jueves, 7 de mayo de 2009

Benjamin, El problema de la sociología del lenguaje

El problema de la sociología del lenguaje
Walter Benjamin


Si se habla de la sociología del lenguaje como de un terreno fronterizo, se está por de pronto pensando sólo en un terreno común a las ciencias que recuerdan de modo inmediato la palabra: la ciencia del lenguaje y la sociología. Pero si nos acercamos más al círculo del pro­blema, resulta que éste se extiende a un buen número de otras disciplinas. No haremos ahora más que aludir a las cuestiones que han ocupado especialmente en los últimos tiempos a la investigación y que por ello son ob­jeto de la exposición que sigue. Como problema medular pertenece a la psicología infantil la influencia de la co­munidad parlante sobre el lenguaje de cada uno; la cues­tión, todavía en debate, de la relación entre lenguaje y pensamiento apenas se puede abordar, como se mostrará luego, sin los materiales de la psicología animal; los nue­vos careos sobre el lenguaje mímico y el lenguaje oral están obligados a la etnología; y por último la psicopa­tología ha arrojado luz sobre cuestiones importantes para la sociología del lenguaje a las que ya Bergson había pro­curado sacar enseñanzas de alto rango.
En la pregunta por el origen del lenguaje colindan unos con otros de la manera más espontánea y conveniente los problemas cardinales tanto, de la ciencia lingüística como de la sociología. Sin perjuicio de los reparos metódicos que por múltiples lados se alzan en contra, convergen en este punto numerosas e importantes investigaciones. Al menos el planteamiento de la cuestión se acredita como punto de fuga hacia el que se orientan naturalmente las teorías más diversas. Por de pronto diremos algo sobre los reparos. Los tomamos de la obra ya típica de Henri Delacroix Le langage et la pensée, que es una especie de enciclopedia de la psicología general del lenguaje. “Los orígenes suelen, como se sabe, estar en lo oscuro... La historia del lenguaje no retrotrae a los orígenes, ya que el lenguaje representa la condición previa de la historia. Siempre tiene que habérselas solo con lenguajes muy des­arrollados, tras de los cuales hay un pasado importante del que nada sabemos. El origen de determinados len­guajes no es idéntico al origen del lenguaje en sí. Los lenguajes conocidos como más antiguos nada tienen de primitivos. Sólo nos muestran las modificaciones a las que el lenguaje está sometido; pero no nos enseñan cómo ha surgido... La única base de que disponemos es el aná­lisis de las condiciones de la posibilidad del lenguaje, las leyes del devenir lingüístico, observando cómo evo­luciona... El problema, por tanto, debe ser remitido para más adelante”[1]. A estas prudentes reflexiones añade el autor un breve resumen de las construcciones con las que desde siempre han procurado los investigadores tender un puente sobre ese abismo de lo desconocido. Entre ellas es la más popular la que, a pesar de su forma primitiva, sometida hace tiempo a la crítica científica, representa el acceso a las cuestiones centrales de la investigación ac­tual.
“El hombre se inventó el lenguaje en tonos de natura­leza viva”, dice Herder. Y con ello sólo echa mano de reflexiones del siglo diecisiete, cuya alacridad histórica ba­rruntó madrugadoramente y cuyas especulaciones sobre el lenguaje primigenio y el origen de todas las lenguas ha tratado Hankamer en una obra digna de toda atención[2]. Sólo se necesita consultar a Gryphius y a Harsdoerffer, a Rist y a sus seguidores de Nürenberg, para percatarse de la resonancia que en aquel espacio de tiempo encontró el lado puramente fonético del lenguaje. Para una reflexión menos crítica desde siempre ha sido la teoría más próxima la onomatopéyica acerca del origen del lenguaje. Por el contrario, la crítica científica ha buscado limitar esencial­mente la importancia del factor onomatopéyico, sin que por ello haya dicho, la última palabra respecto al problema en sus muchos flancos.
Hace poco ha dedicado a esta cuestión un estudio Karl Bühler. En él se dice del lenguaje: “Herder y otros han afirmado que antaño servía a la pintura”[3]. Bühler con­vierte en tema propio esta afirmación y se esfuerza por poner de bulto las circunstancias que han dado cerrojazo a las ocasionales inflexiones onomatopéyicas de las len­guas. De pasada se refiere a hechos de la historia lin­güística, acogiendo la afirmación de Lazarus Geiger según el cual “sólo en formaciones bastante tardías podría pro­barse la proclividad del lenguaje a acercarse descriptiva mente a los objetos”[4]. Pero la argumentación de Bühler es sobre todo de índole sistemática. Ni siquiera se le ocu­rre negar las posibilidades onomatopéyicas de la voz hu­mana. Más bien las estima de la manera más alta que pueda pensarse. Sólo que la lista de esas posibilidades le parece ser en conjunto una serie de “ocasiones perdidas”. La actividad onomatopéyica del lenguaje histórico está, según constata Bühler, proscrita de una influencia sobre la totalidad de la palabra. Unicamente puede expresarse en algunos niveles interiores. Así hoy. Y así era también antes: “Imaginemos a la izquierda el camino que lleva al predominio del principio onomatopéyico y a la derecha el que conduce a la representación simbólica. Nadie dis­cute que todas las lenguas conocidas, incluso la de los actuales pigmeos, apenas toleran elementos onomatopé­yicos. Por lo cual es por completo improbable que du­rante un cierto tiempo se haya seguido la calle de la izquierda para luego recorrerla en sentido inverso, de tal modo que, según obligaría a aceptar el testimonio de todas las lenguas conocidas, las huellas de la primera tendencia quedasen borradas por entero”[5]. Y así llega Bühler a opinar como Charles Callet, que se atiene a una imagen muy sugerente: “Las improntas onomatopéyicas no ex­plican ninguna lengua; a lo sumo explican su sensibili­dad, el gusto de una raza o de un pueblo... En un idioma ya formado se encuentran como los farolillos de papel y las serpentinas en la fronda de un árbol un día de fiesta popular”[6].
Con mayor estímulo que las prudentes reflexiones de Karl Bühler han influido sobre los debates científicos cier­tas variantes de la teoría onomatopéyica, que Lévy‑Bruhl ha intentado fundamentar en sus investigaciones acerca de la actitud espiritual de los primitivos. En ellas se re­fiere con insistencia al elemento, gráfico en su lenguaje; habla de su hábito en cuanto al dibujo, sobre cuyos orí­genes volveremos luego. “La necesidad de describir dibu­jando puede tener su expresión... en el procedimiento que los alemanes viajeros y descubridores llamaron ‘Laut­bilder’, esto es, dibujos y reproducciones de lo mentado que llegan a formarse con la voz. El lenguaje de Eva, dice Westermann, dispone de medios extraordinariamente ricos para reproducir de manera inmediata una impresión por medio de tonos. Esta riqueza procede de su inclina­ción casi irresistible a imitar todo lo que sea audible. E igualmente todo lo que se vea y en general lo que se perciba... y en primera línea los movimientos. Pero esas imitaciones o reproducciones vocales, esos ‘Lautbilder’, se extienden a tonos, colores, percepciones del gusto e im­presiones táctiles... No se puede, por tanto, hablar en sentido estricto de creaciones onomatopéyicas. Más bien se trata de comportamientos vocales descriptivos”[7]. La concepción del lenguaje primitivo como un comportamiento vocal descriptivo abre, según la convicción de este inves­tigador, la comprensión de las cualidades mágicas que le son propias en el sentido de los primitivos y cuya ex­posición constituye el centro de su teoría.
Las opiniones doctrinales de Lévy‑Bruhl han repercu­tido más allá de Francia y también en Alemania han encontrado su expresión. Baste recordar la filosofía del len­guaje de Ernst Cassirer[8]. Su ensayo de comparar los pri­mitivos conceptos del lenguaje con la forma de los con­ceptos míticos, en lugar de reunirlos bajo, la forma de los conceptos lógicos, está manifiestamente influido por Lévy-Bruhl. “Lo que diferencia a ambos, a los conceptos mí­ticos y lingüísticos de los conceptos lógicos, y lo que per­mite agrupar a los primeros en un género independiente, es en primer lugar la circunstancia de que en ellos pa­rece denotarse una misma dirección de la concepción espiritual opuesta a la dirección en que discurre el movi­miento de nuestro pensamiento teorético... En ella domi­na... en lugar de un ensanchamiento de la percepción, más bien su angostamiento extremo; en lugar de la expansión, que paulatinamente conduce a través de nuevos círculos del ser, el impulso hacia la concentración; en lugar de su esparcimiento extensivo, su comprensión intensiva. La con­dición previa para todo, pensamiento y toda figura míticos está en la reunión de todas las fuerzas en un solo punto”[9]. Es la misma concentración y compresión que ha motivado que Lévy‑Bruhl adjudique a las lenguas primitivas un rasgo especial en cuanto a lo concreto. “Puesto que en ellas todo se expresa en conceptos‑imágenes, el vocabu­lario de dichas lenguas ‘primitivas’ tiene que disponer de una riqueza de la que las nuestras sólo nos dan un concepto muy lejano”[10]. Y a su vez son los mismos com­plejos en los que radica la magia del lenguaje de los pri­mitivos a la que Cassirer ha dedicado especialmente su atención. “Se ha designado. . a la concepción mítica como concepción ‘compleja’ para distinguirla, por medio de esa característica, de nuestra manera teorético‑analítica de considerar las cosas. Preuss, que fue quien acuñó esta expre­sión, señala por ejemplo que en la mitología de los indios Cora... la percepción del cielo nocturno y del diurno como un todo ha tenido, que preceder a la percepción del sol, de la luna y de los otros astros”[11]. Así Cassirer; y así tam­bién Lévy‑Bruhl, que avanza en la misma dirección y dice del mundo del primitivo que no, conoce percepción algu­na “que no esté comprendida en un complejo mítico; nin­gún fenómeno, ningún signo que sólo sea signo; ¿cómo podría una palabra no ser más que una palabra? Toda forma objetual, toda imagen plástica posee cualidades mí­ticas: la expresión lingüística, que es un dibujo oral, tam­bién la tiene necesariamente. Y este poderío no sólo es inherente a los nombres propios, sino a todos los tér­minos de cualquier índole que sean”[12].
El careo con Lévy‑Bruhl tenía que elegir entre dos puntos de partida. Se podía hacer que la distinción, que él procura fundar entre la mentalidad primitiva y la más elevada, se tambalease por medio de la crítica al con­cepto habitual de esta última que comporta rasgos posi­tivistas; pero también se puede poner en duda la im­pronta especial que ha encontrado en este investigador el concepto de mentalidad primitiva. Por el camino primero se adentra Bartlett en su Psychology and Primitive Cul­ture[13] y por el segundo Leroy en su Raison primitive.
El libro de Leroy es de antemano interesante porque ma­neja con precisión suma el método inductivo, sin hacer suya la manera positivista de pensar que para Lévy‑Bruhl depara la medida más asequible para enjuiciar los fenó­menos. Su crítica señala por de pronto las oscilaciones que, en el curso de una investigación etnológica, determi­nan los equivalentes lingüísticos de una actitud espiritual “primitiva”. “Todavía no hace mucho tiempo que el con­cepto de lo primitivo ponía ante nuestros ojos en cuanto a su silueta y su porte un pithecanthropus fabuloso al que le preocupaba mucho más su alimentación que las ‘par­ticipaciones místicas’. A este salvaje, cuyo lenguaje debía de estar muy cerca de las expresiones onomatopéyicas del gibón, se le adjudicaban únicamente medios expresivos lingüísticos muy limitados; y en la indigencia supuesta de su vocabulario se veía una característica de la men­talidad primitiva. Hoy por el contrario se sabe que las lenguas de los primitivos se caracterizan por la riqueza del vocabulario tanto, como por su plenitud formal; y a su vez esa riqueza tiene valor designo, en cierto modo de marca de fuego del comportamiento primitivo”[14].
Pero en este contexto de teoría del lenguaje a Leroy le importa menos atacar las disposiciones fácticas en Lévy-Bruhl y más impugnar la interpretación que da de ellas. Y así dice sobre el intento de cargar a una actitud espi­ritual primitiva la sorprendente concreción del lenguaje: “Si el lapón tiene términos especiales para designar a un rentero de uno, dos, tres, cinco, seis y siete años; si tiene veinte términos para hielo, once para frío, cuarenta y uno para las diversas índoles de nieve; cuarenta y seis para las diversas índoles de helada y de deshielo; tal riqueza no es el resultado de una intención especial, sino de la vital necesidad de crear un vocabulario que corresponda a las exigencias de una civilización polar. Sólo porque en realidad una nieve dura, blanda o desleída representa cir­cunstancias de valor muy diverso en orden a su com­portamiento, las distingue el lapón lingüísticamente”[15]. Leroy no se cansa de poner a la luz lo problemático que es comparar meras costumbres, modos de representación, ritos con los correspondientes de pueblos civilizados; urge más bien a investigar las circunstancias enteramente es­peciales de la forma de economía, del mundo entorno, de la constitución social, en cuyo marco no poco de lo que a primera vista parece estar en contraposición con un comportamiento racional se da a conocer como adecuado a su fin. Y lo hace con tanta mayor razón, ya que el empeño de comprobar de antemano en fenómenos lin­güísticos muy divergentes síntomas de comportamiento prelógico puede ocluir la visión de modos de conducta más simples, pero no por eso menos ilustrativos. En con­ secuencia cita contra Lévy‑Bruhl lo que Bally[16] dice acer­ca del lenguaje especial que hablan las mujeres de los cafres cuando están entre ellas: ¿es este caso tan dis­tinto al de un juez francés, que cuando está en casa habla como hablan todos los demás, pero que cuando instruye un protocolo escribe un galimatías que no entiende la ma­yoría de sus conciudadanos?
La importante obra de Leroy es de naturaleza pura­mente crítica. Su objeción apunta, como ya hemos ad­vertido, en último término contra el positivismo, cuyo correlativo inevitable le parece ser el “misticismo sociológico” de la escuela de Durkheim. Esa actitud es espe­cialmente perceptible en el capítulo sobre “encantamien­tos”, que con una reflexión tan simple como sorprendente se opone a la valoración psicológica de ciertas represen­taciones de los primitivos. El autor exige constataciones sobre el grado de realidad, o lo que es lo mismo de la evidencia, que poseen los objetos de la fe mágica para la comunidad que se apega a ella. Para esa comunidad y tal vez no únicamente para ella sola. Leroy hace valer el testimonio que los europeos han dado de ciertos datos mágicos. Con razón los tiene por contundentes. Puesto que aunque ese testimonio quizá se apoye en percepcio­nes dislocadas, alteradas por la sugestión, no cabe duda que contradice la condición específicamente primitiva de esa fe. Nada más lejos de Leroy que bosquejar una doc­trina propia; por eso en más de un pasaje su esfuerzo mira por mantener abiertos los hallazgos etnológicos frente a cualquier interpretación, incluida la romántica y otra que favorecen ciertos teólogos, según la cual los llamados primitivos” no son sino una especie en decadencia de la naturaleza humana originalmente íntegra o, dicho con mayor prudencia, sucesores degenerados de altas épocas de cultura.
No suponemos por ello que la crítica de Leroy, aguda y con bastante fundamento, haga que desaparezca sin dejar huellas la doctrina de Lévy-Bruhl. La sociología no puede enquistarse metódicamente en ninguno de sus ob­jetos; en cada uno de ellos están interesadas muchas otras disciplinas. Y en el que aquí tratamos, la magia verbal, la psicopatología en primer lugar. Resulta, desde luego, innegable que la concepción de Lévy‑Bruhl (y de ahí viene la consideración que ha encontrado) mantiene un contacto, que es el más íntimo que imaginarse pueda, con los problemas científicamente planteados en este te­rreno. La doctrina de la magia verbal no puede en él desgajarse del enunciado capital de su doctrina, esto es, que la vigencia de la consciencia de identidad es en los primitivos limitada. Pero dichas limitaciones, explíquese­las como se las explique, se encuentran con frecuencia en las psicosis. Y cuando Lévy‑Bruhl habla de una ceremo­nia en la que los miembros de una misma tribu sacrifican al mismo tiempo un mismo pájaro (del que explícitamente se habla como del mismo en diversos lugares), de lo que se trata es de una convicción que no está aislada ni en el sueño ni en la psicosis. En ellos es realizable la iden­tidad –no igualdad o semejanza- de dos objetos o situaciones diversos. Constatación ésta en la que desde luego va implicada una reserva. ¿No le debemos a la psicosis una explicación psicológica, igual que a la men­talidad primitiva (y con ella quizá mediatamente a la psicosis también) le debemos una explicación histórica? Y ésta es la que Lévy‑Bruhl no ha intentado. Más que su confrontación entre actitud espiritual primitiva e histórica, que Leroy quiere anular, resulta sospechosa la falta en él de mediación entre ambas. La influencia catastrófica de la escuela de Frazer sobre su obra consiste en que la dimensión histórica está cerrada para él.
Hay un punto de especial alcance en la controversia entre ambos investigadores. Se trata del problema del len­guaje gestual. Su vehículo más importante es la mano: el lenguaje de la mano, el más antiguo, según Lévy‑Bruhl, con que tropezamos. Pero Leroy es mucho más reservón. No sólo ve en el lenguaje gestual una forma de expresión menos pintoresca que convencional, sino que considera su expansión como consecuencia de circunstancias secun­darias, por ejemplo de la necesidad de entenderse a largas distancias que el sonido no cubre, o para ponerse sin ruido de acuerdo con un compañero durante la caza y cara a un animal salvaje. Hace hincapié en que el lenguaje gestual no está extendido sin excepción, y que por con­siguiente no puede servir como eslabón en una cadena de primeros movimientos expresivos que conduzca al len­guaje. Es fácil el juego de Leroy frente a las propuestas de Lévy‑Bruhl, que muchas veces parece que van dema­siado lejos. No sería del todo así, si con Marr exponemos la siguiente reflexión simple, sobria: “El hombre primi­tivo, que no dominaba ningún lenguaje de sonidos articu­lados, estaba de hecho contento cuando de alguna ma­nera podía señalar un objeto o mostrarlo, para lo cual disponía de un instrumento especial, acomodado a tal pro­pósito, la mano, que tanto caracteriza al hombre res­pecto del restante mundo animal... La mano o las manos eran la lengua del hombre. Movimientos de mano, gestos de la cara y en algunos casos movimientos del cuerpo ago­taban los medios de creación de lenguaje”[17]. Y así llega Marr a una proposición con la que quiere sustituir con elementos constructivos los elementos fantásticos de la teoría de Lévy‑Bruhl. Opina que es “completamente impensable que la mano, antes de que los instrumentos la releven en cuanto productores de bienes materiales, fuese sustituida como productora de un valor espiritual, del lenguaje, y que ya entonces pasase un lenguaje de sonidos articulados a ocupar el sitio del lenguaje de las manos. La base de la creación del lenguaje por sonidos debió más bien ser puesta por medio de algún proceso produc­tivo de trabajo. Sin determinar con mayor exactitud la índole del citado trabajo, podemos, sí, desde ahora sos­tener en general que el surgimiento del lenguaje articulado no sucedió antes de que la humanidad pasase al trabajo productivo con ayuda de instrumentos elaborados arti­ficialmente”[18].
Los escritos de Marr han procurado introducir en la ciencia del lenguaje una serie de ideas nuevas y en gran parte chocantes. Dichas ideas son por un lado de un al­cance demasiado grande para que resulte lícito pasarlas por alto, y por otro lado parecen demasiado discutidas para que sea éste lugar apropiado a su debate. Por eso se ajusta a nuestro propósito aducir el conciso esquema que da Vendryès de ellas. “Esa teoría, dice Vendryès, ha surgido en el Cáucaso, cuyas lenguas conoce Marr mejor que ningún otro. Ha procurado agruparlas para poner en claro su parentesco. Pero el trabajo le llevó más allá del Cáucaso y ha creído poder constatar que dichas lenguas presentan un parentesco sorprendente con el vasco. De ello ha concluido que las lenguas del Cáucaso y el vasco, que se han conservado en terrenos montañosos, poco ex­puestos a incursiones, componen hoy el resto aislado de una gran familia lingüística que tuvo su asiento en Europa antes de la inmigración de los indoeuropeos. Ha propuesto designar a dicha familia como jafetita... En tiempos in­memoriales las masas de los pueblos de esa familia lin­güística pasaron, como cadena ininterrumpida de castas emparentadas, desde los Pirineos... hasta los más ale­jados territorios de Asia. Y en ese vigoroso territorio las lenguas jafetitas fueron predecesoras de las indoeuropeas... El alcance de esta hipótesis es patente”[19].
La doctrina de Marr jamás niega sus relaciones para con el materialismo dialéctico. A este respecto es decisivo su esfuerzo por poner fuera de juego en la ciencia del lenguaje la vigencia del concepto de raza e incluso de pueblo en favor de una historia lingüística fundada en los movimientos de clase. Las lenguas indoeuropeas, opina Marr, no son las lenguas de una raza determinada. Más bien representan “la situación histórica de la misma lengua, cuya situación prehistórica es representada por las jafe­titas... Donde ha surgido la lengua indoeuropea, su por­tadora ha sido siempre una determinada clase dominante... y con ella, con tal clase dominante se extendió, según todos los visos, no una lengua indoeuropea concreta, for­mada ya por entero, o una lengua común originaria que jamás ha existido, sino una formación lingüística, tipoló­gicamente nueva, que procura el tránsito desde las lenguas prehistóricas, jafetitas, a las históricas, indoeuropeas”[20]. Parece entonces que lo esencial en la vida de las lenguas es la vinculación de su devenir con determinadas agrupa­ciones sociales, económicas, que están a la base de las agrupaciones de estamentos y estirpes. No se da la posi­bilidad de hablar respecto del pasado lingüísticamente de pueblos. Más bien observamos en la misma configura­ción nacional lenguas tipológicamente diversas. “En una palabra, que no es científico, y que carece de todo apoyo real, acercarse a una u otra lengua de las llamadas cultu­ras nacionales como a lenguas madres, que las masas utilizan, de toda la población; la lengua nacional como fenómeno independiente de estamentos y de clases es por de pronto una ficción”[21].
La ciencia del lenguaje al uso es, y el autor insiste una y otra vez en ello, poco apropiada para desentrañar los problemas sociológicos que se esconden en las lenguas de capas populares oprimidas. De hecho resulta notable que la ciencia lingüística, incluida la más reciente, se haya dedicado tan escasas veces al estudio de los “argots”, aun­que no fuese sino por interés puramente filosófico. Una obra que señala el camino de ese estudio, está pasando desde hace ya veinte años inadvertida. Nos referimos a Le génie de l'argot, de Alfredo Niceforo. El pensamiento metódico fundamental de la obra consiste en la delimi­tación del “argot” frente al lenguaje corriente del pueblo bajo; pero su medula sociológica la constituye la carac­terización de este último. “El lenguaje corriente del pue­blo común es en cierto sentido un distintivo de clase, del cual el grupo al que le es propio está orgulloso; al mismo tiempo es una de las armas con cuya ayuda ataca el pueblo oprimido a la clase de los señores cuyo lugar quiere ocu­par”[22]. “En este contexto, en la expresión que en él encuentra el odio, cobra más que en otros validez toda la fuerza pletórica reunida en el lenguaje del pueblo co­mún. De Tácito ha dicho Víctor Hugo que tenía su len­guaje una mortal fuerza corrosiva. ¿Y no hay más fuerza corrosiva en una sola frase del lenguaje del pueblo bajo, más veneno que en toda la prosa de Tácito?”[23]. Por con­siguiente según Niceforo el lenguaje usual bajo aparece como un distintivo de clase y es un arma en la lucha de clases. Su característica dominante habrá que buscarla por un lado en el desplazamiento de las imágenes y de las palabras en la dirección de la expresividad material; por otro lado en la inclinación a hacer camino analógicamente a las transiciones de una idea a otra, de una a otra pala­bra”[24]. Ya en 1909 señaló Raoul de la Grasserie[25] la ten­dencia popular a preferir en la expresión de lo abstracto imágenes del mundo del hombre, de los animales, de las plantas y hasta de las cosas inanimadas. El avance de Niceforo consiste en reconocer al argot (entendido en un sentido amplio) su función de instrumento en la lucha de clases.
Un acceso mediador hacia la sociología ha encontrado la ciencia del lenguaje en la llamada “investigación de la palabra y de la cosa”. La introdujo la revista Wörter und Sachen fundada por Rudolf Meringer y que está ahora en su año 16. El procedimiento del círculo de investiga­dores dirigido por Meringer se distingue del acostum­brado por su especialísima consideración de las cosas de­signadas por los términos. Con frecuencia ocupa el pri­mer plano el interés tecnológico. De esta escuela tene­mos estudios lingüísticos sobre la preparación del suelo y la del pan, sobre el tejer y el hilar, sobre la cría de caballos y ganados –para citar sólo procesos económicos más primitivos[26]-. No pocas veces la atención se dirige más que a la comunidad lingüística a sus medios de producción, pero el tránsito de éstos a aquélla es forzoso. Concluyendo dice Gerig en su estudio: “Términos y cosas caminan juntos... Por la mediación de las fuerzas de tra­bajo en camino podrá la palabra proseguir separada de la cosa... Esas fuerzas de trabajo en camino fueron ya antes un factor tan importante en la vida económica de cada país, que con ellas tuvo que emigrar de un país a otro una gran cantidad de expresiones técnicas. Todos los estudios de la terminología económica artesanal ten­drán que habérselas más detalladamente con el alcance de esta repercusión... Con los trabajadores no sólo se tras­plantan términos locales a otros territorios, sino que tam­bién vuelven con ellos al país de origen términos ex­tranjeros”[27].
Pero la investigación topa con los objetos y problemas, que se discuten en estos trabajos históricos, en su figura actual. A la que reciben no sólo por medio de la cien­cia, sino más decisivamente por medio de la praxis. En primer lugar están las aspiraciones normativas de los téc­nicos, que se interesan especialmente en la univocidad de su vocabulario. Hacia 1900 abordó la Unión de Ingenie­ros Alemanes el trabajo de un amplio diccionario tecno­lógico. En tres años habían reunido más de tres millones y medio de fichas con palabras. Pero “en 1907 calculaba el presidente que serían precisos cuarenta años para, con el mismo personal en la dirección de la obra, poner el ma­nuscrito del diccionario tecnológico en estado de impre­sión. Se detuvieron los trabajos después de que habían ya devorado medio millón”[28]. Se puso de manifiesto que un diccionario de esa índole tenía que tener como base una orientación hacia las cosas mismas en figura de un orden sistemático, para tal objeto el orden alfabético es­taba superado. Señalemos además que los últimos problemas fronterizos de la ciencia del lenguaje han encon­trado expresión detallada. En un tratado,[29] ha dedicado Leo Weisgerber –editor entonces de la citada revista Wörter und Sachen- una atención penetrante a las inter­dependencias entre lenguaje y cultura material. Es de las aspiraciones normativas de la técnica de donde proceden los esfuerzos más serios por un lenguaje mundial, idea que desde luego tiene un árbol genealógico viejo de siglos. Este a su vez representa en sus ramas logísticas un objeto, que merecía la pena que el sociólogo considerase muy especialmente. El círculo vienés de la “Sociedad para filosofía empírica” ha dado a la logística nuevos impulsos.
Sobre ello encontramos información prolija en Carnap[30]. El sociólogo que se preocupa por los datos de la logística, tendrá siempre presente que su interés se oriente exclusi­vamente a las funciones de representación de los signos. Así Carnap: “Si decimos que la sintaxis lógica trata al lenguaje como cálculo, no decimos con ello... que el len­guaje no sea más que cálculo. Decimos sólo que la sin­taxis se limita a tratar el lado conforme a cálculo, esto es formal, del lenguaje. Un verdadero lenguaje tiene ade­más otros lados”[31]. La logística tiene que habérselas con la forma de representación del lenguaje como un cálculo. Lo peculiar consiste en que a pesar de ello siga pretendiendo llevar con derecho su nombre de logística. “Según la concepción usual la sintaxis y la lógica son... en el fondo teorías de índole muy diversa... En contraposición con las reglas de la sintaxis las de la lógica son no‑for­males. En contra de lo cual debe imponerse la concepción de que también la lógica tiene que tratar las proposiciones formalmente. Veremos cómo las propiedades lógicas de las proposiciones... dependen sólo de su estructura sintác­tica... La diferencia entre las reglas sintácticas en sentido estricto y las reglas de la conclusión lógica no es más que una diferencia entre formación y transformación, pero ambas se sirven de determinaciones sintácticas”[32]. Pero esta cadena de pruebas no escoge sus eslabones en el lenguaje de palabras. La “sintaxis lógica” de Carnap trabaja más bien con los llamados lenguajes de coorde­nadas, entre los cuales resalta dos: el primero –el len­guaje” de la aritmética elemental- es sólo lógico; el se­gundo –el “lenguaje” de la matemática clásica- abarca también signos descriptivos. La exposición de estos dos cálculos forma el fundamento de una “sintaxis de cual­quier lenguaje” que coincide con la lógica general de la ciencia. En sus reflexiones se acredita la traductibilidad a maneras formales de hablar, esto es a frases sintácticas, como “criterium” de que separa a las auténticas pro­posiciones lógico‑científicas por un lado naturalmente de las sumarias de la ciencia empírica y por otro lado de las “restantes proposiciones filosóficas” (a las que llama­ríamos metafísicos). “Las proposiciones de la lógica de a ciencia son formuladas como sintácticas; pero no por ello se inaugura un sector nuevo. Puesto que las propo­siciones de la sintaxis son en parte proposiciones de la aritmética, en parte proposiciones de la física, a las que se llama sintácticas sólo porque es posible referirlas a hechuras lingüísticas. La sintaxis pura y descriptiva no es otra cosa que la matemática y la física del lenguaje”[33]. A esta división de la filosofía en lógica de la ciencia y metafísica pertenece como complemento otra determi­nación de los logísticos: “Las supuestas proposiciones de la metafísica... son proposiciones sólo en apariencia; no tienen ningún contenido teorético”[34].
No son los logísticos los primeros que han llevado a debate la sintaxis lógica de las lenguas; antes que ellos había Husserl hecho un primer intento, y con ellos el se­gundo[35], de aclarar esos problemas. Lo que en Husserl se presenta como “gramática pura” se llama en la obra fundamental de Bühler, que tanto remite a Husserl, “se­matología”. Su programa exige “ocuparse de los axiomas, que... habrá que ganar por reducción de las reservas de la bien lograda investigación lingüística. D. Hilbert llama a este procedimiento pensamiento axiomático y lo exige... para todas las ciencias”[36]. Si Bühler remite en último término a Husserl su interés axiomático, cita al comienzo de su libro a Hermann Paul y a Saussure como maestros de esa “investigación lingüística bien lograda”. Del pri­mero adquiere la evidencia de la ayuda que incluso el empírico más importante podría esperar de una funda­mentación objetiva de la ciencia del lenguaje tal y como Paul supo darle; su intento de reducir ese fundamento a física y psicología pertenece a una época superada. La referencia a Saussure no concierne tanto a su fundamen­tal distinción entre una “linguistique de la parole” y una “linguistique de la langue” como a su queja metodoló­gica. “Sabe que las ciencias del lenguaje constituyen el meollo de una sematología general... Pero no es capaz de sacar de esta idea redentora fuerza para aclarar que ya en los datos iniciales de la lingüística no es física, fisiología o psicología lo que hay, sino facta lingüísticos y no otra cosa”[37].
Y para poner estos facta de manifiesto, construye el autor un “modelo de organon del lenguaje”, con el que recupera, frente al individualismo, y al psicologismo del siglo pasado, la contemplación objetiva del lenguaje fun­dada por Platón y Aristóteles. Dicha contemplación con­viene y mucho a los intereses de la sociología. En el mo­delo de “organon” del lenguaje señala Bühler sus tres funciones originales: manifestación, repercusión y repre­sentación. Estos son los términos de su trabajo sobre la frase aparecido en el año 1918[38]. En la nueva Teoría del lenguaje dice en cambio: expresión, apelación y represen­tación. El punto de gravedad de la obra está en el tratamiento del tercer factor. “Hace ya unos años colocó Wundt el lenguaje humano de sonido articulado junto con todo lo que pertenece a la expresión de animales y hombres... Quien se haya abierto paso hasta la evidencia de que expresión y representación presentan estructuras diferentes, tiene planteada la tarea de elaborar una segunda consideración comparativa para colocar al lenguaje con todo lo que esté llamado a representar”[39]. Hablaremos también del concepto fundamental en el que con dicha consideración se adentra Bühler. ¿Pero cuál es la significación que el concepto de repercusión o de apelación tiene en el cita­do modelo de organon del lenguaje?
A continuación, Bühler sigue a Brugmann[40] que se había propuesto comprobar, análogamente a las índoles de acción que hay que distinguir en un verbo, modos demostrar cuya diversidad se expresa en los pronombres demostrativos. En consecuencia, el autor adjudica a las funciones de repercusión apelación o señal un determina­do nivel que define como campo mostrativo. Se sustrae a nuestro breve resumen exponer cómo determina su cen­tro por medio de las marcas del “aquí”, del “ahora” y del “yo”; cómo acompaña al lenguaje en su camino desde el objeto real de la señal hasta lo que es “deixis en phan­tasma”. Basta con que “el dedo que muestra, instrumento natural de la demonstratio ad oculos, sea substituido por otras ayudas... Pero la ayuda que él procura junto con sus equivalentes nunca podrá faltar del todo”[41]. Por otro lado hay lugar a una reducción de su alcance. “Nos en­contramos hoy con un mito moderno sobre el origen del lenguaje que... acoge el tema de los términos mostrativos como si éstos fuesen los términos originarios del len­guaje humano... Pero hay que insistir en que deixis y nombrar suponen dos clases de términos que hay que separar con toda firmeza, sin que, por ejemplo en cuanto al indogermánico, resulte justificado aceptar que una de esas clases ha surgido de la otra... Se debe... separar los términos mostrativos de los nominativos y su distinción no puede suprimirse por una especulación cualquiera sobre el origen”[42].
La teoría bühleriana de los términos nominativos es, como la de los términos mostrativos, una teoría de cam­pos. “Los términos nominativos desempeñan su función de símbolos y reciben el cumplimiento específico de su significación... en el entorno sinsemántico. En este libro se expone una doctrina de dos campos”[43]. Su importan­cia está desde luego en la fertilidad relevante que dentro de una consideración histórica desarrollan las categorías procuradas por el interés metódico de Bühler. Se trata del más grande proceso de la historia del lenguaje, que en­cuentra en estos campos su escenario. “En el gran paso evolutivo del lenguaje humano se puede representar como sistema primero el sistema unitario de las voces mostra­tivas. Pero luego vino la necesidad de implicar también lo que está ausente, esto es de liberar la manifestación de sus ligaduras situacionales... Comienza pues la liberación de la manifestación lingüística del campo deiknímico de la demonstratio ad oculos”[44]. Y en la misma medida en que “las manifestaciones lingüísticas quedan, según su contenido representativo, libres de los momentos de una situación de hablar concreto, están los signos del lenguaje sometidos a un orden nuevo, recibiendo sus valores de campo en el campo de los símbolos”[45]. La emancipación de la representación lingüística de la situación respectiva en que se habla expone el punto de vista bajo el cual busca el autor comprender unitariamente el origen del lenguaje. Rompe pues con la reserva ostentosa que es regla frente a este problema en la escuela francesa ‑pensemos en Delacroix. Habrá que escrutar con inte­rés el moderno “mito del origen del lenguaje” que, sobre la base de los conocimientos de su teoría lingüística, anun­cia para un futuro próximo.
Las investigaciones expuestas se ordenan más próxima o más lejanamente, en una ciencia progresiva de la so­ciedad. Pero es además evidente que en las actuales cir­cunstancias alcanzan también vigencia tendencias regre­sivas. No nos plantearemos si es o no es casualidad que esas tales se ensayen con menos frecuencia en la socio­logía del lenguaje. Apenas podremos negar que existen afinidades electivas entre ciertas disciplinas científicas por un lado y ciertas actitudes políticas por otro. Racistas fa­náticos son raros entre los matemáticos. Y en el polo opuesto del orbis scientiarum, en la ciencia del lenguaje, parece que la actitud conservadora, que nos encontramos con frecuencia, va emparejada la mayoría de las veces con esa noble moderación cuya dignidad humana tan emocio­nantemente han acuñado los hermanos Grimm. Incluso una obra como la de Schmidt‑Rohr sobre el lenguaje “es­cultor de pueblos”[46] no ha podido sustraerse por entero a esta tradición, si bien conviene, tan ampliamente como resulta con ella conciliable, a las andaduras del pensa­miento nacionalista. El autor ha estructurado su obra en dos grandes partes, una primera que se titula “El ser” y otra segunda titulada “El deber ser”. Lo cual desde luego no estorba que la actitud de la parte segunda, cuyas exigencias se concentran en la frase: “El pueblo (esto es, lo dado por naturaleza) debe hacerse nación” (esto es unidad cultural fundada lingüísticamente), haya influi­do tenazmente en la actitud de la primera. Y todo ello saliendo a la luz en la figura de ese irracionalismo que es norma en la literatura orientada nacionalistamente. Al autor se le impone una filosofía voluntarista del lenguaje, en la que operan como ayudantes de urgencia la arbitra­riedad y el destino, antes de que el conocimiento se haya preparado, por el estudio de la vida, de la historia par­lante, para las tareas de una auténtica filosofía lingüís­tica. El análisis comparativo del vocabulario de las diver­sas lenguas se prueba como una fundamentación harto débil de la temática universal que el autor se ha propues­to. Y así es como no alcanza a hacer de todas sus opinio­nes esa concreción que encontramos en los mejores trabajos del archivo de Wörter und Sachen. La frase si­guiente no sólo caracteriza los límites de los conocimientos sociales de Schmidt‑Rohr, sino que señala además tajantemente los de sus conocimientos de teoría del lenguaje, en los que algo ha aprendido de Humboldt y nada de Herder: “En el cuerpo, en el pueblo, se realiza una vida más elevada que en la célula aislada. En cambio la hu­manidad no, es de hecho sino la suma de todos los pue­blos, si se quiere de todos los hombres, pero no suma en el sentido de una totalidad. La humanidad es esencial­mente un concepto del lenguaje, un concepto del len­guaje que tiene su significación en el pensamiento y en la economía, un concepto del lenguaje que permite reunir a todos los hombres y separar su peculiaridad del reino de los animales, de la animalidad.”
Especulaciones tan ralas quedan en seguida superadas en cuanto a su alcance por estudios especiales en terre­nos estrictamente acotados. Un autor como Schmidt‑Rohr se deja alinear en la primera falange de investigadores contemporáneos mucho menos que un Köhler o un Bühler con sus investigaciones especiales sobre el lenguaje de los chimpancés. Ya que en ellas se trata, bien es verdad que de manera mediata, pero decisiva, de problemas capita­les de la ciencia del lenguaje. Les convienen además tanto a la antigua cuestión por el origen del lenguaje como a la más nueva acerca de la relación entre lenguaje y pensamiento. Es mérito de Wygotski haber expuesto el alcance de esas investigaciones sobre los chimpancés en su significación respecto de los fundamentos de la ciencia del lenguaje. Conectaremos ahora con la doctrina de Marr según la cual el manejo de instrumentos tiene que haber precedido al manejo del lenguaje. Y como el primer ma­nejo no es posible sin pensamiento, tendrá que haberse dado una índole de pensamiento anterior al hablar. Recien­temente se ha ponderado mucho ese pensamiento; Bühler lo ha documentado con el nombre de pensamiento instru­mental. Es independiente del lenguaje y se comprueba en los chimpancés en una figura relativamente elaborada –sobre la cual encontraremos información en Köhler[47]. “La presencia de un intelecto semejante al humano y la falta simultánea de un lenguaje sólo en cierto modo en ese aspecto semejante al humano; la independencia de las ope­raciones intelectuales... respecto de su lenguaje”[48]. Estas son las constataciones más importantes que Köhler consigue con sus chimpancés. La línea de la inteligencia más tempra­na, la del pensamiento instrumental, conduce desde los me­dios más simples e improvisados de información hasta la producción del instrumento que, según Marr, libera a la mano para las tareas del lenguaje. Y a este proceso del intelecto le corresponde por otro lado un proceso de la capacidad expresiva acústica o gestual. Dicha capacidad es un prelenguaje y está enteramente en la órbita del com­portamiento reactivo. La independencia de los movimien­tos “lingüísticos” primeros del intelecto nos lleva además del ámbito del lenguaje de los chimpancés al más amplío del lenguaje de los animales en general. Apenas puede ponerse en duda que la función emocional‑reactiva del lenguaje, que es de la que ahora se trata esencialmente, “pertenece a las formas biológicas más antiguas de ad­ministración y está en parentesco genético con las seña­les ópticas y acústicas de los jefes en las agrupaciones de animales”[49]. El resultado de estas reflexiones es la fijación del punto geométrico en el que el lenguaje, en la in­tersección de la coordenada de la inteligencia y la gestual (manual o acústica), tiene su origen.
La cuestión por el origen del lenguaje tiene su corres­pondencia ontogenética en el ámbito del lenguaje de los niños. Este último es desde luego muy apropiado para arrojar luz sobre los problemas filogenéticos. Delacroix se ha servido muy bien de él en su trabajo Au seuil du langage. Delacroix parte de una advertencia del inves­tigador inglés de chimpancés Yerkes, el cual opina que si el chimpancé, además de su grado de inteligencia, po­seyese un impulso de imitación acústico‑motor, tal y como lo conocemos en los papagayos, podría entonces hablar. Delacroix se vuelve contra ese aserto y recurre para ello a la psicología del lenguaje infantil. “El niño solamente aprende a hablar porque vive en un mundo de lenguaje y porque oye hablar a cada momento. La adquisición del lenguaje presupone un incentivo amplio y constante. Tiene como condición a la sociedad humana. El niño le corres­ponde en la misma y amplia medida. No sólo aprende la lengua que se le habla a él, sino igualmente la que se habla en su presencia... Aprende en la sociedad y aprende solo. Estas condiciones le faltan al experimento de Yerkes... Y tiene que haber una buena razón para que su animal, que incluso a veces vive en un entorno hu­mano, siga siendo, al contrario que el niño, indiferente a los ruidos que los hombres hacen que se perciban en su presencia, así como para que no aprenda el lenguaje con paz y en calma”[50]. Dicho con brevedad: “El sentido acústico humano es intelectual y social y está fundado sobre el meramente físico. El sector más amplio al que se refiere dicho sentido está representado en él hombre por el mundo de las relaciones lingüísticas.” A lo que el autor añade la siguiente advertencia de veras ilustrativa: “Por eso está tan fácilmente expuesto el sentido acústico a las repercusiones de un delirio de referencia”[51]. La re­acción acústico‑motora, que está en la base de la adqui­sición del lenguaje por parte del hombre, es por tanto fundamentalmente diversa de la del papagayo. Puesto que está orientada socialmente. “Consiste en una orientación hacia ser entendida”[52]. Ya Humboldt colocó al comienzo, de la manifestación articulada la intención de ser en­tendida.
Las investigaciones de Piaget[53] han favorecido decisi­vamente en los últimos años las calas en el lenguaje de los niños. Los trabajos psicológico‑lingüísticos que Piaget ha llevado a cabo en los niños con tacto y perseverancia son importantes para toda una serie de cuestiones dispu­tadas. Aunque sólo sea de pasada aludiremos a las elabo­raciones con que Weisgerber, en el panorama ya citado, aprovecha las averiguaciones de Piaget contra la mitolo­gía del lenguaje de Cassirer[54]. El contexto presente recla­ma sobre todo adentrarse en el concepto de Piaget del lenguaje infantil egocéntrico. El lenguaje de los niños, afirma Piaget, se mueve en dos órbitas diferentes. En una de ellas existe como lenguaje socializado y en la otra como lenguaje egocéntrico. Este último es sólo lenguaje para el sujeto parlante. No tiene ninguna función comunicativa. Los documentos de Piaget han probado más bien que ese lenguaje, consignado estenográficamente, resulta incom­prensible mientras no se dé junto con él la situación que le ha motivado. Además de que su función egocéntrica no es concebible sin una estrecha relación para con el proceso del pensamiento. De lo cual habla la significa­tiva circunstancia de que se haga perceptible sobre todo en las perturbaciones en el decurso de un comportamiento, en los impedimentos al resolver una determinada tarea. Esto es lo que ha llevado a Wygotski, quien por su lado ha emprendido ensayos en niños con métodos semejantes a los de Piaget, a conclusiones importantes. “Nuestras investigaciones han puesto de manifiesto que el coeficiente de lenguaje egocéntrico asciende en los casos graves a casi el doble del coeficiente normal de Piaget. Nuestros niños mostraron, cada vez que encontraban una dificultad, un acrecentamiento del lenguaje egocéntrico... Tenemos pues por justificada la suposición según la cual la difi­cultad o interrupción de una ocupación, que discurre lisa y llanamente, es un factor importante en la generación del lenguaje egocéntrico... El pensamiento aparece en ac­ción cuando la actividad, que hasta entonces ha discurri­do sin estorbos, se ve interrumpida”[55]. Con otras pala­bras: en la edad infantil el lenguaje egocéntrico ocupa el mismo sitio que más tarde estará reservado al proceso del pensamiento. Ese lenguaje es precursor, incluso maestro del pensamiento. “El niño aprende la sintaxis del lengua­je antes que la sintaxis del pensamiento. Las investiga­ciones de Piaget han probado sin ninguna duda que el desarrollo gramatical del niño precede a su desarrollo lógico”[56].
De todo, ello resultan correcciones a los puntos de arran­que que ha propuesto el behaviorismo para resolver el problema “pensamiento y lenguaje”. Al esforzarse por construir una teoría del pensamiento en el marco de su doctrina sobre el comportamiento, los behavioristas han recurrido, y es comprensible, al lenguaje, sin favorecer en el fondo nada nuevo, más bien limitándose a hacer suyas las discutidas teorías de Lazarus Geiger, de Max Müller y de otros. Estas teorías desembocan en la cons­trucción del pensamiento como una “locución interior”, una locución que consistiría en una excitación mínima del aparato articulativo, constatable sólo difícilmente y no sin ayuda de instrumentos de medida de especial preci­sión. De esta tesis, según la cual el pensamiento no es objetivamente sino un hablar interior, ha pasado Wat­son a buscar un miembro medio entre lenguaje y pensa­miento. Dicho miembro lo percibe en un “lenguaje susurrante”. Por el contrario señala Wygotski que todo lo que sabemos de los susurros de los niños va “en contra de la suposición de que el susurro represente un proceso de transición entre el lenguaje interior y el externo”[57]. De lo dicho resulta en qué sentido haya de corregirse la teoría behaviorista por medio de las investigaciones del lenguaje infantil egocéntrico. Recientemente encontramos en Bühler[58] valiosos careos con el behaviorismo. Siguien­do a Tolman en su Purposive Behavior in Animals and Men[59] insiste en acotar en el origen del lenguaje un lugar decisivo, junto con el estímulo, a la señal.
En Watson la reflexión improvisada sobre cuestiones fonéticas no sigue adelante. En cambio pueden adquirirse considerables aclaraciones, si la misma reflexión se lleva a cabo metódicamente. Que es lo que ha hecho Richard Paget. Este investigador procede desde una definición del lenguaje por de pronto sorprendente. Lo concibe como una gesticulación de los instrumentos del hablar. Lo pri­mario es el gesto, no el sonido. El primero no se modi­fica al corroborarse el segundo. En la mayoría de las len­guas indoeuropeas se puede hablar todo en tono de susurro sin perder comprensibilidad. “La comprensibilidad de lo hablado no exige de ninguna manera la utilización del mecanismo de la laringe y la vibración del aire en las cajas vocales de resonancia del paladar, de la boca o de la nariz, tal y como es el caso cuando se habla con tono elevado”[60]. Según Paget el elemento fonético está fun­dado en el mímico‑gestual. Que con esta opinión se en­cuentra en el punto más ardiente de la investigación actual, es algo que se deduce de la obra del padre jesuita Marcel Jousse. Este llega a resultados muy parejos: “El tono característico no es necesariamente de índole onomatopé­yica, según se ha afirmado con excesiva frecuencia. La tarea del tono es más bien la de perfeccionar la signifi­cación de un determinado comportamiento mímico. Pero al fin y al cabo es un fenómeno concomitante, un apoyo acústico de un lenguaje de gestos óptico y comprensible de por sí. Paulatinamente se añade a esos gestos carac­terísticos su tono correspondiente. Y si esa gesticulación procurada por la boca y la garganta resultaba menos ex­presiva, también era menos fatigosa, exigía menos ener­gía que los gestos del cuerpo o incluso sólo de la mano. Así llegó a predominar... Lo cual en nada aminoró la extraordinaria importancia del escudriñamiento del sen­tido originario de eso que hasta ahora se ha designado como las raíces. Raíces no serían en este sentido otra cosa que transposiciones acústicas de antiguos movimientos expre­sivos espontáneos, mínimos”[61]. En este contexto prometen gran riqueza de información los penetrantes documentos sobre el comportamiento lingüístico de tres niños que Bühler tiene en observación y de los cuales ya ha con­seguido el dato característico de que “la to‑deixis de Brug­mann... realmente es llevada a cabo por sonidos denta­les”[62]. Comparemos ahora con Paget. “La sonrisa inau­dible se convirtió en un ‘haha’ susurrado o proferido; el gesto de comer en un audible (susurrado) ‘mnya mnya’; el de sorber una pequeña cantidad líquida fue el antepa­sado de nuestra actual palabra ‘sopa’. Y por fin llegó el importante descubrimiento de que los sonidos gutura­les de gruñido o grito podían unirse a movimientos de la boca, y es entonces cuando ej. lenguaje susurrado, al unir­se con un sonido de la garganta, fue audible y comprensi­ble a una distancia veinte veces mayor que antes”[63]. Por tanto según Paget la articulación como gesto, del aparato lingüístico se añade al gran círculo de la mímica corpo­ral. Su elemento fonético es el portador de una comuni­cación cuyo substrato originario era un gesto expresivo.
Con las explicaciones de Paget y Jousse sale al en­cuentro de la superada teoría onomatopéyica, a la que se puede denominar mimética en sentido estricto, otra teoría mimética en un sentido mucho más amplio. Es grande el arco que voltea la teoría del lenguaje desde las especulaciones metafísicas de Platón hasta los testi­monios más recientes. “¿En qué consiste entonces la ver­dadera naturaleza del lenguaje hablado? La respuesta, pre­figurada en Platón, incitada por el abbé Sabatier de Castre, formulada por J. Rae en Honolulu en 1862, renovada en el año 1895 por Alfred Russel Wallace... y recogida final­mente por el autor del presente tratado, nos lleva a afir­mar que el lenguaje hablado sólo es una forma de un instinto animal fundamental; del instinto del movimiento expresivo mímico por medio del cuerpo”[64]. Citemos ahora una frase de Mallarmé que bien puede ser motivo básico en L'âme et la danse de Valéry. “La danzarina no es una mujer, sino una metáfora que expresa un aspecto de formas elementales de nuestra existencia: una espada, una copa, una flor u otros.” Con esta consideración, que per­cibe las raíces de la expresión lingüística y danzante en una misma capacidad mimética, se traspasa el umbral de una fisionomía del lenguaje que, tanto por su alcance como por su dignidad científica, lleva mucho más allá de los primitivos intentos de los onomatopéyicos. Este es el mo­mento en que bastará aludir a la obra que ha conseguido en estos problemas la figura más avanzada de su tiempo, la de Heinz Werner sobre la fisionomía del lenguaje[65]. Por él sabemos que los medios expresivos del lenguaje son tan inagotables como su capacidad de representación. Rudolf Leonhard ha trabajado en la misma dirección[66]. Esa fonética fisionómica abre perspectivas al futuro del desarrollo del lenguaje. Así dice Paget: “Es un curioso signo de que el desarrollo humano marcha con lentitud extraordinaria que el hombre civilizado no haya apren­dido todavía a renunciar a los movimientos de cabeza y de manos como elementos expresivos de sus opiniones... ¿Cuándo aprenderemos a jugar con tanto arte y tan ra­cionalmente con ese maravilloso instrumento que es la voz que lleguemos a poseer una serie de tonos de igual alcance y de igual perfección? Está claro: todavía no hemos hecho ese curso... Todavía son todas las produc­ciones existentes de la literatura y la elocuencia nada más que configuraciones elegantes, ocurrentes, de elementos lingüísticos formales o fonéticos, por su lado salvajes y nada cultivados, tal y como se han formado, por caminos naturales sin influencia consciente alguna de la humani­dad”[67].
Esa vista sobre la lejanía, en la cual las calas de la sociología del lenguaje no sólo convienen a la compren­sión de éste, sino además a su modificación, concluirán este resumen. Es de sobra conocido que con esfuerzos como los que expresa Paget la sociología del lenguaje re­curre a antiguas e importansísimas tendencias. Las aspi­raciones a un perfeccionamiento técnico del lenguaje han encontrado desde siempre constatación en los proyectos de una lingua universalis. Su representante más famoso es en Alemania Leibnitz y en Inglaterra alcanzan hasta un Bacon. Lo que acredita a Paget es la magnanimidad con que capta el desarrollo de todas las energías lin­güísticas. Si por encima de la función semántica del len­guaje otros han olvidado el carácter expresivo que le es inherente, sus fuerzas fisionómicas, son éstas las que pa­recen a Paget no ser menos dignas y capaces de un largo desarrollo. Con ello honra esa antigua verdad que hace muy poco pudo Goldstein formular con tanta mayor ex­presividad, puesto que le salió al encuentro por el rodeo de la investigación inductiva en el propio y reiterado terre­no de su especialidad. El lenguaje de una paciente atacada de afasia tiene para él el valor de un modelo muy ins­tructivo para un lenguaje que no sería otra cosa sino instrumento. “No podríamos encontrar otro ejemplo mejor de lo falso que es considerar al lenguaje como un instrumento. Lo que hemos visto es surgir al lenguaje en casos en los que sólo sirve como instrumento. También entre personas normales ocurre que el lenguaje se utiliza única­mente como instrumento... Pero esa función instrumental presupone que en el fondo el lenguaje representa otra cosa muy distinta, igual que antaño para el enfermo, igual que antes de la enfermedad representaba otra cosa... En cuanto el hombre se sirve del lenguaje para establecer una relación viva consigo mismo o con sus semejantes, deja el lenguaje de ser nada más que un instrumento, nada más que un medio, y es una manifestación, una re­velación de nuestro ser más íntimo y de los lazos psi­cológicos que nos vinculan con nosotros mismos y con nuestros semejantes”[68]. Esta intuición está explícita o táci­tamente al comienzo de la sociología del lenguaje.
[1] HENRI DELACROIX, Le langage et la pensée, París, 1930.
[2] PAUL HANKAMER, Die Sprache, ¡hr Begriff und ¡hre Deutung ¡m sechzehnten und siebzehnten lahrhundert, Bonn. 1924.
[3] KARL BÜHLER, "L'onomatopée et la fonction du langage‑‑‑, en Psychologie du langage, París, 1933.
[4] LAZARUS GEIGER, Ursprung und Entw¡ck1ung der menschli­chen Sprache und Vernunft, Stuttgart, 1868.
[5] BÜHLER, confr. op. ci., "L'onomatopée pág. 114
[6] CHARLES CALLET, Le myWre du langage, París, 1929.
[7] LÉVY‑BRUHL, Les fonctions mentales dans les sociétés infé­rieures, París, 1918.
[8] ERNST CASSIRER, Filosofía de las formas simbólicas, 3 tomos, México, F. C. E.
[9] ERNST CASSIRER, Sprache und Mythos, Leipzig, 1929. 11 LÉYY‑BRUM, op. cit., pág. 192.
[10] LÉVY-BRUHL, op. cit., pag. 192
[11] CASSIRER, Sprache und Mythos, págs. 10 y 11
[12] LÉVY‑BRUHL, Op. Cit., Pág. 199.
[13] F. C. BARTLETT, Psychology and Primitive Culture, Cam­bridge, 1923
[14] OLIVIER LEROY, La raison primitive, París, 1927.
[15] OLIVER LEROY, op. cit., pág. 100
[16] CHARLES BALLY. Le langage et la vie, París, 1926
[17] NIKOLAUS MARZ, '1über die Entstehung der Sprache", en Unter dem Banner des Marxismus, vol. I, págs. 587‑588.
[18] MARR, Op. cit., pág. 593
[19] VENDRYÉS, "Chroniques", en Revue celtique, vol. XLI, pág. 291.
[20] MARR, op. cit. pag. 578
[21] MARR, Op. Cit., Pág. 578. " MARR, op. cit., pág. 583.
[22] ALFREDO NICEFORO, Le génie de l'argot, París, 1912. 29 NICEFORO, op. cit., pág. 74.
[23] NICEFORO, op. cit., pag. 74.
[24] NICEFORO, Op. Cit., pág. 90.
[25] RACUL DE LA GRASSERIE, Des parlers des différentes classes sociales.
[26] WALTHER GERIG, "Die Terminologie der Hanf‑und Flachs­kultur in den franko‑provenzalischen Mundarten", en Wórter und Sachen, cuaderno 2, Heidelberg 1921. Asimismo coAfr. Gustave HuBFR, "Les appellations du traineau ~et de ses parties dans les dialectes de la Suisse Romande", en WÓrter und Sachen, cuader­no 3, Heidelberg, 1919. Y de Max Leopold WAGNER, "Das lándliche Leben Sardiniens ¡in Spiegel der Sprache". en WÓrter und Sachen, cuaderno 4, Heidelberg, 1921
[27] GERIG, Op. Cit., Pág. 91
[28] E. WÜSTER, Internationale Sprachnormung in der Techn1k, Berlín, 1931
[29] LEO WEISGERBER, Die Sprache ¡m Aufbau der GesamtkuItur, Heidelberg, 1934.
[30] RUDOLF CARNAP, Logische S~vntax der Sprache, Viena, 1934. 11 CARNAP, op. cit., pág. 5.
[31] CARNAP, op. cit., pág. 5
[32] CARNAP, Op. Cit., págS 1 y Sig.
[33] CARNAP, op. cit., pág. 210.
[34] CARNAP, op. cit. pág. 204.
[35] EDMUND HUSSERL, investigaciones lógicas, tomo II, Madrid, Ed. de la Revista de Occidente.
[36] BÜHLER, Teoría del lenguaje, Madrid, Ed. de la Revista de Occidente, 2 a ed., 1961, pág. 42.
[37] BÜHLER, op. cit., pág. 29.
[38] BÜHLER, Kritische Musterungen der neueren Theorien des Satzes, 1918.
[39] BÜHLER, Teoría del lenguaje, op. cit.. pág. 188
[40] K. BRUGMANN, Die Demonstrativpronomina der indogerma­nischen Sprachen, Dresde, 1904.
[41] BÜHUR. Teoría del lenguaje, op. cit., pág. 109.
[42] BÜHLER, Op. Cit., Págs. 115‑117
[43] BÜHLER, Op. Cit., Pág. 109.
[44] BÜHLER, op. cit.. págs. 453‑454
[45] BÜHLER. &p. cit, págs. 446.
[46] GEORG SCHMIDT‑ROHR, Die Sprache als Bildnerin der Vúlker, Jena, 1932.
[47] W. KÜHLER, Intelligenzprüfungen an Menschenaffen, Berlín, 1921.
[48] L. S. WYGOTSKI. Die genetischen Wurze1n des Denkens uñd der Sprache.
[49] WYGOTSKI, op. cit., pág. 465.
[50] HENRI DELACROIX, Au seuil du langage, París, 1933.
[51] DELACROIX, Op. Cit., Pág. 16
[52] DELACROIX, Op. Cit., Pág. 16.
[53] JEAN PIAGET, Le langage et la pensée chez renfant. Le ¡u­gement et te raisonnement chez l'enfant, Neuchatel, 1923.
[54] WEISGERBER, op. cit., pág. 32.
[55] WYGOTSKI, OP. cit., pág. 612.
[56] WYGOTSKI, OP. Cit., pág. 614.
[57] WYGOTSKI, op. cit., pág. 609.
[58] BUMER, Teoría del lenguaje, op. cit., págs. 49‑50, 62.
[59] E. C. TOLMAN. Purposive Behavior in Animals and Men, Nueva York, 1932.
[60] RICHARD PAGET, Nature et origine du langage humain. Pa­rís, 1925.
[61] FRÉDÉRIC LEFÉVRE, Marcel Jousse, une nouvelle psychologie du langage.
[62] BÜHLER, Teoría del lenguaje, op. cit., pág. 268.
[63] PAGET, Op. Cit., pág. 12.
[64] PAGET, Lévolution du langage, París, 1933.
[65] HEINZ WERNER, Grundfragen der Sprachphysiognomik, Leip7 zig, 1932.
[66] RUDOLF LEONHARD, Das Wort, Berlín‑Charlottenburg.
[67] PAGET, Nature et origine du langage humain, páL 14.
[68] KURT GOLDSTEIN, Vanalyse de l'aphasie et Vétude de I'essen­ce du tangage, París, 1933.

1 comentario:

Breixo dijo...

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