Et cétetra Nº 4, 2000.
Nihilismo y crítica.
pp. 161-174.
UNA SÚBITA DETENCIÓN DE POR VIDA EN LA PRISIÓN TEMPORAL DEL MUNDO*
(Una entrevista a Paul Virilio)
¿Cómo es que la velocidad se instala, como ha afirmado Ud., entre nosotros y el mundo?
Yo iría aún más lejos y diría que la velocidad, a fines del siglo XX es el centro de todo. Ahora que estamos hablando, no estamos en la velocidad. Bien por ello, aunque más bien no a una gran velocidad, pues estamos en la velocidad del metabolismo, a la velocidad de los nervios y los reflejos, efectivamente de lo viviente. Mientras hablamos el uno con el otro, está funcionando su aparato grabador, que retiene nuestro encuentro, a una velocidad completamente diferente [de la nuestra], la que puede variar también, tanto disminuirse como acelerarse. Cuando partí de casa a la cita con Ud., aquí, en el café, no me vine a pie, a la velocidad del metabolismo y Ud. se vino presumiblemente en auto. Cuando viajo en avión, en tren, en auto o en metro no me hallo sentado en el sentido propio del término, sino que me muevo a la velocidad del medio de transporte respectivo. La velocidades despacio del vehículo. Cuando estaciono mi auto a la vera de la calle, deja de ser un vehículo para no ser más que un trozo de fierro, una carcaza de metal, en donde me hallo sentado. Yo podría hallarme igualmente bien en una choza de madera o estar agachado en la vereda; no hay ninguna diferencia.
¿Cómo es que la velocidad influye en nuestra experiencia?
Cuando un vehículo alcanza su velocidad, condiciona de ese modo mi relación con el espacio. Soy vestido y cubierto por la velocidad. Estando ahora aquí sentados, estamos rodeados por la velocidad del vivir y del ser. No es una casualidad que estemos hablando de la vitalidad; la vida es finalmente una velocidad, tal como la experimentamos en la fiebre o cuando estamos alterados. La velocidad de nuestro ser es disipada por la velocidad del auto, la del avión o por la velocidad de los aparatos técnicos, entre los que se cuentan los grabadores magnetofónicos, las grabadoras de cassettes, los grabadores de vídeo, entre otros. De hecho, la velocidad afecta al arte, pero de un modo totalmente diferente a como ocurre en el cuadro de Duchamp, “Desnudo descendiendo una escalera”, el que pertenece ya a la época de la cronofotografía de Jules-Etienne Mareys, en donde los diferentes estadios del movimiento han sido desmembrados. En el fondo, es una visión de fractal, pues se trata de velocidades retardadas. La escalera que desciende, en Duchamp, no es particularmente muy rápida. Lo que permite comunicarnos por Internet, en cambio, es la velocidad de la luz. De allí que nos resulta casi irrepresentable lo que constituya ahí la historia. Esta apertura mundial no es otra cosa que el desplazamiento del mundo al estadio rápido de la absoluta velocidad. Anexado a todo ello se halla también la economía, cuyas consecuencias mundiales llegan a su cúspide con los derrumbes bursátiles, tanto en lo geopolítico como en el mundo mediático, para el que historias como las de Clinton o de Lady-D encuentran, por doquier, su difusión en el planeta.
Agréguese a esto también el mundo de lo militar con sus especiales posibilidades, como las conocemos ya desde la Guerra del Golfo Pérsico, donde se intentó ganar la guerra con una velocidad absoluta. Para ello se empleó, sin embargo, también la electrónica. Lo que se perfilaba a comienzos de año [1999] en Kosovo, descansa en la aceleración de la información. La guerra electrónica opera todavía con objetivos, mientras que una guerra como la de Kosovo, ya en su etapa preparatoria era una guerra informática. Recuerdo que el comandante general de la guerra informática había sido nombrado ya en diciembre del año pasado. John Cambell dirigió la guerra informática desde el Pentágono, donde desde fines de la Guerra del Golfo Pérsico se estaba trabajando en una estrategia totalmente nueva para las operaciones de guerra. Se ve, entonces, que la velocidad es algo central, el espacio de lo viviente. La carrera es para el animal una forma de selección. El elefante es un animal, cuyo capital es la masa, en tanto que tigres y leones disponen de la fuerza para capturar gacelas y pájaros mediante la velocidad. En alguna parte la velocidad ha sido siempre un espacio. Me pongo a mirar el mundo mientras que mi vida se acelera con ayuda de cualquier tipo de motores. Incluso el arte se ha dejado arrastrar por la competencia de las velocidades. Y, sin embargo, todavía falta este conocimiento en el análisis del arte moderno. En los futuristas como Marinetti es aún demasiado primitivo, ya que precisamente no está él a la altura de la velocidad absoluta, que llamamos mundialización y que afecta no sólo a la estética, sino también a la política y a la economía.
¿Es la Fenomenología acaso, como telón de fondo de su análisis, una utopía?
No, porque yo soy, pues, un fenomenólogo y un guestaltista. Esto es muy francés y típico de mi generación. Hasta ahora nadie ha logrado salirse de la Fenomenología, ni Derrida, ni
Deleuze, ni ningún otro. Por eso es que yo prefiero a Husserl, en lugar de Heidegger. Si hay algo superado, eso es la aceleración por motores. La aceleración de la percepción está llegando al punto de modificar drásticamente nuestra relación con los fenómenos. La Fenomenología no es ninguna utopía, sino una probabilidad.
¿Por qué?
La diferencia entre verdad y probabilidad es el inicio de la representación, y la Fenomenología es representación, [no es] ninguna verdad, sino una probabilidad. Hay algo que se ha perdido, puesto que somos hombres y, efectivamente, no Dios. Se llega a la verdad de los fenómenos solamente a través de la probabilidad, y ésta ha transcurrido hasta ahora a través de la percepción directa, de lo analógico y de la representación pictórica, fotográfica o escultórica. Todas ellas fueron imágenes analógicas. Por medio de las imágenes virtuales hemos entrado en una región, donde la realidad se ha duplicado. Por una parte, lo ha hecho por los fenómenos, a los que no les es lícito el desaparecer; así como por la representación que se ha mantenido siempre la misma. Y, por otra parte, es ella [la realidad] representada por medio de la digitalización. Eso que se llama realidad virtual, es algo totalmente calculado, completamente computado y por completo independiente de los modos de representación analógicos, visuales, auditivos, así como de otros. De lo que se trata es de una duplicación de los fenómenos. Cuando yo hablo, por ejemplo, de realidad virtual o realidad actual, ya tengo de esa forma una duplicación. La realidad actual está ya siempre contaminada por la realidad virtual de diferentes modos.
Por lo que existe el peligro de que lo análogo se pierda de una vez para siempre. Lo que se nos muestra, ya, si consideramos el dominio de una técnica por sobre todas las demás. Cuando todas las representaciones lleguen a ser digitalizadas, cuando incluso lo sean olfato, audición, vista y tacto por medio de la acción teledirigida, así como también las del cuerpo con el traje de informaciones o datos (el Data-Suit) o el guante teletacto (el Glove-Data), se hará posible, así, reconstruir la realidad fenomenológica por medio de la máquina, mediante el motor de inferencia lógica y de la electrónica. Tengo que recordar aquí, otra vez, que recién estamos en el inicio de este desarrollo. Mi descripción es la de un impresionista. Lo que allí suceda, no lo domina ningún hombre.
¿En qué se diferencia Ud. de un hombre como Gilíes Deleuze?
Yo soy un ensayista. Como director del programa del Colegio Internacional de Filosofía, del que me retiré junto con Derrida después de cuatro años, siempre hice la advertencia a los participantes de mis seminarios, que yo no era ningún filósofo. Y, en verdad, por ninguna modestia, sino, principalmente, por razones de autenticidad. Porque cuando dilucido algo, esto se basa en un conocimiento de causa diferente de aquel de la filosofía. Bien, pero ¿qué era lo importante, para mí, en Deleuze? Ante todo, su idea de un pensamiento de segundo orden. Su grandeza consistía –y no hablo aquí, ahora, de Félix Guattari– en algo bastante escaso en lo que toca a los filósofos modernos: en la modestia. Por regla, estos filósofos están llenos de una perniciosa arrogancia. Por eso, prefiero mucho más a Kierkegaard y Schopenhauer que a Hegel. Prefiero a los que tienen una herida o algún lado flaco; y Deleuze tenía su punto débil que era, a su vez, su grandeza. Por eso, lo sentía yo más cercano. Cuando me río de la potencia extraordinaria del “superhombre” [nietzscheano], creo en la fuerza de la debilidad.
¿Hay paralelos cuando reflexionan sobre los desarrollos sociales?
Sí y no. A menudo le decía a él, que yo vinculaba con una palabra como "máquinas de guerra" algo radicalmente diferente de lo que el pensaba. Lo que residía en un problema semántico. Para mí, las máquinas de guerra son sistemas de armamentos. La guerra. Los cañones. Los tanques. Los misiles crucero. Incluso: la cruda realidad. Él, por el contrario, tomaba la palabra en su literalidad. La palabra era para él mucho más que una metáfora, un cuerpo sin órganos. Una palabra como “máquinas de guerra”, que pertenecía al vocabulario de Deleuze y de Guattari, sirvió para un acercamiento con su discurso. Incluso una palabra como "nómada" la utilizábamos de una manera diferente. Deleuze la empleaba igualmente de un modo metafórico, mientras que yo pensaba por nómada a esas personas que de facto no se asientan, por mucho tiempo, en ninguna parte, sino que se hallan en movimiento, luego, no tienen ninguna posición firme, por lo que están siendo por lo común delocalizadas. No estoy seguro –podría hasta discutirse al respecto– si una palabra como nómada en Deleuze y Guattari, no poseerá una significación mucho más rica. Bueno, pero, yo soy urbanista, y cuando hablo de sedentarios o de nómades, lo hago como parte de la historia. En efecto, siempre hablo a través de la historia, precisamente, porque no soy ningún filósofo. Lo que no tiene nada de metafórico, sino que resulta ser bien concreto, aún cuando hoy en día se haya modificado mucho respecto de la sedentariedad y la no sedentariedad.
¿Qué, por ejemplo?
El siglo XIX se caracteriza por la violenta oposición entre el campo y la ciudad; y la revolución industrial ha traído consigo el que los campesinos se transformaran en los proletarios de la ciudad. En el siglo XX cenemos que habérnoslas tan sólo con la oposición centro-periferia o margen [ciudad/suburbio], por lo que se ha acortado aún más la distancia. En el próximo siglo nos esperan conflictos entre nómadas y sedentarios. Pero ¡atención! por nómadas entendiendo aquellos que no se encuentran en ninguna parte, ni en el tren, ni en casa o en el avión, mientras que los sedentarios están siempre y por doquier en la casa, porque siempre están comunicándose telefónicamente por celular, computador, conferencia telefónica o en el tren expreso de alta velocidad (TGV), donde se puede telefonear siempre, y se está vinculado con todos y cada uno. Incluso ya se puede hablar telefónicamente en el Concorde.
Para mí el nómada es aquel individuo sin trabajo y sin techo u hogar, que corre por ahí; el vago, en efecto, el clochard, como se le conoce en Francia. Con él trabajo yo. En resumidas cuentas, para mí, el nómada es alguien que no está en ninguna parte. Sin pasaporte ni documentos. Sin casa. Sin compromisos. Así, entonces, sin trabajo y sin familia, se encuentra en una situación absoluta de no-status. El sedentario, que se halla justamente en situación de desarrollarse, se halla por esta razón siempre en casa, porque dispone de un sin número de técnicas y velocidades. Mucho más importante que el espacio real, el catastro de oficinas de un edificio o una ciudad, es ahora en adelante el tiempo real. El valor se ha ido desplazando desde el lugar real, la casa, el catastro de oficinas y la sedentariedad, para salvar el tiempo real y lo instantáneo del trabajo teledirigido, con todas sus posibilidades inmediatas. Esto lo vivenciamos en cualquier momento con todas esas personas que andan con el celular, que se hallan cogidas como por una avalancha, y de la que podrían ser salvados.
Ud,. ha escrito que en las máquinas de la velocidad reside nuestro futuro asentamiento.
Exacto. Estamos transitando hacia la velocidad absoluta, configurada por la velocidad límite de la luz. La telecomunicación está viva. Aún cuando pueda pensarse allí un pequeño progreso todavía, nos hallamos así hace rato en la instantaneidad, en la ubicuidad y la medialidad. La necesidad de continuidad del movimiento físico está llegando a tal punto de desaparecer. Ya está sobrando. Ud. me replicará, como muchos otros: sí claro, pero practicamos deporte, en todo caso. Pero, sabe Dios que eso no es ningún argumento contrario. Antiguamente, quien sobrepasaba un límite, la frontera, lo hacía para conquistar un país, y el cruce del Atlántico sucedió con la esperanza de descubrir América. En aquel entonces aún era necesario conquistar, de esa forma, el mundo. Hoy eso ya no sirve. Se ha vuelco superficial, porque ya sólo se necesita hacer una llamada. Ud. ve que, de una u otra forma, nuestro mundo va entrando de a poco a un estado de súbita detención.
Estamos como en la Biblia casi al punto de quedarnos paralizados como estatuas de sal. Detrás de la hipervelocidad viene la hiperinmovilidad, que se extiende cada vez más en un drama de conservación de cadáveres. Estamos viviendo en un tiempo, casi donde el mundo se está muriendo en un estado de reposo de la velocidad absoluta. Naturalmente que la gente toma el tren viaja en el verano a los balnearios o practica deporte invernal. Pero esas son nimiedades que mañana, con la entrada en el mundo virtual, ya no serán necesarias. En mi libro. El arte del motor pongo el ejemplo de la telesexualidad. Si es que una vez hubo un movimiento, ese fue la búsqueda de una mujer o de un hombre. Lo que constituía la vida entera de los hombres, incluso la de los animales. Hoy en día basta con conectarse a la red. Ud. me replicará otra vez, como tantos, que eso es un juego. ¡Pero cortémosla, de una vez por todas, con esa minimización! Al comienzo, todo es un juego. El primer auto a motor: también eso era un juego. Y actualmente ¿qué es lo que pasa? Donde sea que se mire, por doquier hay autos, nada más que autos. Hoy en día todavía observamos la telesexualidad como una curiosidad. Pero ya mañana, será el famoso juego algo bien en serio, un preservativo universal. Y como no existe ningún contacto corporal directo, no hay necesidad de cuidarse, basta sólo conectarse. Semejante tipo de progresos no son más que espantosas pruebas del aumento de la inmovilidad, que amenaza mundialmente con expandirse, y que no sólo representan una amenaza para el hombre individual, sino para toda la especie.
¿Dónde ve Ud. los principales peligros de nuestro tiempo?
En general, existen hoy en día tres peligros. Por una parte, el peligro atómico que está a la orden del día. ¡Perfecto! Pensemos únicamente en Tschernobyl, ya, eso, no está nada de mal. Pero, luego, tenemos todavía la bomba informática, que posibilita la telesexualidad, así como también está la bomba genética, que permite manipular al hombre y calcular el ser. Ahora bien, ¿qué pasa con el desciframiento del ADN en sí mismo? No se trata de otra cosa que de un desciframiento del sistema mediante la digitalización. Hay computadores que son capaces de analizar datos, para los que antes se requerían millones de años. Lo que muestra que, las nuevas tecnologías representan peligros absolutos. Tampoco es ninguna casualidad que el ordenador fuera inventado al mismo tiempo que la bomba atómica. Tenemos allí un sistema que ya había sido previsto por Einstein, y no estoy afirmando que él sea responsable en todo esto. Él hablaba todavía de una bomba demográfica, en lugar de una bomba genética, porque no había siquiera pensado en la posibilidad de la decodificación. Todas estas tres bombas están, entretanto, bien enlazadas las unas con las otras, de manera que la bomba genética no puede ser descifrada sin la bomba informática, constituyen finalmente la modernidad, con la que ya se ha alcanzado hace mucho tiempo un límite. Lo que me vuelve loco, es que nadie se ha hecho consciente de ello, y que ya hace rato que hemos aterrizado en el “gran encierro” del que hablaba Michel Foucault, en su análisis del siglo XVII. Si bien no, claro, de manera que nos encontremos detrás de las rejas en una prisión, pero para ello ya nos estamos desplazando hacia un mundo sellado. El arte, que se ocupe del tema del fin del mundo, y no estoy refiriéndome aquí a un mundo destruido, sino a un mundo que se está asfixiando por la contracción tanto del espacio como del tiempo, una arte tal debería precisamente tocar este tema.
Walter Benjamin habla en su libro, Passagenwerk, de ello: que los umbrales de tiempo y de lugar, o sea, las zonas de tránsito, desaparecen cada vez más y más. También Ud. ha escrito acerca de ello.
Ciertamente. Todo, incluso el televisor es tele-transmitido [teleskopiert]. Cuando uno se haya tele-transmitido o teleguiado, el francés cree en esto que uno ha chocado. La televisión, la teleconfercncia y el teletrabajo o trabajo a distancia, todo eso es tele-transmisión [Telescopie] y, propiamente, accidentes de circulación. Y con esto no se está pensando en la circulación de automóviles, sino de informaciones, lo que ha llegado hasta la tele-transmisibilidad del sexo por la tele-sexualidad. Justamente a esto lo llamé, una vez, separación o divorcio. Hay en general dos tipos de divorcio, en el desarrollo del siglo XX, El primero es el divorcio de parejas, y no quisiera entrar aquí en este fenómeno, de la separación matrimonial. Pero, luego, hay un segundo tipo de divorcio, a saber, el del amor corporal. En el fondo, de nuevo, un ejemplo de la mutilación que lo va abarcando todo a su alrededor. ¿A dónde irá a conducirnos codo esto todavía?
El mundo es demasiado pequeño y demasiado insignificante para el poder de las máquinas, como lo ha puesto en evidencia la explosión de la bomba atómica. Pues bien, a nivel del universo esto ha sido sólo un risible fuego de artillería, o sea, nada. Un mero juego de niños. En relación a la Tierra y al hombre, sin embargo, la bomba atómica es algo tan desproporcionado como la informática y la genética. Demasiado es lo que está puesto en juego, pero nadie parece darse cuenta, en verdad. Hoy el arte contemporáneo es cruel, incluso un arte del exceso y de la desmesura, como la exposición escándalo que se hiciera en Londres, la presentación el año pasado del Dr. von Hagen, en Mannheim, o de los activistas de Viena, como lo mostraran Rudolf Schwarzkogler y Herman Nitsch. Esta desmesura se halla contrapuesta a la de los impresionistas o la de Cézanne. Debo de recordar aquí a los muchos suicidas de entre la pléyade de los artistas modernos. A van Gogh, Nicolas de Stael, Charles Kugler, Rothko. Podríamos levantar un muro entero con todos ellos, así como con los muertos de Vietnam. En realidad, tendría que escribir al respecto, pues es muy poco usual todo aquello. Son simplemente demasiados. ¿Qué significa esto? ¿Qué significa que el lugar de la creación se convierta en el sitio de la autodestrucción? ¿Por qué se han suicidado tantos artistas, en el siglo XX? Y no me estoy refiriendo a Deleuze.
¿Por qué no?
Porque en el caso de Deleuze, a quien conocí muy bien, se trata de un suicidio de asfixia. Cuando se suicidó, mi mujer me dijo que él lo había hecho porque quiso respirar una última vez. Porque Deleuze, prácticamente, no podía respirar sino con ayuda de una máquina de oxígeno, como los buzos con su tanque de oxígeno a la espalda. En su última carta, meses antes de su muerte, me escribía: “Paul, ya sólo tengo dos horas por las mañanas, donde puedo respirar normalmente. Soy alguien que está en una asfixia permanente.” Su suicidio no fue el resultado de una libre muerte por razones intelectuales, sino la libre elección de un hombre que estaba asfixiándose a diario y que luego de no poder soportar más el dolor, gritara: “¡Abran la ventana, que no puedo respirar!”
¿Qué sucede cuando se pierde el umbral?
Guerra. Guerra civil. La guerra de todos contra todos. Terrorismo. La masacre. No necesariamente la muerte en Ruanda o Kosovo. Pero, entretanto, odio y brutalidad. Cuando los animales no tienen suficiente lugar en su coto en el zoológico, cesan de reproducirse. No hallan más placer en el amor. En casos extremos se devoran entre ellos mismos. También los hombres en los submarinos no se aguantan entre sí. El espacio es demasiado pequeño, además de hallarse encerrados. Pero, mire, lo que ahora se encuentra encerrado no se puede comparar con la prisión, con el coto del zoológico o con un submarino, porque ahora se han transfigurado tiempo y mundo en espacios cerrados. El mundo se contrae por compresión temporal, y en el estado de estar siendo comprimidos chocamos sin parar unos contra los otros. Así surgen los roces, las rencillas; así surge el odio. Pero no el odio de las ideologías, como en los años cuarenta. No el enfrentamiento entre comunistas y fascistas. No, se trata de lo puramente animal.
¿Ud. vio la película de Wim Wenders, “El cielo sobre Berlin”?
Pero, ¡claro!
Peter Handke [el guionista] hace decir a Curt Bois: la paz habrña de depender de s los umbrales han sido aceptados por todos.
Así es. La guerra, que se halla a la orden del día, es la guera civil, la metástasis social. Los dos enemigos de la democracia son la tiranía –esto lo conocíamos– y la guerra civil. En griego se dice esto: stásis, de ahí proviene la stasis como metástasis en el cáncer. Esa es la guerra de todos contra todos. La guerra interna. El odio, que en la periferia, en los suburbios, se pronuncia en las pandillas, familias, y en medios de transporte esto es el comienzo del Progrom, del choque hostil de un mundo que se encuentra demasiado cerrado. El mundo no se ha de terminar, porque este venga a desaparecer. No, peor aún. Él se terminará, cuando termine de cerrarse. En dos o tres generaciones más la gente joven tendrá la sensación de estar asfixiándose en el mundo. ¿Por qué? Porque ella podrá estar en una hora en China, o podrá estar conectado dentro de cinco segundos con todo el mundo. ¡Qué forma más desgraciada de aburrimiento! ¡Qué espanto! ¡Qué forma de encarcelamiento!
Cuando le oigo hablar, le siento gratamente irritado. ¿Es eso un compromiso?
Sí, por supuesto. Como fenomenólogo, me pienso como un testigo del mundo. Mi compromiso lo expreso en libros, en alocuciones, y no en un partido político; porque no hay ninguno que esté armado para los acontecimientos. Tampoco los verdes. Yo he dicho que hay dos ecologías, entre ellas, la verde de la contaminación de las sustancias, que tiene futuro y es legítima. Estoy totalmente de acuerdo con ella, aún cuando me halle descontento con el partido, porque aquella no basta. Dejando esto a un lado, existe todavía una otra ecología, de la que jamás nadie ha hablado; y esta es la contaminación de las distancias. El choque, el encontronazo. La colisión. El fin de los umbrales. La compresión temporal. Pues bien, la sustancia del mundo no se halla amenazada únicamente por contaminación y polución del aire, del agua, de la fauna y la flora. No, también hemos de habérnoslas con una contaminación del tamaño del espacio del mundo por la comprensión del tiempo.
Esta se basa en la supresión de los umbrales de tiempo e intervalos condicionados a través de la aceleración de la comunicación y de los medios de transporte. La he denominado la ecología gris, porque no tiene color. Se presenta de ahí que como un progreso. Todos se alegran y saltan de júbilo cuando se anuncia un tren aún más rápido o un avión aún más veloz que el anterior. Con el descubrimiento de la armas atómicas todos gritaban que esto era espantoso, repulsivo. Apenas si sucede esto cuando se inventa un auto todavía más rápido, o cualquier cosa que sea aún más rápida que cualquier otra, porque es vitoreada casi absolutamente por todos, sin importar que esta contracción nos presione y asfixie. Nadie se halla hoy sensibilizado por dimensión de esta ecología gris, ni con sus devastadoras consecuencias. Con frecuencia he dicho a los verdes que me pondría de su lado, tan pronto se interesasen en la ecología gris. Hasta ahora sólo han hablado del espacio, pero no del tiempo. Si bien, todo espacio es un espacio de tiempo; y toda condición de vida, todo espacio ecológico ha de habérselas con tamaños y proporciones. Al medir 1.8 m de altura o ser tan grandes como un jugador de baseball, y el mundo tener un ancho de 40.000 km, eso también es ecología. Con esto, lo que hago es moverme en las proporciones de un arquitecto, quien se halla en una cierta relación con las cosas. Las proporciones y relaciones hoy se han contraído, tele transmitido, van derecho a su desaparición. En la medida que esto se mantenga sin ser comprendido, tampoco se habrán planteado todas las preguntas de la ciencia. En realidad, los conocimientos técnicos son un drama. En el siglo XIX, la ciencia técnica parecía ser todavía un avance, comparándolo con el diario vivir de los campesinos o de los trabajadores. Un siglo más tarde esto es tan sólo un drama, y símbolos de esto son ya el hundimiento del Titanic o el accidente del reactor de Tschernobyl.
¿A favor de qué o contra qué está Ud. ?
Mi compromiso se haya dirigido totalmente hacia este siglo. Soy un hijo de este siglo y lucho contra él, porque es lo único que tengo. Yo no me comprometo con ningún partido o en ninguna otra agrupación política. Por supuesto que me he formado mis opiniones políticas. Pero en mi propia vida, me he
comprometido a favor y en contra de algo en la medida en que me he ocupado, como muy pocos, con la negatividad de lo técnico. Lo que acabo de decir suena muy negativo ¿no es cierto? Pero, en un senado propio, no existe nada más positivo que esto, ya que el progreso se realiza únicamente a través de la teoría de la negatividad. Le daré un ejemplo: ¿Por qué existe actualmente el tren de alta velocidad, el famoso TGV? Pues porque un grupo de ingenieros del rubro se reunieron en Bruselas en 1880, para inventar un sistema de bloc más seguro, que regulase todo el tráfico, para evitar que se descarrilaran más trenes. Luego, nosotros, esto es, mi generación, que va cumpliendo setenta años, necesita tan sólo analizar los estragos del progreso. Ya hay demasiada publicidad acerca de los consorcios internacionales de Microsoft, de electrónica y de mensajeros de tiempo. O sea, publicidad no les ha faltado. Nuestro trabajo, que es positivo, en el fondo, consiste, a la inversa de aquél, en denunciar todo lo negativo. Es la tarea final, la que aún queda, por hacer.
A veces me da la impresión de que nos atemorizamos tanto frente al tiempo, que andamos huyendo de éL
Porque el tiempo se dirige hacia la muerte. Esto no puede ser separado, como lo ha expresado ya Heidegger y otros antes que él. El tiempo que va dirigido hacia la muerte, es sólo el camino hacia la desaparición. El tiempo en su aceleración provoca también la aceleración de la muerte, su llegada y con ello el punto temporal del fin como del desaparecer. Pues bien, yo no creo en la muerte, sino en la vida eterna. Mis amigos me dicen a menudo que, quien me oyera, podría creer que yo estoy desesperado. Pero cuando se me conoce mejor, se sabe que esto no es cierto. Yo tendría algo que a ellos y a otros les falta, a saber, la fe. Quien no crea como yo en la vida eterna, sobre él tendría que tener efecto lo que digo como la desesperación de un hombre que no ha superado su drama. Yo, por el contrario, me hallaría por encima de esto, y no les haría bien. Mis amigos tienen la razón.
* La siguiente es una entrevista de Heinz-Norbert Jocks con Paul Virilio, originalmente publicada en el Frankfurter Rundschau, el 11 de diciembre de 1999. La traducción del alemán pertenece a Breno Onetto.
Nihilismo y crítica.
pp. 161-174.
UNA SÚBITA DETENCIÓN DE POR VIDA EN LA PRISIÓN TEMPORAL DEL MUNDO*
(Una entrevista a Paul Virilio)
¿Cómo es que la velocidad se instala, como ha afirmado Ud., entre nosotros y el mundo?
Yo iría aún más lejos y diría que la velocidad, a fines del siglo XX es el centro de todo. Ahora que estamos hablando, no estamos en la velocidad. Bien por ello, aunque más bien no a una gran velocidad, pues estamos en la velocidad del metabolismo, a la velocidad de los nervios y los reflejos, efectivamente de lo viviente. Mientras hablamos el uno con el otro, está funcionando su aparato grabador, que retiene nuestro encuentro, a una velocidad completamente diferente [de la nuestra], la que puede variar también, tanto disminuirse como acelerarse. Cuando partí de casa a la cita con Ud., aquí, en el café, no me vine a pie, a la velocidad del metabolismo y Ud. se vino presumiblemente en auto. Cuando viajo en avión, en tren, en auto o en metro no me hallo sentado en el sentido propio del término, sino que me muevo a la velocidad del medio de transporte respectivo. La velocidades despacio del vehículo. Cuando estaciono mi auto a la vera de la calle, deja de ser un vehículo para no ser más que un trozo de fierro, una carcaza de metal, en donde me hallo sentado. Yo podría hallarme igualmente bien en una choza de madera o estar agachado en la vereda; no hay ninguna diferencia.
¿Cómo es que la velocidad influye en nuestra experiencia?
Cuando un vehículo alcanza su velocidad, condiciona de ese modo mi relación con el espacio. Soy vestido y cubierto por la velocidad. Estando ahora aquí sentados, estamos rodeados por la velocidad del vivir y del ser. No es una casualidad que estemos hablando de la vitalidad; la vida es finalmente una velocidad, tal como la experimentamos en la fiebre o cuando estamos alterados. La velocidad de nuestro ser es disipada por la velocidad del auto, la del avión o por la velocidad de los aparatos técnicos, entre los que se cuentan los grabadores magnetofónicos, las grabadoras de cassettes, los grabadores de vídeo, entre otros. De hecho, la velocidad afecta al arte, pero de un modo totalmente diferente a como ocurre en el cuadro de Duchamp, “Desnudo descendiendo una escalera”, el que pertenece ya a la época de la cronofotografía de Jules-Etienne Mareys, en donde los diferentes estadios del movimiento han sido desmembrados. En el fondo, es una visión de fractal, pues se trata de velocidades retardadas. La escalera que desciende, en Duchamp, no es particularmente muy rápida. Lo que permite comunicarnos por Internet, en cambio, es la velocidad de la luz. De allí que nos resulta casi irrepresentable lo que constituya ahí la historia. Esta apertura mundial no es otra cosa que el desplazamiento del mundo al estadio rápido de la absoluta velocidad. Anexado a todo ello se halla también la economía, cuyas consecuencias mundiales llegan a su cúspide con los derrumbes bursátiles, tanto en lo geopolítico como en el mundo mediático, para el que historias como las de Clinton o de Lady-D encuentran, por doquier, su difusión en el planeta.
Agréguese a esto también el mundo de lo militar con sus especiales posibilidades, como las conocemos ya desde la Guerra del Golfo Pérsico, donde se intentó ganar la guerra con una velocidad absoluta. Para ello se empleó, sin embargo, también la electrónica. Lo que se perfilaba a comienzos de año [1999] en Kosovo, descansa en la aceleración de la información. La guerra electrónica opera todavía con objetivos, mientras que una guerra como la de Kosovo, ya en su etapa preparatoria era una guerra informática. Recuerdo que el comandante general de la guerra informática había sido nombrado ya en diciembre del año pasado. John Cambell dirigió la guerra informática desde el Pentágono, donde desde fines de la Guerra del Golfo Pérsico se estaba trabajando en una estrategia totalmente nueva para las operaciones de guerra. Se ve, entonces, que la velocidad es algo central, el espacio de lo viviente. La carrera es para el animal una forma de selección. El elefante es un animal, cuyo capital es la masa, en tanto que tigres y leones disponen de la fuerza para capturar gacelas y pájaros mediante la velocidad. En alguna parte la velocidad ha sido siempre un espacio. Me pongo a mirar el mundo mientras que mi vida se acelera con ayuda de cualquier tipo de motores. Incluso el arte se ha dejado arrastrar por la competencia de las velocidades. Y, sin embargo, todavía falta este conocimiento en el análisis del arte moderno. En los futuristas como Marinetti es aún demasiado primitivo, ya que precisamente no está él a la altura de la velocidad absoluta, que llamamos mundialización y que afecta no sólo a la estética, sino también a la política y a la economía.
¿Es la Fenomenología acaso, como telón de fondo de su análisis, una utopía?
No, porque yo soy, pues, un fenomenólogo y un guestaltista. Esto es muy francés y típico de mi generación. Hasta ahora nadie ha logrado salirse de la Fenomenología, ni Derrida, ni
Deleuze, ni ningún otro. Por eso es que yo prefiero a Husserl, en lugar de Heidegger. Si hay algo superado, eso es la aceleración por motores. La aceleración de la percepción está llegando al punto de modificar drásticamente nuestra relación con los fenómenos. La Fenomenología no es ninguna utopía, sino una probabilidad.
¿Por qué?
La diferencia entre verdad y probabilidad es el inicio de la representación, y la Fenomenología es representación, [no es] ninguna verdad, sino una probabilidad. Hay algo que se ha perdido, puesto que somos hombres y, efectivamente, no Dios. Se llega a la verdad de los fenómenos solamente a través de la probabilidad, y ésta ha transcurrido hasta ahora a través de la percepción directa, de lo analógico y de la representación pictórica, fotográfica o escultórica. Todas ellas fueron imágenes analógicas. Por medio de las imágenes virtuales hemos entrado en una región, donde la realidad se ha duplicado. Por una parte, lo ha hecho por los fenómenos, a los que no les es lícito el desaparecer; así como por la representación que se ha mantenido siempre la misma. Y, por otra parte, es ella [la realidad] representada por medio de la digitalización. Eso que se llama realidad virtual, es algo totalmente calculado, completamente computado y por completo independiente de los modos de representación analógicos, visuales, auditivos, así como de otros. De lo que se trata es de una duplicación de los fenómenos. Cuando yo hablo, por ejemplo, de realidad virtual o realidad actual, ya tengo de esa forma una duplicación. La realidad actual está ya siempre contaminada por la realidad virtual de diferentes modos.
Por lo que existe el peligro de que lo análogo se pierda de una vez para siempre. Lo que se nos muestra, ya, si consideramos el dominio de una técnica por sobre todas las demás. Cuando todas las representaciones lleguen a ser digitalizadas, cuando incluso lo sean olfato, audición, vista y tacto por medio de la acción teledirigida, así como también las del cuerpo con el traje de informaciones o datos (el Data-Suit) o el guante teletacto (el Glove-Data), se hará posible, así, reconstruir la realidad fenomenológica por medio de la máquina, mediante el motor de inferencia lógica y de la electrónica. Tengo que recordar aquí, otra vez, que recién estamos en el inicio de este desarrollo. Mi descripción es la de un impresionista. Lo que allí suceda, no lo domina ningún hombre.
¿En qué se diferencia Ud. de un hombre como Gilíes Deleuze?
Yo soy un ensayista. Como director del programa del Colegio Internacional de Filosofía, del que me retiré junto con Derrida después de cuatro años, siempre hice la advertencia a los participantes de mis seminarios, que yo no era ningún filósofo. Y, en verdad, por ninguna modestia, sino, principalmente, por razones de autenticidad. Porque cuando dilucido algo, esto se basa en un conocimiento de causa diferente de aquel de la filosofía. Bien, pero ¿qué era lo importante, para mí, en Deleuze? Ante todo, su idea de un pensamiento de segundo orden. Su grandeza consistía –y no hablo aquí, ahora, de Félix Guattari– en algo bastante escaso en lo que toca a los filósofos modernos: en la modestia. Por regla, estos filósofos están llenos de una perniciosa arrogancia. Por eso, prefiero mucho más a Kierkegaard y Schopenhauer que a Hegel. Prefiero a los que tienen una herida o algún lado flaco; y Deleuze tenía su punto débil que era, a su vez, su grandeza. Por eso, lo sentía yo más cercano. Cuando me río de la potencia extraordinaria del “superhombre” [nietzscheano], creo en la fuerza de la debilidad.
¿Hay paralelos cuando reflexionan sobre los desarrollos sociales?
Sí y no. A menudo le decía a él, que yo vinculaba con una palabra como "máquinas de guerra" algo radicalmente diferente de lo que el pensaba. Lo que residía en un problema semántico. Para mí, las máquinas de guerra son sistemas de armamentos. La guerra. Los cañones. Los tanques. Los misiles crucero. Incluso: la cruda realidad. Él, por el contrario, tomaba la palabra en su literalidad. La palabra era para él mucho más que una metáfora, un cuerpo sin órganos. Una palabra como “máquinas de guerra”, que pertenecía al vocabulario de Deleuze y de Guattari, sirvió para un acercamiento con su discurso. Incluso una palabra como "nómada" la utilizábamos de una manera diferente. Deleuze la empleaba igualmente de un modo metafórico, mientras que yo pensaba por nómada a esas personas que de facto no se asientan, por mucho tiempo, en ninguna parte, sino que se hallan en movimiento, luego, no tienen ninguna posición firme, por lo que están siendo por lo común delocalizadas. No estoy seguro –podría hasta discutirse al respecto– si una palabra como nómada en Deleuze y Guattari, no poseerá una significación mucho más rica. Bueno, pero, yo soy urbanista, y cuando hablo de sedentarios o de nómades, lo hago como parte de la historia. En efecto, siempre hablo a través de la historia, precisamente, porque no soy ningún filósofo. Lo que no tiene nada de metafórico, sino que resulta ser bien concreto, aún cuando hoy en día se haya modificado mucho respecto de la sedentariedad y la no sedentariedad.
¿Qué, por ejemplo?
El siglo XIX se caracteriza por la violenta oposición entre el campo y la ciudad; y la revolución industrial ha traído consigo el que los campesinos se transformaran en los proletarios de la ciudad. En el siglo XX cenemos que habérnoslas tan sólo con la oposición centro-periferia o margen [ciudad/suburbio], por lo que se ha acortado aún más la distancia. En el próximo siglo nos esperan conflictos entre nómadas y sedentarios. Pero ¡atención! por nómadas entendiendo aquellos que no se encuentran en ninguna parte, ni en el tren, ni en casa o en el avión, mientras que los sedentarios están siempre y por doquier en la casa, porque siempre están comunicándose telefónicamente por celular, computador, conferencia telefónica o en el tren expreso de alta velocidad (TGV), donde se puede telefonear siempre, y se está vinculado con todos y cada uno. Incluso ya se puede hablar telefónicamente en el Concorde.
Para mí el nómada es aquel individuo sin trabajo y sin techo u hogar, que corre por ahí; el vago, en efecto, el clochard, como se le conoce en Francia. Con él trabajo yo. En resumidas cuentas, para mí, el nómada es alguien que no está en ninguna parte. Sin pasaporte ni documentos. Sin casa. Sin compromisos. Así, entonces, sin trabajo y sin familia, se encuentra en una situación absoluta de no-status. El sedentario, que se halla justamente en situación de desarrollarse, se halla por esta razón siempre en casa, porque dispone de un sin número de técnicas y velocidades. Mucho más importante que el espacio real, el catastro de oficinas de un edificio o una ciudad, es ahora en adelante el tiempo real. El valor se ha ido desplazando desde el lugar real, la casa, el catastro de oficinas y la sedentariedad, para salvar el tiempo real y lo instantáneo del trabajo teledirigido, con todas sus posibilidades inmediatas. Esto lo vivenciamos en cualquier momento con todas esas personas que andan con el celular, que se hallan cogidas como por una avalancha, y de la que podrían ser salvados.
Ud,. ha escrito que en las máquinas de la velocidad reside nuestro futuro asentamiento.
Exacto. Estamos transitando hacia la velocidad absoluta, configurada por la velocidad límite de la luz. La telecomunicación está viva. Aún cuando pueda pensarse allí un pequeño progreso todavía, nos hallamos así hace rato en la instantaneidad, en la ubicuidad y la medialidad. La necesidad de continuidad del movimiento físico está llegando a tal punto de desaparecer. Ya está sobrando. Ud. me replicará, como muchos otros: sí claro, pero practicamos deporte, en todo caso. Pero, sabe Dios que eso no es ningún argumento contrario. Antiguamente, quien sobrepasaba un límite, la frontera, lo hacía para conquistar un país, y el cruce del Atlántico sucedió con la esperanza de descubrir América. En aquel entonces aún era necesario conquistar, de esa forma, el mundo. Hoy eso ya no sirve. Se ha vuelco superficial, porque ya sólo se necesita hacer una llamada. Ud. ve que, de una u otra forma, nuestro mundo va entrando de a poco a un estado de súbita detención.
Estamos como en la Biblia casi al punto de quedarnos paralizados como estatuas de sal. Detrás de la hipervelocidad viene la hiperinmovilidad, que se extiende cada vez más en un drama de conservación de cadáveres. Estamos viviendo en un tiempo, casi donde el mundo se está muriendo en un estado de reposo de la velocidad absoluta. Naturalmente que la gente toma el tren viaja en el verano a los balnearios o practica deporte invernal. Pero esas son nimiedades que mañana, con la entrada en el mundo virtual, ya no serán necesarias. En mi libro. El arte del motor pongo el ejemplo de la telesexualidad. Si es que una vez hubo un movimiento, ese fue la búsqueda de una mujer o de un hombre. Lo que constituía la vida entera de los hombres, incluso la de los animales. Hoy en día basta con conectarse a la red. Ud. me replicará otra vez, como tantos, que eso es un juego. ¡Pero cortémosla, de una vez por todas, con esa minimización! Al comienzo, todo es un juego. El primer auto a motor: también eso era un juego. Y actualmente ¿qué es lo que pasa? Donde sea que se mire, por doquier hay autos, nada más que autos. Hoy en día todavía observamos la telesexualidad como una curiosidad. Pero ya mañana, será el famoso juego algo bien en serio, un preservativo universal. Y como no existe ningún contacto corporal directo, no hay necesidad de cuidarse, basta sólo conectarse. Semejante tipo de progresos no son más que espantosas pruebas del aumento de la inmovilidad, que amenaza mundialmente con expandirse, y que no sólo representan una amenaza para el hombre individual, sino para toda la especie.
¿Dónde ve Ud. los principales peligros de nuestro tiempo?
En general, existen hoy en día tres peligros. Por una parte, el peligro atómico que está a la orden del día. ¡Perfecto! Pensemos únicamente en Tschernobyl, ya, eso, no está nada de mal. Pero, luego, tenemos todavía la bomba informática, que posibilita la telesexualidad, así como también está la bomba genética, que permite manipular al hombre y calcular el ser. Ahora bien, ¿qué pasa con el desciframiento del ADN en sí mismo? No se trata de otra cosa que de un desciframiento del sistema mediante la digitalización. Hay computadores que son capaces de analizar datos, para los que antes se requerían millones de años. Lo que muestra que, las nuevas tecnologías representan peligros absolutos. Tampoco es ninguna casualidad que el ordenador fuera inventado al mismo tiempo que la bomba atómica. Tenemos allí un sistema que ya había sido previsto por Einstein, y no estoy afirmando que él sea responsable en todo esto. Él hablaba todavía de una bomba demográfica, en lugar de una bomba genética, porque no había siquiera pensado en la posibilidad de la decodificación. Todas estas tres bombas están, entretanto, bien enlazadas las unas con las otras, de manera que la bomba genética no puede ser descifrada sin la bomba informática, constituyen finalmente la modernidad, con la que ya se ha alcanzado hace mucho tiempo un límite. Lo que me vuelve loco, es que nadie se ha hecho consciente de ello, y que ya hace rato que hemos aterrizado en el “gran encierro” del que hablaba Michel Foucault, en su análisis del siglo XVII. Si bien no, claro, de manera que nos encontremos detrás de las rejas en una prisión, pero para ello ya nos estamos desplazando hacia un mundo sellado. El arte, que se ocupe del tema del fin del mundo, y no estoy refiriéndome aquí a un mundo destruido, sino a un mundo que se está asfixiando por la contracción tanto del espacio como del tiempo, una arte tal debería precisamente tocar este tema.
Walter Benjamin habla en su libro, Passagenwerk, de ello: que los umbrales de tiempo y de lugar, o sea, las zonas de tránsito, desaparecen cada vez más y más. También Ud. ha escrito acerca de ello.
Ciertamente. Todo, incluso el televisor es tele-transmitido [teleskopiert]. Cuando uno se haya tele-transmitido o teleguiado, el francés cree en esto que uno ha chocado. La televisión, la teleconfercncia y el teletrabajo o trabajo a distancia, todo eso es tele-transmisión [Telescopie] y, propiamente, accidentes de circulación. Y con esto no se está pensando en la circulación de automóviles, sino de informaciones, lo que ha llegado hasta la tele-transmisibilidad del sexo por la tele-sexualidad. Justamente a esto lo llamé, una vez, separación o divorcio. Hay en general dos tipos de divorcio, en el desarrollo del siglo XX, El primero es el divorcio de parejas, y no quisiera entrar aquí en este fenómeno, de la separación matrimonial. Pero, luego, hay un segundo tipo de divorcio, a saber, el del amor corporal. En el fondo, de nuevo, un ejemplo de la mutilación que lo va abarcando todo a su alrededor. ¿A dónde irá a conducirnos codo esto todavía?
El mundo es demasiado pequeño y demasiado insignificante para el poder de las máquinas, como lo ha puesto en evidencia la explosión de la bomba atómica. Pues bien, a nivel del universo esto ha sido sólo un risible fuego de artillería, o sea, nada. Un mero juego de niños. En relación a la Tierra y al hombre, sin embargo, la bomba atómica es algo tan desproporcionado como la informática y la genética. Demasiado es lo que está puesto en juego, pero nadie parece darse cuenta, en verdad. Hoy el arte contemporáneo es cruel, incluso un arte del exceso y de la desmesura, como la exposición escándalo que se hiciera en Londres, la presentación el año pasado del Dr. von Hagen, en Mannheim, o de los activistas de Viena, como lo mostraran Rudolf Schwarzkogler y Herman Nitsch. Esta desmesura se halla contrapuesta a la de los impresionistas o la de Cézanne. Debo de recordar aquí a los muchos suicidas de entre la pléyade de los artistas modernos. A van Gogh, Nicolas de Stael, Charles Kugler, Rothko. Podríamos levantar un muro entero con todos ellos, así como con los muertos de Vietnam. En realidad, tendría que escribir al respecto, pues es muy poco usual todo aquello. Son simplemente demasiados. ¿Qué significa esto? ¿Qué significa que el lugar de la creación se convierta en el sitio de la autodestrucción? ¿Por qué se han suicidado tantos artistas, en el siglo XX? Y no me estoy refiriendo a Deleuze.
¿Por qué no?
Porque en el caso de Deleuze, a quien conocí muy bien, se trata de un suicidio de asfixia. Cuando se suicidó, mi mujer me dijo que él lo había hecho porque quiso respirar una última vez. Porque Deleuze, prácticamente, no podía respirar sino con ayuda de una máquina de oxígeno, como los buzos con su tanque de oxígeno a la espalda. En su última carta, meses antes de su muerte, me escribía: “Paul, ya sólo tengo dos horas por las mañanas, donde puedo respirar normalmente. Soy alguien que está en una asfixia permanente.” Su suicidio no fue el resultado de una libre muerte por razones intelectuales, sino la libre elección de un hombre que estaba asfixiándose a diario y que luego de no poder soportar más el dolor, gritara: “¡Abran la ventana, que no puedo respirar!”
¿Qué sucede cuando se pierde el umbral?
Guerra. Guerra civil. La guerra de todos contra todos. Terrorismo. La masacre. No necesariamente la muerte en Ruanda o Kosovo. Pero, entretanto, odio y brutalidad. Cuando los animales no tienen suficiente lugar en su coto en el zoológico, cesan de reproducirse. No hallan más placer en el amor. En casos extremos se devoran entre ellos mismos. También los hombres en los submarinos no se aguantan entre sí. El espacio es demasiado pequeño, además de hallarse encerrados. Pero, mire, lo que ahora se encuentra encerrado no se puede comparar con la prisión, con el coto del zoológico o con un submarino, porque ahora se han transfigurado tiempo y mundo en espacios cerrados. El mundo se contrae por compresión temporal, y en el estado de estar siendo comprimidos chocamos sin parar unos contra los otros. Así surgen los roces, las rencillas; así surge el odio. Pero no el odio de las ideologías, como en los años cuarenta. No el enfrentamiento entre comunistas y fascistas. No, se trata de lo puramente animal.
¿Ud. vio la película de Wim Wenders, “El cielo sobre Berlin”?
Pero, ¡claro!
Peter Handke [el guionista] hace decir a Curt Bois: la paz habrña de depender de s los umbrales han sido aceptados por todos.
Así es. La guerra, que se halla a la orden del día, es la guera civil, la metástasis social. Los dos enemigos de la democracia son la tiranía –esto lo conocíamos– y la guerra civil. En griego se dice esto: stásis, de ahí proviene la stasis como metástasis en el cáncer. Esa es la guerra de todos contra todos. La guerra interna. El odio, que en la periferia, en los suburbios, se pronuncia en las pandillas, familias, y en medios de transporte esto es el comienzo del Progrom, del choque hostil de un mundo que se encuentra demasiado cerrado. El mundo no se ha de terminar, porque este venga a desaparecer. No, peor aún. Él se terminará, cuando termine de cerrarse. En dos o tres generaciones más la gente joven tendrá la sensación de estar asfixiándose en el mundo. ¿Por qué? Porque ella podrá estar en una hora en China, o podrá estar conectado dentro de cinco segundos con todo el mundo. ¡Qué forma más desgraciada de aburrimiento! ¡Qué espanto! ¡Qué forma de encarcelamiento!
Cuando le oigo hablar, le siento gratamente irritado. ¿Es eso un compromiso?
Sí, por supuesto. Como fenomenólogo, me pienso como un testigo del mundo. Mi compromiso lo expreso en libros, en alocuciones, y no en un partido político; porque no hay ninguno que esté armado para los acontecimientos. Tampoco los verdes. Yo he dicho que hay dos ecologías, entre ellas, la verde de la contaminación de las sustancias, que tiene futuro y es legítima. Estoy totalmente de acuerdo con ella, aún cuando me halle descontento con el partido, porque aquella no basta. Dejando esto a un lado, existe todavía una otra ecología, de la que jamás nadie ha hablado; y esta es la contaminación de las distancias. El choque, el encontronazo. La colisión. El fin de los umbrales. La compresión temporal. Pues bien, la sustancia del mundo no se halla amenazada únicamente por contaminación y polución del aire, del agua, de la fauna y la flora. No, también hemos de habérnoslas con una contaminación del tamaño del espacio del mundo por la comprensión del tiempo.
Esta se basa en la supresión de los umbrales de tiempo e intervalos condicionados a través de la aceleración de la comunicación y de los medios de transporte. La he denominado la ecología gris, porque no tiene color. Se presenta de ahí que como un progreso. Todos se alegran y saltan de júbilo cuando se anuncia un tren aún más rápido o un avión aún más veloz que el anterior. Con el descubrimiento de la armas atómicas todos gritaban que esto era espantoso, repulsivo. Apenas si sucede esto cuando se inventa un auto todavía más rápido, o cualquier cosa que sea aún más rápida que cualquier otra, porque es vitoreada casi absolutamente por todos, sin importar que esta contracción nos presione y asfixie. Nadie se halla hoy sensibilizado por dimensión de esta ecología gris, ni con sus devastadoras consecuencias. Con frecuencia he dicho a los verdes que me pondría de su lado, tan pronto se interesasen en la ecología gris. Hasta ahora sólo han hablado del espacio, pero no del tiempo. Si bien, todo espacio es un espacio de tiempo; y toda condición de vida, todo espacio ecológico ha de habérselas con tamaños y proporciones. Al medir 1.8 m de altura o ser tan grandes como un jugador de baseball, y el mundo tener un ancho de 40.000 km, eso también es ecología. Con esto, lo que hago es moverme en las proporciones de un arquitecto, quien se halla en una cierta relación con las cosas. Las proporciones y relaciones hoy se han contraído, tele transmitido, van derecho a su desaparición. En la medida que esto se mantenga sin ser comprendido, tampoco se habrán planteado todas las preguntas de la ciencia. En realidad, los conocimientos técnicos son un drama. En el siglo XIX, la ciencia técnica parecía ser todavía un avance, comparándolo con el diario vivir de los campesinos o de los trabajadores. Un siglo más tarde esto es tan sólo un drama, y símbolos de esto son ya el hundimiento del Titanic o el accidente del reactor de Tschernobyl.
¿A favor de qué o contra qué está Ud. ?
Mi compromiso se haya dirigido totalmente hacia este siglo. Soy un hijo de este siglo y lucho contra él, porque es lo único que tengo. Yo no me comprometo con ningún partido o en ninguna otra agrupación política. Por supuesto que me he formado mis opiniones políticas. Pero en mi propia vida, me he
comprometido a favor y en contra de algo en la medida en que me he ocupado, como muy pocos, con la negatividad de lo técnico. Lo que acabo de decir suena muy negativo ¿no es cierto? Pero, en un senado propio, no existe nada más positivo que esto, ya que el progreso se realiza únicamente a través de la teoría de la negatividad. Le daré un ejemplo: ¿Por qué existe actualmente el tren de alta velocidad, el famoso TGV? Pues porque un grupo de ingenieros del rubro se reunieron en Bruselas en 1880, para inventar un sistema de bloc más seguro, que regulase todo el tráfico, para evitar que se descarrilaran más trenes. Luego, nosotros, esto es, mi generación, que va cumpliendo setenta años, necesita tan sólo analizar los estragos del progreso. Ya hay demasiada publicidad acerca de los consorcios internacionales de Microsoft, de electrónica y de mensajeros de tiempo. O sea, publicidad no les ha faltado. Nuestro trabajo, que es positivo, en el fondo, consiste, a la inversa de aquél, en denunciar todo lo negativo. Es la tarea final, la que aún queda, por hacer.
A veces me da la impresión de que nos atemorizamos tanto frente al tiempo, que andamos huyendo de éL
Porque el tiempo se dirige hacia la muerte. Esto no puede ser separado, como lo ha expresado ya Heidegger y otros antes que él. El tiempo que va dirigido hacia la muerte, es sólo el camino hacia la desaparición. El tiempo en su aceleración provoca también la aceleración de la muerte, su llegada y con ello el punto temporal del fin como del desaparecer. Pues bien, yo no creo en la muerte, sino en la vida eterna. Mis amigos me dicen a menudo que, quien me oyera, podría creer que yo estoy desesperado. Pero cuando se me conoce mejor, se sabe que esto no es cierto. Yo tendría algo que a ellos y a otros les falta, a saber, la fe. Quien no crea como yo en la vida eterna, sobre él tendría que tener efecto lo que digo como la desesperación de un hombre que no ha superado su drama. Yo, por el contrario, me hallaría por encima de esto, y no les haría bien. Mis amigos tienen la razón.
* La siguiente es una entrevista de Heinz-Norbert Jocks con Paul Virilio, originalmente publicada en el Frankfurter Rundschau, el 11 de diciembre de 1999. La traducción del alemán pertenece a Breno Onetto.
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