martes, 14 de diciembre de 2021

Jacques Derrida, Soberanía y derecho internacional

 

Soberanía y derecho internacional

Jacques Derrida

Filósofo francés; autor -entre sus publicaciones más recientes traducidas al español- de: Espectros de Marx (1995), Mal de archivo (1997), Políticas de la amistad (1998) y Ecografías de la televisión (1998).

 

POSICIÓN Y OPOSICIÓN

¿Quién pretendería (¡y en dos páginas!) trazar la genealogía de esta oposición, “derecha/izquierda”, y la historia de lo que ha podido significar, desde la Revolución Francesa, más allá de alguna circunstancia olvidada de la topología parlamentaria, una “oposición” política, toda oposición, el principio mismo de una oposición, es decir, de una posición, en régimen republicano y en democracia? ¿Puede haber política sin posición, sin guerra de posiciones, sin dialéctica?

Tomo entonces el riesgo, solamente por hoy, de dirigir a mis amigos chilenos tres suposiciones y una lista no cerrada de proposiciones.

 

SUPOSICIONES

 

1) Primeramente inscrita en un concepto de lo político ya desligado de la politeia griega y ya inseparable de la proto-forma “partido” en su representación parlamentaria, esta oposición “derecha/izquierda” ha acumulado desde entonces, pero de manera acelerada después de las dos últimas guerras mundiales y de la “guerra fría”, los efectos de un terremoto generalizado. Terremoto que amenaza siempre con hacerle perder sus fundaciones más seguras. Terremoto porque se trata de tierra humana y del mundo de la mundialización más allá de lo humano, terremoto finalmente porque desestabiliza el territorio mismo, el suelo, la localización terrestre que hasta ahora enraizaba lo político (la polis, la ciudad, el Estado-nación) en un topos nacional y le daba así a la soberanía su lugar y su razón de ser: su acontecimiento y su justificación, su hecho y su derecho.

Por encima o a través de las estructuras de partido, más allá de su representación electoral y sobre todo más allá de los límites de la soberanía del Estado-nación, y por lo tanto de la soberanía del ciudadano como tal, el sismo ha afectado todas las apuestas (políticas, económicas, jurídicas, tecno-científicas) en las cuales esta oposición se reconocía o adquiría sentido. Este sismo afectó todo lo que regía los enfrentamientos, las estrategias, pero también las alianzas, las alternancias, las contaminaciones y combinatorias que, hasta ahora, al menos parecían funcionar entre lo que se llamaba apaciblemente la derecha y la izquierda.

2) Ser de derecha o ser de izquierda son, sin embargo, expresiones que continúan, pese a este sismo, marcando una referencia legítima a un modo histórico de existencia, a un compromiso ético-político, a una topología, a un auto- o hetero-posicionamiento del sujeto soberano (ciudadano o no). Este modo de ser, esta posición de existencia no se agota en la secuencia que finaliza. El ser-de-izquierda o el ser-de-derecha sigue intentando justificarse en un nuevo juego histórico y mundial de lo político, es decir, interpretar (teóricamente y prácticamente) el origen y el sentido del sismo en curso. Podemos seguir queriendo ser de izquierda o ser de derecha allí donde las mutaciones topolitológicas de la soberanía que acabamos de evocar han radicalmente desplazado, al menos en apariencia, los datos y las condiciones de esta alternativa. 

3) Por consiguiente, esta “oposición” está llamada a perdurar. Tiene la vocación de sobrevivir al mencionado sismo. Esta oposición compromete ya, describe un compromiso a encontrar en la herencia del frente tradicional (orden/progreso, orden/justicia, tradición/invención, conservación/ cambio, propiedad/justicia social, capital/trabajo, etc.: serie grosera, por definición discutida de ambos lados y sin clausura posible). Esta oposición nos compromete a salvar el principio de una memoria o de una fidelidad, a reafirmarlas en una situación fundamentalmente nueva, allí donde lo “político” mismo ha cambiado radicalmente de sentido.

He aquí entonces una paradoja entre otras: existe una tradición del ser-de-izquierda que debe ser protegida fielmente. El ser-de-izquierda tiende a conservarse. Y es en nombre de estos ideales y de estas figuras pasadas de la izquierda que buscaremos inventar una “política de izquierda” que esté a la medida del “sismo”, de su interpretación y de los nuevos compromisos a los que llama. Otra manera de decir de antemano que si ser de izquierda es, entonces, aceptar o re-afirmar el cambio, el porvenir, el acontecimiento, la diferencia o la alteridad de lo que viene, no cerrar los ojos, no negar la novedad inaudita de lo que llega, es también intentar ajustar, justamente, de manera tan justa como sea posible, otra política pero primero un otro concepto de lo político. Ser de derecha, sería, al contrario, negar el sismo o contentarse con reconocer y seleccionar en él únicamente aquello que recuerda o reproduce el pasado (el viejo concepto de lo “político”, todo lo que depende del modelo antiguo de la soberanía Estado-nación, la ciudadanía nacional, las fronteras, la sangre y el suelo, el derecho de propiedad y la ley del capital, la ley del “mercado”, la hegemonía del derecho nacional e internacional de la tradición europea, etc.).

  

PROPOSICIONES

Si ser de izquierda consiste en no enceguecerse respecto de la mutación en curso y reafirmar en ella aquello que amenaza con afectar el sentido mismo de lo político, entonces, varias consecuencias son derivables:

1) habría que pensar y luego poner en obra las condiciones de una democracia futura por encima de la ciudadanía. No negar ni destruir la ciudadanía cuyo valor permanece –los que se encuentran privados de este derecho deben legítimamente luchar para conquistarlo–, pero actuar en vista a una internacional (alianza, hospitalidad, solidaridad) más que cosmopolítica, si por “cosmopolítica” entendemos un orden regulado por la pertenencia del ciudadano a un Estado-nación (cf. Kant).[1]
 

2) debería tomarse en cuenta la transformación de las leyes del capital y del mercado, de las nuevas hegemonías (u homo-hegemonizaciones) que se dibujan en ella (a veces en ayuda y beneficio de algunos grandes Estados soberanos y muy poderosos, a veces en su desmedro y en provecho de nuevos poderes internacionales a los que un poder de Estado puede aún y a veces útilmente resistir). Debería ajustarse a ella una nueva forma de acción política y de solidaridad internacional sin  demagogia ni encantación mágica. 

3) deberíamos, sobre todo:

a. luchar por la transformación efectiva del derecho internacional y de las instituciones que lo representan; 

b. “deconstruir” la filiación de sus conceptos, el origen de su poder y de sus modos de organización o de intervención, sea que se trate de instituciones gubernamentales o no gubernamentales, políticas, económicas o monetarias;

c. favorecer la reflexión crítica y el compromiso militante en favor de todo aquello que concierne los nuevos conceptos del derecho internacional en el enigma de su historia reciente (crimen contra la humanidad, genocidio, nuevos derechos del hombre-y de la mujer, instalación y confirmación del nuevo Tribunal Penal Internacional y de toda instancia análoga, suspensión de la inmunidad nacional frente a ese tipo de Corte y de recursos (por ejemplo, el caso Pinochet que, pese a su fracaso, continuará señalando la buena vía a seguir), etc.; 

d. no descuidar todo lo que sigue constriñendo, limitando o determinando el nuevo derecho internacional (el capital, el concepto teológico de la soberanía del Estado-nación, etc.) pero, a la vez, afirmar o exigir la conquista de la necesaria autonomía de ese derecho (¡tarea infinita!);

e. reafirmar los “derechos del hombre” y la historia abierta de su perfectibilidad sin abstenerse de las preguntas radicales sobre lo que se supone constituye la humanidad del hombre. Inmensa pregunta de lo que se llama lo animal (¡chocante singular plural ¡ Nunca hubo “lo animal”, proyección oscurantista de un humanismo metafísico y violento, sino los animales. Me atrevería a decir que ser de izquierda hoy, es también replantear radicalmente y prácticamente la pregunta de los humanos y de los animales. Y del trato de éstos por aquéllos). 

Ya me pasé de las dos páginas acordadas, y la lista de las proposiciones está muy lejos de haberse cerrado. ¿Me atreveré a declarar que bastaría con desarrollar la lógica interna o implícita de estas proposiciones y, sobre todo, con deconstruir, en su origen teológico e incluso en su descendencia democrático-humanista, con todas sus implicaciones y consecuencias, el motivo de la soberanía?

La tarea es difícil, casi imposible o impensable. Se trata así de inventar una política, un sentido de lo político que, afirmándose más allá de la posición, más allá de la auto-posición soberana, más allá de la oposición derecha/izquierda (la afirmación no es positiva, afirmar, decir sí, no es marcar posición), siga negociando y continúe pese a todo trabajando en una nueva posición de izquierda (ver más arriba), en una otra estrategia postsísmica, sobre lo que sigue siendo un frente y en todo lo que todavía queda de político en el sentido tradicional. Negociación entre lo que no es aún político (politizado, politizable, lo que parece transpolítico) y lo que es ya político.

Más allá de la posición, más allá de la oposición (izquierda/derecha), a través de ella, me atrevería a decir que esta afirmación no dialéctica es –todavía, ya– de izquierda. En esta transacción política, ella se coloca más bien a la izquierda que a la derecha. En tal sentido, la izquierda no es, no debería ser solamente una categoría “política” en el sentido tradicional del término. Pero, o bien entonces, sólo hay por-venir a la izquierda. 

 

Jacques Derrida, “Soberanía y derecho internacional”, trad. Nelly Richard, en Revista de crítica cultural, n° 20, Dossier “Ser de derecha, ser de izquierda”, 2000, pp. 34-35.

 



[1] Me permito remitirles aquí a L’autre cap (París, Editions de Minuit, 1991); Spectres de Marx (París, Galilée, 1993), Politiques de l’amitié (París, 1994) y Cosmopolites de tous les pays, encore un effort! (París, Galilée et Parlament International de Ecrivains, 1997).