro cuando lo tenemos, es decir, cuando existe para nosotros como capital, o cuando... lo utilizamos”. Karl Marx, Der historische Materialismus. Die Frühschriften [El materialismo histórico. Los manuscritos], I, Leipzig, Landshut y Mayer eds., (1932), p. 299 (Nationalökonomie una Philosophie [Economía nacional y filosofía]).
[H 3 a, 1]

«El lugar de todo sentido físico y espiritual... lo ha ocupado la simple alienación de todos estos sentidos, el sentido del tener... (sobre la categoría del tener, cfr. Heß los “21 pliegos”,)... Karl Marx, El materialismo histórico, I, Leipzig, p. 300 (.Economía nacional y filosofía).
[H 3 a, 2]

«Sólo cuando la cosa se comporta humanamente con el hombre, puedo yo en la práctica comportarme humanamente con la cosa.» Karl Marx, El materialismo histórico. I, Leipzig,
P. 300 (Economía nacional y filosofía).
[H 3 a, 3]

Las colecciones de Alexandre de Sommerard en los fondos del Museo de Cluny.
[H 3 a, 4]

El popurrí tiene algo del ingenio del coleccionista y del flâneur.
[H 3 a, 5]

El coleccionista actualiza concepciones arcaicas de la propiedad que están latentes. Estas concepciones podrían de hecho tener relación con el tabú, –228– como indica la siguiente observación: «Es... seguro que el tabú es la forma primitiva de la propiedad. Primero emotiva y “sinceramente”, y luego como procedimiento corriente y legal, el ser del objeto de tabú constituía un título. Apropiarse de un objeto es convertirlo en sagrado y temible para lo que es distinto de él, convertirlo en “partícipe” de sí mismo». N. Gutermann y H. Lefebvre, La conscience mystifiée [La conciencia mistificada] , , p. 228.
[H 3 a, 6]

Pasajes de Marx tomados de Economía nacional y filosofía: «La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos e indolentes, que un objeto sólo es nuestro cuando lo tenemos». «El lugar de todo sentido físico y espiritual... lo ha ocupado la simple alineación de todos estos sentidos, el sentido del tener.» Cit. em Hugo Fischer, Karl Marx und Verhätnis zu Staat und Wirtschaft [Karl Marx y su relación con el Estado y la economía], Jena, 1932, p. 64.
[H 3 a, 7]

Los antepasados de Balthazar Claës eran coleccionistas.
[H 3 a, 8]

Modelos para el Cousin Pons: Sommerard, Sauvageot, Jacaze.
[H 3 a, 9]

La vertiente fisiológica del coleccionismo es importante. Al analizar esta conducta, no hay que olvidar que cumple una clara función biológica en la construcción de nidos que llevan a cabo los pájaros. Al parecer se encuentra una indicación de ello en el Trattato sull’arcbitettura de Vasari. También Pavlov se habría ocupado del coleccionismo.
[H 4, l]

Vasari habría afirmado -¿en el Trattato sull'archítettura?- que el concepto de «grotesco» proviene de las grutas en las que los coleccionistas guardaban sus tesoros.
[H 4, 2]

El coleccionismo es un fenómeno originario del estudio: el estudiante colecciona saber.
[H 4, 3]

Al explicar el género literario del «testamento-, Huizinga añade lo siguiente sobre la relación entre el hombre medieval y sus cosas: «Esta forma literaria.. sólo es comprensible si no se olvida que los hombres de la Edad Media estaban, en efecto, acostumbrados a disponer por separado y extensamente en su testamento hasta de las cosas más insignificantes[!] de su propiedad. Una mujer pobre deja su traje de los domingos y su cofía a una parroquia, su cama a su ahijado, una piel ala mujer que la cuidaba, su vestido de diario a una pobre, y cuatro libras tornesas [sic], que constituían toda su fortuna, juntamente con otro traje y otra cofía, a los minoritas. (Champion, Villon, II, p. 182) ¿No debemos reconocer también en esto una manifestación muy trivial del mismo modo de pensar que hacía de cada caso de virtud un ejemplo eterno y veía en cualquier costumbre una institución divina?» J. Huizinga, Herhst des Mittealters [El otoño de la Edad Media], Munich, 1938, p. 346. Lo que sobre todo llama la atención en esta notable cita es que ya no sea posible semejante relación con los bienes muebles en una época de producción masiva estandarizada. Se llega con toda naturalidad a la cuestión –229– de si las formas de argumentación a las que alude el autor, incluyendo ciertas formas de pensar de la escolástica en general (remisión a la autoridad heredada), no están acaso conectadas con las formas de producción. El coleccionista, a quien se le enriquecen las cosas por el conocimiento que posee de su origen y de su curso en la historia, se procura una relación semejante con ellas, que no puede sino parecer arcaica.
[H 4, 4]

Quizá se pueda delimitar así el motivo más oculto del coleccionismo: emprende la lucha contra la dispersión. Al gran coleccionista le conmueven de un modo enteramente originario la confusión y la dispersión en que se encuentran las cosas en el mundo. Este mismo espectáculo fue el que tanto ocupó a los hombres del Barroco; en particular, la imagen del mundo del alegórico no se explica sin el impacto turbador de este espectáculo. El alegórico constituye por decirlo así el polo opuesto del coleccionista. Ha renunciado a iluminar las cosas mediante la investigación de lo que les sea afín o les pertenezca. Las desprende de su entorno, dejando desde el principio a su melancolía iluminar su significado. El coleccionista, por contra, junta lo que encaja entre sí; puede de este modo llegar a una enseñanza sobre las cosas mediante sus afinidades o mediante su sucesión en el tiempo. No por ello deja de haber en el fondo de todo coleccionista un alegórico, y en el fondo de todo alegórico un coleccionista, siendo esto más importante que todo lo que les separa. En lo que toca al coleccionista, su colección jamás está completa; y aunque sólo le faltase una pieza, todo lo coleccionado seguiría siendo por eso fragmento, como desde el principio lo son las cosas para la alegoría. Por otro lado, precisamente el alegórico, para quien las cosas sólo representan las entradas de un secreto diccionario que dará a conocer sus significados al iniciado, jamás tendrá suficientes cosas, pues ninguna de ellas puede representar a las otras en la medida en que ninguna reflexión puede prever el significado que la melancolía será capaz de reivindicar en cada una.
[H 4 a, l]

Los animales (pájaros, hormigas), los niños y los ancianos como coleccionistas.
[H 4 a, 2]

Una especie de desorden productivo es el canon de la memoria involuntaria, y también del coleccionista. «Y mi vida era ya lo suficientemente larga como para que a más de uno de los seres que ella me ofrecía encontrase en regiones opuestas de mis recuerdos otro ser para completarlo... Así, un aficionado al arte a quien se le muestro la hoja de un retablo se acuerda de en qué iglesia, en qué museo, en que colección particular están dispersas las otras; (al igual que, siguiendo los catálogos de ventas o frecuentando los anticuarios, acaba por encontrar el objeto gemelo o que posee y que forma pareja con él, y puede reconstruir en su cabeza la parte inferior del cuadro el altar completo).» Marcel Proust, Le temps retrouvé [El tiempo recobrado], París, p. 158. La memoria voluntaria, por contra, es un registro que dota al objeto de un numero de orden bajo el que éste desaparece. «Ya habríamos estado ahí.» («Fue para mi una vivencia.») Queda por investigar cuál es la relación entre la dispersión del atrezo alegórico (del fragmento) y este desorden creativo.
[H 5, 1]

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