En nombre del Profeta..., ¡higos!
(Pregón de los vendedores turcos de higos)
Doy por supuesto que todo el mundo ha oído hablar de mí. Soy la Signora Psyche Zenobia. De ello no cabe la menor duda. Sólo mis enemigos son capaces de llamarme Suky Snobbs. He oído decir que Suky es una corrupción vulgar de Psyche, palabra del más excelente griego, que significa «el alma» (y así soy yo: toda alma), y a veces «mariposa», sentido este último que alude indudablemente a mi apariencia cuando luzco mi nuevo vestido de satén carmesí, con mantelet arábigo celeste, guarnición de agraffas verdes y los siete volantes del auriculas anaranjado. En cuanto a Snobbs, cualquiera que fije en mí sus ojos se dará instantáneamente cuenta de que no puedo llamarme Snobbs. Miss Tabitha Nabo difundió esa especie por pura envidia. ¡Nada menos que Tabitha Nabo! ¡La malvada intrigante! ¿Pero qué se puede esperar de un nabo? Me pregunto si alguna vez oyó el viejo adagio sobre «la sangre que sale de un nabo», etc. (Memorándum: Recordárselo en la primera oportunidad.) (Otro memorándum: Tirarle de la nariz.) ¿Dónde estaba? ¡Ah! Me han asegurado que Snobbs es una corrupción de Zenobia, y que Zenobia era una reina (como yo, pues el Dr. Moneypenny me llama siempre la Reina de Corazones); que tanto Zenobia como Psyche vienen del mejor griego, y que mi padre era «un griego»[1], por lo cual tengo derecho de usar nuestro patronímico, vale decir Zenobia y no Snobbs. Nadie fuera de Tabitha Nabo me llama Suky Snobbs. Yo soy la Signora Psyche Zenobia.
Como he dicho, todo el mundo ha oído hablar de mí. Soy la misma Signora Psyche Zenobia, tan justamente celebrada como secretaria correspondiente de la Philadelphia, Regular, Exchange, Tea, Total, Young, Belles, Lettres, Universal, Experimental, Bibliographical, Association, To, Civilize, Humanity. El doctor Moneypenny es el autor de esta denominación, y dice que la eligió porque sonaba a grande como una pipa de ron vacía. (A veces este hombre es vulgar, pero siempre profundo.) Todos nosotros agregamos las iniciales de la sociedad a nuestros nombres, como lo hacen los miembros de la R. S. A. (Royal Society of Arts), o la S. D. U. K. (Society for the Diffusion of Useful Knowledge), etc. El doctor Moneypenny afirma de esta última que S. quiere decir «soso», y que D. U. K. se pronuncia como duck, pato (lo que no es cierto), y que, por tanto, la S. D. U. K. significa «el pato soso» y no la sociedad fundada por Lord Brougham. Pero el doctor Moneypenny es un hombre tan original que jamás sé si está diciendo la verdad. De todos modos, nosotros agregamos siempre a nuestros nombres las iniciales P. R. E. T. T. Y. B. L. U. E. B. A. T. C. H.[2], vale decir: Philadelphia, Regular, Exchange, Tea, Total, Young, Belles, Lettres, Universal, Experimental, Bibliographical, Association, To, Civilize, Humanity; como se verá, tenemos una letra para cada palabra, lo cual representa un gran adelanto sobre la sociedad de Lord Brougham. El doctor Moneypenny sostiene que esta sigla traduce nuestro verdadero carácter, pero realmente no sé lo que quiere dar a entender.
A pesar de los buenos oficios del doctor y las extenuantes tentativas de la asociación para alcanzar renombre, los resultados fueron nimios hasta el día en que me incorporé a ella. Digamos la verdad: los socios se complacían en discusiones llenas de petulancia. Los artículos que se leían los sábados por la tarde se caracterizaban por su bufonería y no por su profundidad. No era más que crema verbal batida. No se inventaban ni las primeras causas ni los primeros principios. No se investigaba nada. No se prestaba la menor atención al punto más importante: el «ajuste de todas las cosas». En resumen, no se escribía tan bellamente como lo hago yo. Todo era bajo, muy bajo. Ninguna profundidad, ninguna cultura, ninguna metafísica..., nada de lo que los sabios llaman espiritualidad y que los ignorantes prefieren estigmatizar con la denominación de «jerigonza».
Al incorporarme a la sociedad hice todo lo posible por sentar en ella un mejor estilo de pensamiento y de redacción, y el mundo sabe muy bien hasta qué punto lo logré. Producimos actualmente en el P. R. E. T. T. Y. B. L. U. E. B. A. T. C. H. artículos tan excelentes como los que podrían encontrarse en el Blackwood. Menciono el Blackwood, pues me han asegurado que los mejores ensayos sobre cualquier tema deben buscarse en las páginas de tan justamente celebrado magazine. Lo hemos tomado por modelo en todo sentido y, como es natural, estamos conquistando rápida notoriedad. Al fin y al cabo no es tan difícil escribir un artículo que tenga la genuina estampa de los que se publican en el Blackwood, una vez que se ha aprendido la manera de hacerlo. Se entiende que no hablo de los artículos políticos. Todo el mundo sabe cómo se escriben desde que el Dr. Moneypenny nos lo explicó. El señor Blackwood tiene unas tijeras de sastre y tres aprendices que aguardan sus órdenes. Uno de ellos le alcanza el Times, otro el Examiner, y el tercero el Nuevo compendio de insultos en «slang». El señor B. se limita a cortar de ahí y a mezclar. Todo eso se cumple en un momento, y no lleva más que Examiner, insultos en slang y Times, o bien Times, insultos en slang y Examiner, o bien Times, Examiner e insultos en slang.
Pero el mayor mérito de la revista reside en sus diversos artículos, y los mejores responden a lo que el Dr. Moneypenny llama las bizarreries (vaya una a saber lo que significa eso), pero que todo el mundo califica de artículos intensos. Hace mucho tiempo que he aprendido a apreciar esta clase de composiciones, aunque sólo en mi reciente visita a Mr. Blackwood (en calidad de delegada de la asociación) llegué a comprender exactamente el método que se sigue para escribirlas. Trátase de un método muy sencillo, aunque no tanto como el de los artículos políticos. Cuando me presenté ante Mr. Blackwood, expresándole los deseos de la sociedad, me recibió muy amablemente, llevóme a su gabinete y procedió a explicarme con toda claridad el procedimiento aludido.
—Estimada señora —dijo, evidentemente impresionado por mi majestuosa apariencia, pues llevaba el vestido de satén carmesí con agraffas verdes y auriculas anaranjadas—, estimada señora, tenga la bondad de sentarse. La cuestión es la siguiente: En primer término, el escritor de intensidades debe procurarse una tinta muy negra y una gran pluma de tajo bien romo. Y, además, Miss Psyche Zenobia... ¡mucha atención! —agregó luego de una pausa, hablando con gran energía y solemnidad—, ¡mucha atención a lo que voy a decirle! ¡Dicha pluma... jamás... jamás debe ser afilada! Ahí, señora, reside el secreto, el alma de la intensidad. Tomo la responsabilidad de afirmar que jamás un escritor ha producido un buen artículo con una buena pluma, por más grande que fuera su genio. Dé usted por sentado que cuando un manuscrito es legible jamás vale la pena leerlo. Tal es el principio conductor de nuestra fe, y si no asiente usted a él de inmediato, nuestra conferencia ha llegado a su término.
Hizo una pausa, pero como, naturalmente, yo no quería que nuestra conferencia llegara a su término, me manifesté de acuerdo con algo tan evidente y de cuya verdad no había tenido jamás la menor duda. Pareció complacido y continuó con sus instrucciones.
—Puede resultar odioso, Miss Psyche Zenobia, que la remita a un artículo o a una serie de ellos para que los tome por modelos, y, sin embargo, quisiera llamar su atención sobre algunos. Veamos. Está, por ejemplo, «El muerto vivo», que es algo extraordinario: la crónica de las sensaciones de un señor que fue enterrado antes de exhalar el último aliento; ahí tiene usted un tema lleno de sabor, espanto, sentimiento, metafísica y erudición. Juraría usted que el escritor nació y fue criado en un ataúd. Tenemos luego las «Confesiones de un tomador de opio». ¡Bello, hermosísimo! Imaginación extraordinaria, profunda filosofía, reflexiones agudas, muchísimo fuego y furor, y todo eso bien salpimentado de cosas ininteligibles. Le aseguro que su publicación fue una verdadera golosina, que resbaló deliciosamente por la garganta de los lectores. Todos sostenían que el autor era Coleridge, pero no era así. Lo compuso mi mandril preferido, «Junípero», ayudado por una gran copa de ginebra holandesa con agua, «caliente y sin azúcar». (Imposible me hubiese sido creer esto de no habérmelo asegurado el mismo Mr. Blackwood.) Tenemos luego «El experimentador involuntario», referente a un señor que se quedó encerrado en un horno de pan, del cual salió sano y salvo aunque chamuscado. Y está asimismo «El diario de un médico», cuyos méritos residen en el lenguaje campanudo y el mediocre griego que emplea, cosas ambas que entusiasman al público. Y también mencionemos «El hombre en la campana», un relato, estimada Miss Zenobia, que no puedo menos de recomendarle calurosamente. Trátase de un joven que se queda dormido debajo de una campana y despierta cuando ésta se pone a tocar a difuntos. Los tañidos lo vuelven loco, y entonces, extrayendo papel y lápiz, nos da una crónica de sus sensaciones. Las sensaciones son después de todo lo que cuenta. Si alguna vez le ocurre a usted ahogarse o que la ahorquen, no se olvide de trazar un relato de sus sensaciones; le representará diez guineas por página. Si desea usted escribir con energía, Miss Zenobia, preste toda su atención a las sensaciones.
—Por supuesto que lo haré, Mr. Blackwood —dije.
—¡Muy bien! Veo que es usted una alumna como a mí me gustan. Pero ahora debo ponerla al tanto de los detalles necesarios para componer lo que podríamos denominar un genuino artículo a la manera del Blackwood, es decir, algo sensacional. Y no se extrañará usted si le digo que este tipo de composiciones me parece el mejor para cualquier fin.
»EL primer requisito consiste en meterse en un lío como jamás se haya visto otro semejante. El horno, por ejemplo, era un tema excelente. Pero si no tiene usted ni horno ni campana a mano, y si no le resulta fácil caerse de un globo, ser tragada por un terremoto, o quedar encajada dentro de una chimenea, tendrá que contentarse con la simple imaginación de desventuras similares. De todos modos, yo preferiría que los hechos corroboraran su relato. Nada ayuda tanto a la fantasía como el conocimiento empírico de la cuestión de que se trata. “La verdad es más extraña que la ficción”, como usted sabe, aparte de que viene más al caso.
En este punto le aseguré que disponía de un excelente par de ligas, y que me ahorcaría inmediatamente con ellas.
—¡Muy bien! —repuso—. Hágalo así, aunque ahorcarse ya está muy trillado. Quizá pueda encontrar algo mejor. Tome una dosis de las píldoras de Brandeth y descríbanos luego sus sensaciones. Sea como sea, mis instrucciones se aplicarán igualmente bien a cualquier clase de infortunio, y puede ocurrir que en el camino de vuelta a su casa le den un palo en la cabeza, la aplaste un ómnibus, la muerda un perro hidrófobo o se ahogue en una alcantarilla. Pero sigamos adelante.
»Una vez elegido el tema, corresponde considerar el tono o manera de su narración. Tenemos el tono didáctico, el tono entusiasta, el tono natural... pero todos ellos son bastante vulgares. Encontramos también el tono lacónico o cortante, que se emplea mucho en los últimos tiempos. Consiste en frases breves, algo así como: Imposible ser más breve. Ni más seco. Dos palabras y punto y aparte. Nunca párrafos largos.
«Tenernos luego el tono elevado, difusivo e interjeccional. Varios de nuestros mejores novelistas patrocinan este tono. Las palabras deben ser como un torbellino, como un trompo zumbador, y sonarán a la manera de este último, lo cual reemplaza ventajosamente el que no tengan ningún sentido. Cuando un escritor se halla demasiado apurado para detenerse a pensar, éste es el mejor de todos los estilos.
»También el tono metafísico es excelente. Si conoce usted algunas palabras retumbantes, ha llegado el momento de emplearlas. Hable de las escuelas jónica y eleática, de Arquitas, Gorgias y Alcmeón. Diga algo sobre la objetividad y la subjetividad. No tenga miedo e insulte a un individuo llamado Locke. Mire desdeñosamente las cosas en general y, cuando se le escape alguna frase demasiado absurda, no se tome la molestia de borrarla; bastará con agregar una nota al pie, diciendo que debe dicha profunda observación a la Kritik der reinen Vernunft o a la Metaphysische Anfangsgründe der Naturwissenschaft. Esto parecerá erudito y... y franco.
»Hay varios otros tonos igualmente célebres, pero sólo mencionaré dos: el tono trascendental y el tono heterogéneo. En el primero, el mérito consiste en ver mucho más allá que cualquier otro en la naturaleza de las cosas. Esta doble vista es sumamente útil si se la maneja bien. La lectura del Dial la ayudará bastante para ello. Evite, en este caso, las grandes palabras; elíjalas lo más pequeñas posible y escríbalas al revés. Examine los poemas de Channing y cite lo que dice acerca de un «hombrecillo gordo con una engañosa exhibición de poder». Agregue alguna cosa sobre la Unidad Suprema. No diga una sola palabra sobre la Dualidad Infernal. Por sobre todo, estudie el arte de la insinuación. Aluda a todo, sin asegurar nada. Si se siente inclinada a escribir “pan con manteca”, por nada del mundo se le ocurra decirlo así. Puede, en cambio, escribir cualquier cosa que se aproxime al pan con manteca. El pastel de alforfón, por ejemplo. O llegar al extremo de insinuar el porridge de avena; pero si su verdadero objeto es el pan con manteca, ¡tenga cuidado, mi querida Miss Psyche, y por nada del mundo vaya a escribir esas palabras!
Le aseguré que no las escribiría mientras viviera. Me besó, continuando luego así:
—Por lo que respecta al tono heterogéneo, consiste en una juiciosa mezcla de todos los otros tonos, en proporciones iguales, y, por tanto, incluye todo lo profundo, grande, extraño, picante, pertinente y bonito.
»Supongamos ahora que ha elegido los incidentes a narrar y el tono. Falta lo más importante, el alma del asunto: aludo al relleno. A nadie se le ocurre suponer que una dama, y aun un caballero, se pase la vida haciendo de ratón de bibliotecas. Y sin embargo es absolutamente necesario que su artículo tenga un aire de erudición, o que por lo menos proporcione pruebas de una vasta información general. Pues bien, le mostraré ahora la manera de conseguirlo. ¡Mire! (Y procedió a sacar tres o cuatro volúmenes de apariencia vulgar y abrirlos al azar.) Si echa una ojeada a cualquiera de estas páginas descubrirá al punto una multitud de fragmentos, ya sea de erudición o de fina espiritualidad, que constituyen lo esencial para salpimentar un artículo a la manera del Blackwood. Convendría que tome nota de unos cuantos a medida que se los leo. Haremos una doble división. Primero, Hechos picantes para la fabricación de símiles, y segundo, Expresiones picantes a introducir según lo requiera la ocasión. ¡Escriba usted!
Y así lo hice, mientras me dictaba:
—Hechos picantes para símiles. «Al principio sólo hubo tres musas: Melete, Mneme y Aœde: la Meditación, la Memoria y el Canto». Bien elaborado, este pequeño fragmento puede ser muy útil. Bien ve usted que no es muy sabido y que da la impresión de recherché. Tendrá que tener cuidado y presentarlo con un aire franco y natural.
»He aquí otro: “El río Alfeo pasaba por debajo del mar y volvía a salir sin que sus aguas hubieran perdido su pureza”». Esto es un tanto añejo, pero si se lo aliña y se lo presenta debidamente parecerá tan fresco como nunca.
»He aquí algo mejor: “El iris de Persia tiene para algunas personas un perfume tal dulce como penetrante, mientras que otras es completamente inodoro”. ¡Muy bello y cuán delicado! Déle usted unas vueltas y logrará maravillas. Todavía nos quedan otras cosas en la sección botánica. Nada es tan útil, sobre todo con ayuda de una pizca de latín. ¡Escriba! “El Epidendrum Flos aeris de Java produce una hermosísima flor si se arranca la planta de raíz. Los nativos la cuelgan del techo con una soga y gozan durante años de su fragancia.” ¡Esto es magnífico! Pero basta ya de símiles. Pasemos a las Expresiones picantes: “La venerable novela china Ju-Kiao-Li”. ¡Excelente! Si intercala usted hábilmente estas pocas palabras, mostrará su íntimo conocimiento del lenguaje y la literatura china. Con esto podrá seguir adelante sin necesidad del árabe, el sánscrito o el chickasaw. Pero, en cambio, resulta imprescindible incluir el español, el italiano, el alemán, el latín y el griego. Le daré una pequeña muestra de cada uno. Cualquier fragmento servirá, ya que todo depende de su habilidad para insertarlo en el artículo. ¡Escriba! “Aussi tendre que Zaire”, tan tierna como Zaira... en francés. Alude a la frecuente repetición de la frase la tendre Zaire, en la tragedia francesa de ese nombre. Bien ubicada, no sólo mostrará su conocimiento de dicho idioma, sino sus conocimientos generales y su ingenio. Puede usted decir, por ejemplo, que el pollo que estaba comiendo (escriba un artículo sobre cómo se ahogó con un hueso de pollo) no era de ninguna manera aussi tendre que Zaire. ¡Escriba!:
Ven, muerte, tan escondida
Que no te sienta venir
Porque el placer del morir
No me torne a dar la vida.
»Esto es español, y su autor, Miguel de Cervantes. Aproveche para deslizarlo en el momento en que exhala los últimos estertores del hueso de pollo. ¡Escriba!:
Il pover’uomo che non se n’era accorto
Andava combattendo ed era morto.
»Notará que se trata de italiano. Es obra del Ariosto. Quiere decir que un gran héroe no se había dado cuenta en el calor del combate de que ya lo habían matado y continuaba combatiendo valientemente. La aplicación de este fragmento a su propio caso cae de su peso, pues confío, Miss Psyche, que no dejará usted de seguir vivita y coleando por lo menos una hora y media después de haberse ahogado mortalmente con el hueso de pollo. ¡Escriba, por favor!:
Und sterb’ich doch, so sterb’ich denn
Durch sie - durch sie!
»Esto es alemán, y de Schiller. “Y si muero, por lo menos muero por ti... por ti!” Está claro que aquí está usted apostrofando a la causa de su desastre, o sea, el pollo. Y la verdad es que me gustaría saber quién no estaría pronto a morir por un buen capón gordo de las Molucas, relleno de alcaparras y hongos, y servido en una ensaladera con jalea de naranja en mosaïques. ¡Escriba! (Por cierto, que los puede comer así en Tortoni.) ¡Escriba, por favor!
»He aquí una preciosa frasecita latina, sumamente rara (nunca se será lo bastante recherché en latín, pues se está volviendo tan vulgar...): ignoratio elenchi. Fulano ha cometido una ignoratio elenchi, es decir, que ha entendido las palabras de lo que usted decía, pero no la idea. Se entiende que a dicho personaje hay que presentarlo como a un tonto, un pobre diablo a quien se dirigió usted mientras se estaba ahogando con el hueso de pollo, y que no comprendió exactamente lo que usted quería decirle. Arrójele a la cara su ignoratio elenchi y con eso lo liquidará para siempre. Si se atreve a replicar, siempre puede decirle con Lucano (aquí está) que sus discursos son menos anemonœ verborum, palabras como anémonas. La anémona, a pesar de su brillo, no tiene olor. Y si se pone a bravuconear, derríbelo con insomnia Jovis, ensueños de Júpiter, frase que Silius Italicus (¡véalo aquí!) aplica a los pensamientos pomposos e hinchados. Esto lo herirá en lo más hondo del corazón. No le quedará más que morirse. ¿Quiere tener la amabilidad de escribir?
»En griego debemos elegir algo bonito, por ejemplo de Demóstenes. Άνερό φεύγων καì πάλύν μακέσεται (Αηετο ρheugοη Καi ραliη mαkesetαi). En Hudibrás hay una traducción pasable:
Pues el que huye puede volver a combatir
Mientras que no podrá hacerlo el que está muerto.
»En un artículo a la manera del Blackwood, nada presenta mejor aspecto que el griego. Hasta los caracteres tienen un aire de profundidad. ¡Observe, señora, el aire astuto de esa épsilon! ¡Y esa phi... realmente debería ser un obispo! ¿Se vio alguna vez un tipo tan listo como esa omicrón? ¡Y esa tau! En fin, que no hay como el griego para un artículo sensacionalista. En este caso, su aplicación es la cosa más evidente del mundo. Profiera la frase acompañada de un sólido juramento, a manera de ultimátum, contra el estúpido que no pudo comprender lo que le decía usted en inglés acerca del hueso del pollo. Ya verá cómo entiende la alusión y desaparece de inmediato.
Tales fueron las instrucciones que Mr. Blackwood pudo proporcionarme sobre el tópico en cuestión, pero comprendí que eran suficientes. Por fin me hallaba capacitada para escribir un genuino artículo a la manera del Blackwood, y me decidí a hacerlo de inmediato. Al despedirme, Mr. Blackwood me hizo una oferta por el artículo, pero como sólo podía ofrecerme cincuenta guineas por página me pareció mejor que quedara en el seno de nuestra sociedad en vez de sacrificarlo por suma tan mezquina. Empero, a pesar de su tacañería, Mr. Blackwood me mostró una alta consideración en todo sentido, tratándome de la manera más cortés. Sus palabras de despedida impresionaron profundamente mi corazón y espero recordarlas siempre con gratitud.
—Mi querida Miss Zenobia —díjome, con lágrimas en los ojos—, ¿puedo hacer algo para ayudar al buen éxito de su laudable empresa? ¡Permítame reflexionar! ¿No sería posible, por ejemplo, que se ahogara usted en seguida... o se atragantara con un hueso de pollo... o se ahorcara... o se hiciera morder por un...? ¡Ah, espere! Ahora que lo pienso, en el patio hay dos excelentes bulldogs... magníficos ejemplares, le aseguro... absolutamente salvajes... Justamente lo que usted necesita... Seguro que se la comerán con auriculas y todo en menos de cinco minutos... (Aquí está mi reloj.) ¡Piense en las sensaciones! ¡Pues bien... Tom... Peter...! ¡Dick, maldito villano... ! ¿Van a soltar de una vez a los...?
Pero, como yo tenía realmente mucha prisa y no podía perder un momento más, me vi obligada con mucha pena a apresurar mi partida y a marcharme en el acto... quizá algo más bruscamente de lo que la cortesía hubiera exigido en otras circunstancias.
Apenas me separé de Mr. Blackwood, mi objetivo inmediato consistió en seguir su consejo y meterme en alguna dificultad, para lo cual pasé la mayor parte del día dando vueltas por Edimburgo en busca de aventuras desesperadas... aventuras propias de la intensidad de mis sentimientos y bien adaptadas al amplio carácter del artículo que me proponía escribir. Me acompañaron en esta excursión Pompeyo, mi sirviente negro, y Diana, mi perrita, a quienes había traído conmigo desde Filadelfia. Pero sólo hacia el final de la tarde logré triunfar en mi ardua empresa. Y un importante evento tuvo lugar, que el próximo artículo a la manera del Blackwood (en tono heterogéneo) contendrá en sustancia y resultados.
[1] Zenobia no sabe que probablemente en este caso aluden a su padre como a un fullero. (N. del T.)
[2] O sea, «Bonita hornada de pedantes». (N. del T.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario