jueves, 24 de febrero de 2011

Marchant, P., 'Objetos Ordinarios' hechos pedazos.



En Catálogo de la Exposición de Dibujos de Patricia Vargas, Galería Visuala, Santiago, 1986.


“OBJETOS ORDINARIOS”  HECHOS PEDAZOS





Pienso en la posibilidad de un sicoanálisis de pacotilla de la escena –repetida, diría ese análisis– de Hecho Pedazos: la simple, “evidente” castración personal –“real” y como Unidad Dual– en que el poeta, P.V. –todo es escritura, todo es poema–, insiste, existe.
     Sicoanálisis de pacotilla –la  restitución de un sentido exacto, controlable, su angustia– teóricamente basado en la ignorancia de lo que Freud y los grandes siconalistas húngaros sabían- como Nietzsche y Heidegger; esto es, que toda traducción fiel, exacta, entonces la traducción fiel, exactaunívoca simple– del contenido manifiesto como contenido latente es, por principio, imposible, su saber de las relaciones tópicas. Fin de la traducción adecuada –adequatio– de la interpretación cosista de los símbolos y la simbolización; estos y éstas, los símbolos y la simbolización, se constituyen como escenas. Así, el sicoanálisis como toda escritura –la lectura de la pintura, por tanto– sólo “es” en el trabajo sobre ese trabajo que “son” las escenas.
     Fin de la modernidad, afirman algunos; antes, que eso, clausura de la metafísica, según otros. Obras sin significación, sin “querer decir” algo, textos, obras, nunca “originarias” u “originales”, máquinas que operan, sólo es eso, escenas que insisten en la repetición –lo “mismo” que produce “lo otro”– de “objetos ordinarios” que cumplen complejas operaciones escénicas. Filosofía: desde el paraguas perdido de Nietzsche, la repetición de esa pérdida en dos textos de Heidegger en referencia al ser, Heidegger que no conocía esa anotación suelta de Nietzsche, a zapatos, cordones, tarjetas postales, etc. –la extrema posibilidad de ese trabajo. En general, en toda escritura, repeticiones compulsivas de “objetos ordinarios” –otra forma de fetichismo– sin que se pueda interpretar simplemente, con facilidad, el trabajo preciso de esas escenas (en todo caso, regla, si un objeto que aparece entre “objetos ordinarios” tiene una clara connotación autobiográfica) -esa idea moderna de un "sujeto único" que “dice” contar, su pretención vana, la “verdad” de su vida, otra cosa que la remisión a escenas tópicas– entonces escena para la escena de una impugnación crítica.
     “Objetos ordinarios”, en escena; objetos que ahí restan; restan y, al restar, restan la significación, obedecen a una operación otra. ¿Cuál? ¿Cuál es la operación de botas, casco, silla, pedazos de rueda de moto, a la par (pero, ¿sabemos cómo opera aquello que está “a la par”?) con cuerpos fragmentados? (Pero, aunque fragmentados, cuerpos “vivos”, pues ¿dónde, salvo “en pintura” -en las palabras y en la pintura- existen cuerpos “vivos”? “En sí”, desde el inconciente, los cuerpos son máquinas y no esa metáfora que controla todo nuestro hablar, lo “vivo”, la “vida”).
     De todas maneras, lo importante es que el poeta escriba insistiendo en la inscripción de “su” escena general. Insistencia: ya sea por insatisfacción ante su des-“instalación” general, por temor, o por su conciencia ante la incomprensión de su operación. ¿Se trata entonces sólo de “su” escena personal (general) o también –ante todo– de una escena social general? Sin duda, la escena de P.V. simboliza (va junto) a la escena artística-teórica y social chilena. Escena del no saber o del no “ser”, del tedio, de la rápida aparición, del pronto ocultamiento, de deudas no conocidas y de restituciones no solicitadas. Porque conocimiento de la escena artística-teórica, aceptación de cualquier palabra (este catálogo, por ejemplo), renuncia a un suplemento de lectura que diga algo y no sea sólo “críticas” o “comentarios”; de estos, su vulgaridad y resentimiento. Desintegración, lo que sería positivo, no de un todo hecho pedazos, sino pedazos hechos como pedazos, como una máquina fabricada para que no funcione. Así, “su” “Pietá”. Crueldad de la escena del poeta.


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