jueves, 4 de agosto de 2011

Marchant., P. (Sin título)

En: Archivos, Revista de Filosofía. Santiago: UMCE, 2006, N° 1, pp. 11-14



(Sin título)[1]
Patricio Marchant


Es fundamental distinguir entre el discurso filosófico universitario moderno y contemporáneo y la gran escritura filosófica. Y aunque esta coincida, a veces, en su referencia, sin embargo, ante todo, difiere el ‘cómo de su operación’ con lo que las universidades modernas y contemporáneas llaman “grandes pensadores”. Esta diferencia resulta ser, por lo demás, la negación de lo que las universidades modernas y contemporáneas básicamente pretenden, a saber: que ellas ‘saben’, que ellas ‘controlan todo el saber’.

Ahora bien, el discurso filosófico universitario moderno, en tanto momento del discurso universitario moderno, repite y consolida, como su posibilidad, la siguiente operación: “el saber como poder”.

La idea de un saber soberano en general, así como la idea de una universidad soberana en general, son producto necesario de la universidad contemporánea, la necesaria ilusión que de su maniobra resulta. Sin embargo, sólo por ingenuidad se podría pasar por alto el carácter de las fuerzas que originaron, mantuvieron y condicionaron la universidad moderna y, a través de la universidad moderna, la contemporánea; sólo por ingenuidad se podría omitir el carácter artificioso de un saber y universidad soberanos –para sí mismos– en general.

Entre esas fuerzas determinantes es decisiva ésta: la imperiosidad de sustraer el poder-del-saber, su producción y transmisión del poder eclesiástico para ponerlo al servicio del nuevo poder que se constituía como el moderno estado nacional. De ahí que el discurso filosófico universitario moderno se cumplirá en la determinación de los profesores de filosofía como funcionarios del Estado.

Dicha determinación no se reduce, empero, a la fácil utilización de la enseñanza, es decir, fácil utilización en cuanto plena concordancia del saber filosófico con el poder político. Por lo demás, esa plena concordancia no fue posible según lo muestran las reales y pesadas dificultades que tuvieron los grandes teóricos del estado moderno que desearon la identificación del discurso filosófico y el discurso filosófico universitario: Hegel en Alemania; Cousin y luego Comte en Francia.

Razón primordial de esa no plena concordancia es que el discurso filosófico universitario moderno, si bien coincide con los intereses generales de la sociedad moderna, no puede coincidir en determinado momento con los intereses inmediatos de sectores de las clases sociales gobernantes. En todo caso, la relación de servicio entre el ‘saber’ y el estado moderno fue reconocida por los pensadores del estado nacional moderno. Así Hegel escribe: “nuestros liceos y universidades son nuestras iglesias”. Y Cousin: “un profesor de filosofía es un funcionario del orden propuesto por el Estado para la cultura de los espíritus y de las almas, por medio de las partes más ciertas de las ciencias filosóficas”; “más ciertas”: Cousin no olvida que habla del estado nacional francés, cartesiano por tanto
.
Pero, igualmente, por un movimiento necesario, la universidad moderna que requirió de grandes discursos filosóficos para constituirse –porque la exigencia interna de su organización era la constitución de objetividades determinadas por principios fundamentales–, una vez organizada y triunfante, en su reconstitución como universidad contemporánea necesitó y sigue necesitando una estrategia precisa para mantener ignorancia sobre su fundamento.

Así, como momentos de esta estrategia se pueden enumerar, primero: la universidad contemporánea requiere prescindir de grandes discursos filosóficos que pudieran cuestionar sus fundamentos o que fuesen capaces de trabajar el discurso filosófico como tal; segundo, si bien la universidad contemporánea se declara independiente de la ‘realidad a ella exterior’, esto es, ante todo, de la lucha política, pues así participa en ella, en los casos normales, pues sabe que así participa con más eficacia en forma callada; tercero: para acabar con la idea de la unidad del saber, esto es, para impedir la pregunta por el sentido del saber, la universidad contemporánea diluyó el discurso filosófico en disciplinas compartimentadas: Teoría del Conocimiento, Estética, Lógica, etc., sin otro fundamento que omitir dicha pregunta. Y, junto con ello, creó también pequeños discursos filosóficos como el neokantismo alemán, el idealismo de la conciencia francés, los desesperados intentos del catolicismo por sostenerse como teoría filosófica, y actualmente, como aparente victoria final, la filosofía analítica: el pensar sometido, en última instancia, a los intereses de las compañías transnacionales; cuarto: la universidad contemporánea en cuanto discurso filosófico universitario contemporáneo necesitó y necesita igualmente otorgar como gesto moral, en tiempos normales, libertad de ideas para sus profesores y alumnos nunca antes conocida, previa decisión e indicación, ciertamente, de cuáles son los pensadores y textos fundamentales y, al mismo tiempo, decisión respecto de los textos que se omiten.

Además, la universidad contemporánea en cuanto discurso filosófico universitario contemporáneo, consolida el ensayo, la tesis, las críticas como el tipo de escritura competente, como la escritura universitaria; estilo que desemboca en la reducción de la filosofía a papers.

Tal libertad de ideas es concretamente, entonces, férreo sometimiento de profesores y alumnos a la más mezquina de las represiones: la producción teórica filosófica que se regula por las normas de la producción técnica extrafilosófica. Por todo ello la universidad contemporánea debe forzarse a ignorar la operación de su saber, es decir, de las fuerzas, los deseos, los gestos, las relaciones de poder, en una palabra, las escenas en que se funda.

El discurso filosófico universitario moderno y contemporáneo determina la idea filosófica como lo por esencia sin escena. Por ello, si al trabajo teórico en las escenas que condicionan las ideas filosóficas lo llamamos escritura, la oposición concreta al discurso filosófico universitario se cumple sólo cuando tal escritura se deja producir.
Así, Nietzsche y Marx; y luego, primero como intento de reformular el sentido del saber y la universidad en Qué es Metafísica y el Discurso Rectoral y, después, sin lograr desprenderse simplemente del discurso filosófico universitario, el decir del pensar: la filosofía de Heidegger. Y también o, ante todo, como formas de escritura que porque fundadas en otra relación entre formas diversas de saberes y artes llamamos: formas ejemplares de escritura, Artaud, Bataille.

Ahora bien, si las universidades europeas o yankees deben ignorar otras escrituras que pongan en cuestión su pretensión de dominar el saber, los departamentos de filosofía de la universidad chilena nada saben de una escritura otra que la escritura universitaria: departamentos que en su versión moderna fueron fundados en una universidad creada por el poder y el saber del pensamiento positivista comteano.

Dichos departamentos, al fundarse, se definieron como la ignorancia a toda realidad exterior a ellos mismos. Y por cierto, en la ignorancia de su escena: pues que sepamos, el discurso de Comte no ha sido jamás enseñado en Chile por esos departamentos.

Todo lo anterior justificaría la creación de un centro de estudios distinto en sus fines, en su procedimiento, en su técnica de enseñanza, y que tendría como propósito central dar a conocer y trabajar todas las formas de escritura que escapan al discurso universitario.

Si el centro de estudios se propone mantener seminarios, cursos, conferencias, etc., debe entender que de lo que tradicionalmente se entiende por ellos, se conserva únicamente el nombre.




[1] Este texto fue leído por Patricio Marchant en el Departamento de Filosofía de la Universidad Metropolitana en 1983.

No hay comentarios: