Escritura y Temblor,
Ed., Cuarto propio,
pp. 95-107
Amor de la foto (1982)[1]
La perfección excesiva de tu mentira me abrió los ojos y no pudiste engañarme ni siquiera un segundo. Calculaste todo, pero no contaste con mi dolor, con mi astucia.
Me explicaste largamente las reglas de tu proyecto; me hablaste de mi libertad y de mis obligaciones; del honor que me hacías al invitarme a escribir junto a gente tan selecta. Pero todo eso sólo estaba destinado a distraerme, a dilatar, sistemáticamente, malignamente, el momento en que pensabas gozar tu triunfo.
Pero te traicionaron
tus ojos que brillaban de lujuria,
tus pequeños gustos de sastre.
“Ahora toma la foto, una foto que tengo por casualidad, una foto como cualquier otra. Toma la foto, mira la foto, entrégate a la foto, escribe sobre la foto. Solos en el mundo tú y la foto”. Así hablaste.
Pero no me engañaste
Este era tu plan:
querías que, alucinado por el contenido de la foto, pasara por alto el funcionamiento de la foto, querías que no viera que me estabas dando la foto, la donación dela foto; querías que no viera la circulación de la foto –que otra foto está siempre detrás de toda foto; querías que no viera la operación de Ent-fernung de la foto. No lo lograste.
Para mí no existe lo obvio.
No hablaré de la entrega de la falo-llave según Lacan (de sus errores en su seminario sobre La Lettre volé).
No relataré ningún partido de fútbol.
No. Diré tu mentira, contaré tus farsas. Llora tu derrota.
Explico algunas cosas.
Como en nombre de Dios estaba en decadencia, fue necesario inventar otro nombre, igualmente efectivo, igualmente secreto. La fotografía fue la invención genial de los humanistas.
Los humanistas son los príncipes de la nostalgia. Foto en mano, guardan la historia. Los humanistas leen el contenido de las fotos. Descubren su mensaje, su texto, y su contexto, estudian su significado y su significante. Los humanistas dan sentido –dicen ellos– a las cosas. No saben que, detrás del sentido, una máquina, una foto, funciona –sola.
Los humanistas no se quedan en chicas. Los humanistas son apocalípticos.
La palabra griega “apocalipsis” fue utilizada por Setenta para traducir el verbo hebreo “gala” y sus derivados. “Gala” significa descubrir, primeramente los órganos sexuales: “No descubrirás la desnudez de la mujer de tu hermano; es la desnudez de tu hermano” (Levítico, 18, 16).
Los humanistas son apocalípticos. La búsqueda de la verdad los conduce a mostrar su verdad; finalmente dado que el asunto es espinudo, a mostrar su cuerpo, su sexo.
(La cosa en realidad es al revés: de su campo procede su deseo de “verdad”).
Saludamos aquí a Marcela Serrano, la más absurda, pero la única consecuente, de las humanistas chilenas.
Al anti-humanismo sólo se llega por el alto camino del matricidio.
Sólo Carlos Leppe y yo no somos humanitas en Chile. Leppe con crueldad hace transpirar a su madre, yo hago dibujos con la ceniza de la mía.
Mi madre –en un gesto que la honra– murió cuando yo tenía dos meses. Por sólo dos meses me gano Jean-Jacques Rousseau. Lamento anunciarlo: no habrá reforma educacional, no hará Revolución Francesa en Chile.
Los humanistas olvidan la donación de la foto. Pero por sobre todo olvidan su circulación –secreta.
Las fotos circulan y su circulación secreta produce efectos. Las fotos y no los hombres hacen la historia.
Yo soy una foto que escribe.
Al escribir, mando, envío, doy una foto. Pero yo doy una foto sólo porque otra foto en mí decide que yo dé esa foto. Lo que el otro recibe, no depende de mí ni de él. Depende de un juego de fotos. Depende de la Central Internacional de Fotografías, del Comité Central de los Fotógrafos Unidos del Mundo.
Por eso:
Yo mamo las fotos de carabineros dirigiendo el tránsito, desfallezco por la foto de un cartero repartiendo fotos.
Y, por si acaso, pongo esta foto en circulación.
Tu me entregas una foto tuya, en la pose que tú elegiste o tal como aceptaste ser fotografiada. Tú me entregas tu inmodificable pose y me dices: “te doy mi foto para estar cerca tuyo, para aproximarme a ti”.
Pero yo no puedo hacer nada con tu pose, no puedo modificarla. Tú te impones a mí, y tu foto tiene como efecto alejarme de ti. Te aproximas a mí para hacerme sentir que estás alejada de mí y para mantenerme, así, cerca de ti.
Una foto se mueve, entonces, en la lógica diabólica del Ent-fernung: a-lejamiento del alejamiento que no termina de ser a-lejamiento; aproximación como separación, separación como aproximación.
Kafka y Proust practicaban con frenesí ese tipo de especial de fotos, las cartas, para no aproximarme nunca al ser deseado sólo en la distancia.
Yo te escribo una carta y te digo lo mucho que te quiero. En una carta de amor, expongo mi verdad, la verdad. Escribo como déspota de la verdad, pero no soy sino un niño que pide cariño. Con toda facilidad lees mi pose, mi estrategia. Me rechazas por burdo. Estoy demasiado cerca de ti para poder seducirte.
Yo hablo, ante ti y otros, de temas generales. Estoy lejos de ti, estoy diciendo verdades teóricas, generales, universales. Tú sientes mi distancia. Lógica de la Entfernung: sientes próxima mi distancia; tú y no yo, te acercas. Yo aparto, alejo, el alejamiento manteniendo la distancia: te seduzco.
No se entrega una foto cuando no interesa mantener al otro lejos. No se entrega una foto cuando no se quiere alejar al otro.
Freud y los medios de comunicación
a) Teléfono. Freud, cuenta su hijo Martín, odiaba el teléfono. Sólo una vez Martín Freud habló por teléfono con su padre. Martín Freud no dice por qué su padre odiaba el teléfono: hablando por él no podía ver los ojos de su interlocutor, y no podía, así, controlar la “exacta” “verdad” de lo que aquél le decía Freud no quería oír esas voces que, con sólo oírlas, dicen la verdad, dan paz, dan seguridad. Freud no quería oír voces que le recordasen su madre.
b) Música. Por eso mismo, Freud, tampoco amaba la música.
c) Fotos y cartas. Freud, sin embargo, enviaba hermosas fotos suyas junto a imperativas cartas suyas a sus discípulos. Freud quería ser padre y madre de sus discípulos.
d) Mujeres. Según parece poco después de los 40 años, Freud dejó de hacer el amor. Interesaría conocer la opinión de su mujer al respecto.
Carta de Groddeck a Freud ( 27 de mayo de 1917)
a) mis ideas son mías, las encontré yo solo.
b) mis ideas son sus ideas y yo soy su devoto discípulo.
c) extiéndame un certificado firmado que yo no soy su discípulo: mis ideas son mías y tengo, además otras ideas que las suyas y que Ud. No conoce.
Carta de Freud a Groddeck (5 mayo de 1917).
a) sus ideas siempre fueron mis ideas: Ud. es mi discípulo, fue siempre mi discípulo.
b) lo que Ud. llama sus otras ideas, yo también las tengo y las tuve antes. Ud. será siempre mi discípulo
Por todo esto y mucho más:
me encanta el fútbol; nada encuentro más interesante que las carreras de caballos; y, por sobre todo, amo a mis bellas alumnas.
No hay verdad, Matías;
sólo hay efectos.
Un texto se junta con otro texto (un lector) como un hombre se junta con una mujer. Nadie puede predecir con certeza lo que ocurrirá. Alguien entenderá, alguien no entenderá. Se entenderá esto, se pasará por alto esto otro.
Un texto es efectivo si genera movimientos: cólera, risa, satisfacción, rechazo.
No hay verdad, Matías;
en el mejor de los casos, temblores.
Recorro las fotos de las mujeres que verdaderamente he amado en mi vida. Busco el rasgo común, la razón de la serie.
Todas tienen en común esto: sus ojos reflejaban, eran, los ojos de mi amor absoluto, de mi vida, los ojos, puros como la muerte, de Matías.
Me pregunto porque amo loe ojos de Matías. Años y años me costó poder entenderlo. Los ojos de Matías reflejan, son, los ojos tristes de una foto, la única que conocí, de mi madre.
Una foto a guiado toda mi vida, se ha reído de mi vida y se reirá de mi muerte.
Peor aún:
Mi madre era rubia, y yo la creía morena.
La foto me engaño incluso en eso.
Aeropuerto Charles de Gaulle.
Septiembre 1978. Desde hacía un año, Matías, no te veía.
No llegaste por donde te esperaba; llegaste por una puerta lateral, junto con otros niñitos que, como tú, viajaban solos. Me tomaste de la mano y me dijiste simplemente:
“Hola papá”
No puedo explicar realmente lo que pasó. Durante más de una hora el Aeropuerto de Charles de Gaulle no existió. Supongo que se suspendieron los vuelos; en todo caso, desaparecieron pasajeros, empleados, curiosos.
Sólo existíamos tú y yo, y mi voz que no se cansaba de repetirte:
“Mi amor, mi amor querido”
¡Nunca pensé, querido Matías, que me iba a resultar tal fácil cumplir con mi antiguo deseo: dejarte, como recuerdo mío, una foto que te impresionara!
Papá:
Te envío esta foto para responderte de una manera gráfica a tu exaltado amor paterno.
Te cuento como obtuve los ingredientes:
La china y la madre de la china me las prestaron en la Vicaría. El aborigen fue un favor de unos gringos; el tipo de anteojos es cientista-político. La pobreza es absolutamente natural. La llave es del avión del tío Hugo. La corbata me la prestó un acomplejado. Los calcetines de choro –no me preguntes cómo ni cuando– se los saqué al pololo de la Claudia. Los zapatos no son los tuyos; éstos están limpios.
Me grafico como centro-delantero. De arquero, no. No quiero ser ni un Valiente ni un Arteche. Propio de la juventud es aspirar a la juventud.
No olvides de reajustar mi mesada en agosto. Tu hijo que te estima,
Matías
Amor de la foto
Angélica:
Te entrego el pasado que nunca fue nuestro presente.
Te entrego la foto de mi juventud.
Ahí estoy yo, tal como tú me hubieras querido, como me hubieras querido siempre: pobre pero joven.
Desde muy chica tuve un sueño, mejor dicho una pesadilla, que se repetía siempre. Sueño con una taza de café chica (la reconozco es la taza que toma la mamá después de almuerzo). La taza gira y mientras gira sube y baja. Mientras sube aumenta un poco de tamaño. Junto con eso siento un ruido, como canto de pájaros, pero que para mí es muy desagradable. En este sueño casi no hay imagen fuera de la taza y el café; pero yo tengo muchas sensaciones. Siempre que sueño estoy aterrada, pero no por algo que viene de afuera sino por esta obsesión de la taza que da vueltas. Siento que tengo mucho miedo y lo único que espero es que alguien me hable, alguna persona que me saque de ahí.
Angélica.
Ya es mío, es mío, lo conseguí –para siempre. Dueña imperiosa de su alma soy (pero tú sabes muy bien que no lo quemo) (sic.)
Para encadenarlo a mí, me bastó con entregarle una foto. ¿Cómo lo hice? Todo fue muy fácil, amiga.
Sonreí cuando vi a Miguel con su máquina en el acto de Leppe. Me puse al lado de Irene Domínguez, de la mujer de Morales, del Mago Vera, Justo detrás de la Claudia Marchant –y el flash se iluminó con mi sonrisa.
No necesito preocuparme por el destino de la foto. Inevitable, ineludiblemente, él la recibirá. Pensará que Dios o el destino se la envía. Nunca sabrá que yo se la envié; se la envié simplemente con sólo dejarme fotografiar.
Está ya, estará siempre en deuda conmigo. Deudor eterno de mi foto.
Desde ella sonríe; soy feliz.
Angélica
No cantes triunfo, Angélica, tan rápidamente. Consulté con mi profesor de filosofía. Me lo dijo sin reservas. Todo depende de esto: será tuyo, será tu deudor, sólo si él no logra entregarte, a su vez, una foto suya.
En guardia, querida amiga. No recibas nada de él; no respires nada que él haya respirado.
Cuidado, sobre todo, con sus cartas –las cartas son más peligrosas que las fotos. Si lo lees, serás de él. el habrá pagado su deuda y tú deberás pagar doble deuda: la suya y la tuya.
Espero que esta carta –esta foto mía– te llegue a tiempo, y te salves.
O que te pierdas. Tu sabes que yo no creo en el Purgatorio. O Cielo o Infierno; o todo o nada, pero mejor todo. ¡Cómo envidio tu incendio, tu infierno; tus celos, tu cielo! Gr.
Desarrollaré ahora el teorema de la madre que falta.
Si una madre falta (no está), falta (moralmente) como madre.
Si una madre falta (moralmente), falta (no está) como madre.
Una falta no se puede distinguir de la otra falta: una es siempre la otra.
(La inocencia de la madre –si es inocente– no viene al caso; las culpas inconscientes son las peores.)
Ahora bien, de la falta de la madre siempre es culpable el hijo. El hijo se hace responsable de la falta de la madre. Los hijos heredan la madre que falta. Problema de la herencia, de la voz que habla desde una cripta: Hamlet al fin descifrado.
Y ahora contaré la triste historia de Angélica y de su falta de amor.
Tú (cor)respondiste a la orden materna y, para controlar el tráfico de voces, de nada sirvió tu buena voluntad.
Trataste de ser como tu madre, de ser culpable como ella. Te decías: “ si soy como ella, ella me querrá”. Pero mientras más eras como ella, ella menos te quería: con tu existencia tú demostrabas culpabilidad.
A su vez, tu madre te exigía ser como ella, para ser mejor que tú. Pero si eras como ella, tú eras para ti –y para otra voz de ella también, maldita complicación– como no debías ser.
Todo lo que hacías entraba en cortocircuito. Sólo había una s ola posibilidad: hacer otra cosa en el circuito, cometer una falta en el circuito. Lo hiciste.
Entonces, te hicieron faltar a tu falta.
El asunto comenzó teniendo como pretexto el problema de Heidegger y el cristianismo. De eso me quisiste hablar en mi oficina (tú siempre dijiste que nuestro amor comenzó en mis dominios).
El caso fue que en realidad me hablaste casi exclusivamente de lo que para ti significaba la presencia de Cristo. Recordarás que te dije: “No me cabe ninguna duda que Ud. nunca ha sido amada con amor adulto”, pero para mis adentros pensaba, “me está hablando de la ausencia de otra presencia”. Me cayó la chaucha y te pregunté, entonces, por tu madre. Ese día comenzó el diálogo entre la foto de tu madre y la foto de mi madre.
Meses después, leyendo a Gabriela (Mistral, por si acaso) me di cuenta que también para ella Cristo era, no Dios-hombre o un hombre-Dios, sino simplemente esto: el nombre de la madre buena, total. A ti angélica, te debe esta lectura: Cristo es madre.
Pero sigamos con el problema de Heidegger y el cristianismo.
Luego empezaron la serie de tus lapsus. El primero fue de clara influencia agustiniana. Olvidaste tu cuaderno, “Tóma(me) y lée(me)”.
“Léeme, no mi cuerpo; lee mi dolor, lee esto, no tengo madre. Por favor ayúdame”. Pero no eras tú quien hablaba. La foto de tu madre le hablaba a la foto de la mi madre.
Después me ofreciste un anillo de una amiga tuya como garantía de un libro que yo le prestaba a ella. Cierto es que te ofrecías. Pero cierto era también que era tu madre quien te ofrecía. La foto de tu madre me empezó a hablar, empezó a intentar seducirme. Por mi intermedio, ella quería que tú fueras para siempre culpable y ella para siempre inocente.
Al fin, necesariamente, el milagro.
Juntos una tarde desciframos el misterio de la antigua foto campesina.
Juntos, amándonos, una tarde fuimos abriendo criptas, hicimos aullar a los muertos.
La circulación fotográfica produjo su obra maestra, y la foto de tu madre fue desvelada. Cierto es que, primeramente, tú me amaste por orden suya. Pero un cambio de voz se produjo, esa tarde misma: tu voz dejó de ser la voz de tu madre. Eras tú quién me decía: “quiero un hijo tuyo”. Eras tú también quien decía: “ahora mi madre es inocente, yo la hice inocente”. Sonreías y pensabas en tu hijo, en nuestro hijo –Oriana, yo le decía.
Pero a la voz de tu madre –y a otras voces– las falto generosidad para aceptar tu perdón.
Malas voces hablaron –voces de una mujer también sin madre. (Pues esta historia es una historia únicamente de los hijos sin madre –esa raza especial). “Yo quiero a Angélica cuando sufre”, decía esa voz. “Si Angélica está feliz es porque es mala”, explicaba. “Los hijos si madre no tiene derecho a la felicidad”.
Schuldig: culpable; schuldig: deudora, te repetían.
La envidia, la lujuria de la envidia triunfó (alrededor tuyo, sólo una persona te quiere sin pausa, sin cambio de voz –pero sin método).
Con lógica implacable aplicaron la lógica. Empezaron a hablar –y tú también– de tu falta.
“Aquí todos somos buenos, aquí no ha pasado nada”, te decían. Te llevaron a control vocálico. Perdiste la voz. Ya no hablas.
Fotos que se dan y se reciben; fotos que circulan; acciones de Entfernung fotográfica: tu historia –tu destino.
Envidiosos hay en tu historia; envidiosos porque sufren mucho; gente incapaz de aceptar un don; sin inteligencia, sin generosidad.
Pero yo creo en ti y te digo:
Vuelve a ti, mujer, vuelve a ti a recuperar esa voz, la voz de esos días. Falta tu falta, mujer. Que la voz de Oriana remezca de nuevo tu ser, que la voz de Oriana sea tu voz.
Oriana que te repite lo que yo te repetía:
“Nuestra hija se llamará Oriana. Y si ese nombre no te gusta, ése será su nombre secreto.
Pero si se convierte en su nombre secreto, un secreto existirá entre ella y yo que tú no compartirás.
Por eso, aunque sea sólo por celos, tú también la llamarás Oriana”
[1] El pretexto de este escrito –poema, preferimos llamarlo– fue una fotografía que el artista Eugenio Dittborn compró en el Mercado Persa de Santiago: el retrato de un grupo familiar vagamente anómalo, a cuyos miembros se hace alusión en determinados pasajes del texto. Hacia 1982 u 83, la foto fue propuesta por Dittborn a diversos escritores e intelectuales –Marchant entre ellos– para que elaborasen, en un formato prefijado, sendos textos a partir de la imagen.
Ed., Cuarto propio,
pp. 95-107
Amor de la foto (1982)[1]
La perfección excesiva de tu mentira me abrió los ojos y no pudiste engañarme ni siquiera un segundo. Calculaste todo, pero no contaste con mi dolor, con mi astucia.
Me explicaste largamente las reglas de tu proyecto; me hablaste de mi libertad y de mis obligaciones; del honor que me hacías al invitarme a escribir junto a gente tan selecta. Pero todo eso sólo estaba destinado a distraerme, a dilatar, sistemáticamente, malignamente, el momento en que pensabas gozar tu triunfo.
Pero te traicionaron
tus ojos que brillaban de lujuria,
tus pequeños gustos de sastre.
“Ahora toma la foto, una foto que tengo por casualidad, una foto como cualquier otra. Toma la foto, mira la foto, entrégate a la foto, escribe sobre la foto. Solos en el mundo tú y la foto”. Así hablaste.
Pero no me engañaste
Este era tu plan:
querías que, alucinado por el contenido de la foto, pasara por alto el funcionamiento de la foto, querías que no viera que me estabas dando la foto, la donación dela foto; querías que no viera la circulación de la foto –que otra foto está siempre detrás de toda foto; querías que no viera la operación de Ent-fernung de la foto. No lo lograste.
Para mí no existe lo obvio.
No hablaré de la entrega de la falo-llave según Lacan (de sus errores en su seminario sobre La Lettre volé).
No relataré ningún partido de fútbol.
No. Diré tu mentira, contaré tus farsas. Llora tu derrota.
Explico algunas cosas.
Como en nombre de Dios estaba en decadencia, fue necesario inventar otro nombre, igualmente efectivo, igualmente secreto. La fotografía fue la invención genial de los humanistas.
Los humanistas son los príncipes de la nostalgia. Foto en mano, guardan la historia. Los humanistas leen el contenido de las fotos. Descubren su mensaje, su texto, y su contexto, estudian su significado y su significante. Los humanistas dan sentido –dicen ellos– a las cosas. No saben que, detrás del sentido, una máquina, una foto, funciona –sola.
Los humanistas no se quedan en chicas. Los humanistas son apocalípticos.
La palabra griega “apocalipsis” fue utilizada por Setenta para traducir el verbo hebreo “gala” y sus derivados. “Gala” significa descubrir, primeramente los órganos sexuales: “No descubrirás la desnudez de la mujer de tu hermano; es la desnudez de tu hermano” (Levítico, 18, 16).
Los humanistas son apocalípticos. La búsqueda de la verdad los conduce a mostrar su verdad; finalmente dado que el asunto es espinudo, a mostrar su cuerpo, su sexo.
(La cosa en realidad es al revés: de su campo procede su deseo de “verdad”).
Saludamos aquí a Marcela Serrano, la más absurda, pero la única consecuente, de las humanistas chilenas.
Al anti-humanismo sólo se llega por el alto camino del matricidio.
Sólo Carlos Leppe y yo no somos humanitas en Chile. Leppe con crueldad hace transpirar a su madre, yo hago dibujos con la ceniza de la mía.
Mi madre –en un gesto que la honra– murió cuando yo tenía dos meses. Por sólo dos meses me gano Jean-Jacques Rousseau. Lamento anunciarlo: no habrá reforma educacional, no hará Revolución Francesa en Chile.
Los humanistas olvidan la donación de la foto. Pero por sobre todo olvidan su circulación –secreta.
Las fotos circulan y su circulación secreta produce efectos. Las fotos y no los hombres hacen la historia.
Yo soy una foto que escribe.
Al escribir, mando, envío, doy una foto. Pero yo doy una foto sólo porque otra foto en mí decide que yo dé esa foto. Lo que el otro recibe, no depende de mí ni de él. Depende de un juego de fotos. Depende de la Central Internacional de Fotografías, del Comité Central de los Fotógrafos Unidos del Mundo.
Por eso:
Yo mamo las fotos de carabineros dirigiendo el tránsito, desfallezco por la foto de un cartero repartiendo fotos.
Y, por si acaso, pongo esta foto en circulación.
Tu me entregas una foto tuya, en la pose que tú elegiste o tal como aceptaste ser fotografiada. Tú me entregas tu inmodificable pose y me dices: “te doy mi foto para estar cerca tuyo, para aproximarme a ti”.
Pero yo no puedo hacer nada con tu pose, no puedo modificarla. Tú te impones a mí, y tu foto tiene como efecto alejarme de ti. Te aproximas a mí para hacerme sentir que estás alejada de mí y para mantenerme, así, cerca de ti.
Una foto se mueve, entonces, en la lógica diabólica del Ent-fernung: a-lejamiento del alejamiento que no termina de ser a-lejamiento; aproximación como separación, separación como aproximación.
Kafka y Proust practicaban con frenesí ese tipo de especial de fotos, las cartas, para no aproximarme nunca al ser deseado sólo en la distancia.
Yo te escribo una carta y te digo lo mucho que te quiero. En una carta de amor, expongo mi verdad, la verdad. Escribo como déspota de la verdad, pero no soy sino un niño que pide cariño. Con toda facilidad lees mi pose, mi estrategia. Me rechazas por burdo. Estoy demasiado cerca de ti para poder seducirte.
Yo hablo, ante ti y otros, de temas generales. Estoy lejos de ti, estoy diciendo verdades teóricas, generales, universales. Tú sientes mi distancia. Lógica de la Entfernung: sientes próxima mi distancia; tú y no yo, te acercas. Yo aparto, alejo, el alejamiento manteniendo la distancia: te seduzco.
No se entrega una foto cuando no interesa mantener al otro lejos. No se entrega una foto cuando no se quiere alejar al otro.
Freud y los medios de comunicación
a) Teléfono. Freud, cuenta su hijo Martín, odiaba el teléfono. Sólo una vez Martín Freud habló por teléfono con su padre. Martín Freud no dice por qué su padre odiaba el teléfono: hablando por él no podía ver los ojos de su interlocutor, y no podía, así, controlar la “exacta” “verdad” de lo que aquél le decía Freud no quería oír esas voces que, con sólo oírlas, dicen la verdad, dan paz, dan seguridad. Freud no quería oír voces que le recordasen su madre.
b) Música. Por eso mismo, Freud, tampoco amaba la música.
c) Fotos y cartas. Freud, sin embargo, enviaba hermosas fotos suyas junto a imperativas cartas suyas a sus discípulos. Freud quería ser padre y madre de sus discípulos.
d) Mujeres. Según parece poco después de los 40 años, Freud dejó de hacer el amor. Interesaría conocer la opinión de su mujer al respecto.
Carta de Groddeck a Freud ( 27 de mayo de 1917)
a) mis ideas son mías, las encontré yo solo.
b) mis ideas son sus ideas y yo soy su devoto discípulo.
c) extiéndame un certificado firmado que yo no soy su discípulo: mis ideas son mías y tengo, además otras ideas que las suyas y que Ud. No conoce.
Carta de Freud a Groddeck (5 mayo de 1917).
a) sus ideas siempre fueron mis ideas: Ud. es mi discípulo, fue siempre mi discípulo.
b) lo que Ud. llama sus otras ideas, yo también las tengo y las tuve antes. Ud. será siempre mi discípulo
Por todo esto y mucho más:
me encanta el fútbol; nada encuentro más interesante que las carreras de caballos; y, por sobre todo, amo a mis bellas alumnas.
No hay verdad, Matías;
sólo hay efectos.
Un texto se junta con otro texto (un lector) como un hombre se junta con una mujer. Nadie puede predecir con certeza lo que ocurrirá. Alguien entenderá, alguien no entenderá. Se entenderá esto, se pasará por alto esto otro.
Un texto es efectivo si genera movimientos: cólera, risa, satisfacción, rechazo.
No hay verdad, Matías;
en el mejor de los casos, temblores.
Recorro las fotos de las mujeres que verdaderamente he amado en mi vida. Busco el rasgo común, la razón de la serie.
Todas tienen en común esto: sus ojos reflejaban, eran, los ojos de mi amor absoluto, de mi vida, los ojos, puros como la muerte, de Matías.
Me pregunto porque amo loe ojos de Matías. Años y años me costó poder entenderlo. Los ojos de Matías reflejan, son, los ojos tristes de una foto, la única que conocí, de mi madre.
Una foto a guiado toda mi vida, se ha reído de mi vida y se reirá de mi muerte.
Peor aún:
Mi madre era rubia, y yo la creía morena.
La foto me engaño incluso en eso.
Aeropuerto Charles de Gaulle.
Septiembre 1978. Desde hacía un año, Matías, no te veía.
No llegaste por donde te esperaba; llegaste por una puerta lateral, junto con otros niñitos que, como tú, viajaban solos. Me tomaste de la mano y me dijiste simplemente:
“Hola papá”
No puedo explicar realmente lo que pasó. Durante más de una hora el Aeropuerto de Charles de Gaulle no existió. Supongo que se suspendieron los vuelos; en todo caso, desaparecieron pasajeros, empleados, curiosos.
Sólo existíamos tú y yo, y mi voz que no se cansaba de repetirte:
“Mi amor, mi amor querido”
¡Nunca pensé, querido Matías, que me iba a resultar tal fácil cumplir con mi antiguo deseo: dejarte, como recuerdo mío, una foto que te impresionara!
Papá:
Te envío esta foto para responderte de una manera gráfica a tu exaltado amor paterno.
Te cuento como obtuve los ingredientes:
La china y la madre de la china me las prestaron en la Vicaría. El aborigen fue un favor de unos gringos; el tipo de anteojos es cientista-político. La pobreza es absolutamente natural. La llave es del avión del tío Hugo. La corbata me la prestó un acomplejado. Los calcetines de choro –no me preguntes cómo ni cuando– se los saqué al pololo de la Claudia. Los zapatos no son los tuyos; éstos están limpios.
Me grafico como centro-delantero. De arquero, no. No quiero ser ni un Valiente ni un Arteche. Propio de la juventud es aspirar a la juventud.
No olvides de reajustar mi mesada en agosto. Tu hijo que te estima,
Matías
Amor de la foto
Angélica:
Te entrego el pasado que nunca fue nuestro presente.
Te entrego la foto de mi juventud.
Ahí estoy yo, tal como tú me hubieras querido, como me hubieras querido siempre: pobre pero joven.
Desde muy chica tuve un sueño, mejor dicho una pesadilla, que se repetía siempre. Sueño con una taza de café chica (la reconozco es la taza que toma la mamá después de almuerzo). La taza gira y mientras gira sube y baja. Mientras sube aumenta un poco de tamaño. Junto con eso siento un ruido, como canto de pájaros, pero que para mí es muy desagradable. En este sueño casi no hay imagen fuera de la taza y el café; pero yo tengo muchas sensaciones. Siempre que sueño estoy aterrada, pero no por algo que viene de afuera sino por esta obsesión de la taza que da vueltas. Siento que tengo mucho miedo y lo único que espero es que alguien me hable, alguna persona que me saque de ahí.
Angélica.
Ya es mío, es mío, lo conseguí –para siempre. Dueña imperiosa de su alma soy (pero tú sabes muy bien que no lo quemo) (sic.)
Para encadenarlo a mí, me bastó con entregarle una foto. ¿Cómo lo hice? Todo fue muy fácil, amiga.
Sonreí cuando vi a Miguel con su máquina en el acto de Leppe. Me puse al lado de Irene Domínguez, de la mujer de Morales, del Mago Vera, Justo detrás de la Claudia Marchant –y el flash se iluminó con mi sonrisa.
No necesito preocuparme por el destino de la foto. Inevitable, ineludiblemente, él la recibirá. Pensará que Dios o el destino se la envía. Nunca sabrá que yo se la envié; se la envié simplemente con sólo dejarme fotografiar.
Está ya, estará siempre en deuda conmigo. Deudor eterno de mi foto.
Desde ella sonríe; soy feliz.
Angélica
No cantes triunfo, Angélica, tan rápidamente. Consulté con mi profesor de filosofía. Me lo dijo sin reservas. Todo depende de esto: será tuyo, será tu deudor, sólo si él no logra entregarte, a su vez, una foto suya.
En guardia, querida amiga. No recibas nada de él; no respires nada que él haya respirado.
Cuidado, sobre todo, con sus cartas –las cartas son más peligrosas que las fotos. Si lo lees, serás de él. el habrá pagado su deuda y tú deberás pagar doble deuda: la suya y la tuya.
Espero que esta carta –esta foto mía– te llegue a tiempo, y te salves.
O que te pierdas. Tu sabes que yo no creo en el Purgatorio. O Cielo o Infierno; o todo o nada, pero mejor todo. ¡Cómo envidio tu incendio, tu infierno; tus celos, tu cielo! Gr.
Desarrollaré ahora el teorema de la madre que falta.
Si una madre falta (no está), falta (moralmente) como madre.
Si una madre falta (moralmente), falta (no está) como madre.
Una falta no se puede distinguir de la otra falta: una es siempre la otra.
(La inocencia de la madre –si es inocente– no viene al caso; las culpas inconscientes son las peores.)
Ahora bien, de la falta de la madre siempre es culpable el hijo. El hijo se hace responsable de la falta de la madre. Los hijos heredan la madre que falta. Problema de la herencia, de la voz que habla desde una cripta: Hamlet al fin descifrado.
Y ahora contaré la triste historia de Angélica y de su falta de amor.
Tú (cor)respondiste a la orden materna y, para controlar el tráfico de voces, de nada sirvió tu buena voluntad.
Trataste de ser como tu madre, de ser culpable como ella. Te decías: “ si soy como ella, ella me querrá”. Pero mientras más eras como ella, ella menos te quería: con tu existencia tú demostrabas culpabilidad.
A su vez, tu madre te exigía ser como ella, para ser mejor que tú. Pero si eras como ella, tú eras para ti –y para otra voz de ella también, maldita complicación– como no debías ser.
Todo lo que hacías entraba en cortocircuito. Sólo había una s ola posibilidad: hacer otra cosa en el circuito, cometer una falta en el circuito. Lo hiciste.
Entonces, te hicieron faltar a tu falta.
El asunto comenzó teniendo como pretexto el problema de Heidegger y el cristianismo. De eso me quisiste hablar en mi oficina (tú siempre dijiste que nuestro amor comenzó en mis dominios).
El caso fue que en realidad me hablaste casi exclusivamente de lo que para ti significaba la presencia de Cristo. Recordarás que te dije: “No me cabe ninguna duda que Ud. nunca ha sido amada con amor adulto”, pero para mis adentros pensaba, “me está hablando de la ausencia de otra presencia”. Me cayó la chaucha y te pregunté, entonces, por tu madre. Ese día comenzó el diálogo entre la foto de tu madre y la foto de mi madre.
Meses después, leyendo a Gabriela (Mistral, por si acaso) me di cuenta que también para ella Cristo era, no Dios-hombre o un hombre-Dios, sino simplemente esto: el nombre de la madre buena, total. A ti angélica, te debe esta lectura: Cristo es madre.
Pero sigamos con el problema de Heidegger y el cristianismo.
Luego empezaron la serie de tus lapsus. El primero fue de clara influencia agustiniana. Olvidaste tu cuaderno, “Tóma(me) y lée(me)”.
“Léeme, no mi cuerpo; lee mi dolor, lee esto, no tengo madre. Por favor ayúdame”. Pero no eras tú quien hablaba. La foto de tu madre le hablaba a la foto de la mi madre.
Después me ofreciste un anillo de una amiga tuya como garantía de un libro que yo le prestaba a ella. Cierto es que te ofrecías. Pero cierto era también que era tu madre quien te ofrecía. La foto de tu madre me empezó a hablar, empezó a intentar seducirme. Por mi intermedio, ella quería que tú fueras para siempre culpable y ella para siempre inocente.
Al fin, necesariamente, el milagro.
Juntos una tarde desciframos el misterio de la antigua foto campesina.
Juntos, amándonos, una tarde fuimos abriendo criptas, hicimos aullar a los muertos.
La circulación fotográfica produjo su obra maestra, y la foto de tu madre fue desvelada. Cierto es que, primeramente, tú me amaste por orden suya. Pero un cambio de voz se produjo, esa tarde misma: tu voz dejó de ser la voz de tu madre. Eras tú quién me decía: “quiero un hijo tuyo”. Eras tú también quien decía: “ahora mi madre es inocente, yo la hice inocente”. Sonreías y pensabas en tu hijo, en nuestro hijo –Oriana, yo le decía.
Pero a la voz de tu madre –y a otras voces– las falto generosidad para aceptar tu perdón.
Malas voces hablaron –voces de una mujer también sin madre. (Pues esta historia es una historia únicamente de los hijos sin madre –esa raza especial). “Yo quiero a Angélica cuando sufre”, decía esa voz. “Si Angélica está feliz es porque es mala”, explicaba. “Los hijos si madre no tiene derecho a la felicidad”.
Schuldig: culpable; schuldig: deudora, te repetían.
La envidia, la lujuria de la envidia triunfó (alrededor tuyo, sólo una persona te quiere sin pausa, sin cambio de voz –pero sin método).
Con lógica implacable aplicaron la lógica. Empezaron a hablar –y tú también– de tu falta.
“Aquí todos somos buenos, aquí no ha pasado nada”, te decían. Te llevaron a control vocálico. Perdiste la voz. Ya no hablas.
Fotos que se dan y se reciben; fotos que circulan; acciones de Entfernung fotográfica: tu historia –tu destino.
Envidiosos hay en tu historia; envidiosos porque sufren mucho; gente incapaz de aceptar un don; sin inteligencia, sin generosidad.
Pero yo creo en ti y te digo:
Vuelve a ti, mujer, vuelve a ti a recuperar esa voz, la voz de esos días. Falta tu falta, mujer. Que la voz de Oriana remezca de nuevo tu ser, que la voz de Oriana sea tu voz.
Oriana que te repite lo que yo te repetía:
“Nuestra hija se llamará Oriana. Y si ese nombre no te gusta, ése será su nombre secreto.
Pero si se convierte en su nombre secreto, un secreto existirá entre ella y yo que tú no compartirás.
Por eso, aunque sea sólo por celos, tú también la llamarás Oriana”
[1] El pretexto de este escrito –poema, preferimos llamarlo– fue una fotografía que el artista Eugenio Dittborn compró en el Mercado Persa de Santiago: el retrato de un grupo familiar vagamente anómalo, a cuyos miembros se hace alusión en determinados pasajes del texto. Hacia 1982 u 83, la foto fue propuesta por Dittborn a diversos escritores e intelectuales –Marchant entre ellos– para que elaborasen, en un formato prefijado, sendos textos a partir de la imagen.
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